Hace casi 30 años fallecía Ramón Argentino Avila, el ‘Negro’ (sin ningún tipo de connotación racista, siempre es el Negro para mí).
Si uno
pudiera insistir con el sentido común – ese horrible sentido común que nos ata
a lo más brutal y a la vez sutil de nuestros condicionamientos – lo primero que
dice es “demasiado joven, demasiado rápido” para irse. Cosas que uno dice
cuando la realidad se vuelve algo inefable y el dolor impide todo razonamiento
mejor.
Pero el
Negro no se fue, simplemente, solo pasando por la vida. Dejó tras de sí los
recuerdos de tiempos compartidos – que irremediablemente se irán con nosotros,
sus contemporáneos – y dejó sus fotografías.
Fotos en
blanco y negro, porque tal vez nuestra contemporaneidad, nuestro formateo
analógico, hacían que tanto él como Guille y como yo (aunque sólo por
casualidad alguna vez logré una buena foto) eligiéramos retratar en blanco y
negro porque los grises son los que mejor desnudan la complejidad de lo humano
y hoy más que nunca apelan, rompiendo, la mirada habitual.
Por años
Guillermo García, otro gran fotógrafo y amigo, se encargó del Negro, de la
memoria. Pero Guille también se fue y así otros… y finalmente somos muy poquitos
los que vamos quedando por un tiempo más para recordar las vivencias, esos tiempos compartidos, e invocar a ese
Negro que hablaba a través de sus imágenes y ni siquiera sobre ellas porque le
resultaba complicado explicitar el por
qué de esa toma, de ese punto de mira, de ese sujeto/objeto fotografiado, del
cómo y del para qué. Sus imágenes podían funcionar como alaridos, es cierto,
pero mágicamente silenciosos en términos de palabras. No hacían falta.
Entonces
ahora me pregunto por qué.
Está dicho
ya que el Negro fue el que mejor retrató una Rioja, no cualquiera, no toda. Su
foco estuvo puesto en La Rioja de la pobreza estructural, del sufrimiento
callado y muchas veces resignado ante el destino, del abandono. Pero a la vez
son retratos de la resistencia desde lo poco e incluso a veces desde la nada,
como cuando cubríamos las consecuencias de un temporal fortísimo que cayó sobre
la zona que después ocupó la ciudad universitaria y por entonces era un asentamiento
precario, de tiendas de cartón y tetra.
En términos
del ensayista Didi Huberman, uno podría decir que sus fotos son “sublevación”.
El francés
afirma que “toda imagen tiene una dimensión política” y por lo
tanto da testimonio de la tragedia, aunque solo pueda hacerse eso y no
evitarla. A su manera es “una sublevación”: es “una esperanza para el futuro”,
o mejor: “la relación entre el deseo, que va hacia el futuro, y la memoria”.
Esa relación no resulta anacrónica sino vigente aún hoy, cuando volvemos a sus
imágenes – porque está exponiendo “todas
las complejidades del tiempo”. En particular cuando, como suele pasar año tras
año, quienes le suceden lo recuerdan con una muestra que expone sus fotos a
través de un montaje.
El negro me
acompañó varias veces a mis clases, por entonces en el secundario, y allí generosamente
desplegaba sus fotos. Pero le resultaba muy complicado explicar la razón por la
cual disparó su cámara analógica en el
momento que lo hizo y no antes o después; o por qué eligió un determinado
ángulo o por qué hizo ese encuadre y no otro. Entonces uno puede decir que
técnicamente él dominaba sus equipos y el lenguaje, pero no basta, porque eso
no explica por qué en el mismo escenario y con equipos similares sólo él
lograba esas imágenes.
Y Susan
Sontag, otra ensayista pero norteamericana (Sobre
la Fotografía, 1977), puede ayudarnos con eso.
Dice Sontag
que la imagen fotográfica no es la “mera transparencia de lo sucedido” v siempre
es “la imagen que eligió alguien”. No es objetiva aunque el momento retratado
haya existido. Siempre tiene un punto de vista, Fotografiar es encuadrar y
encuadrar es excluir. Hacer fotos es “un acontecimiento en sí mismo” que puede
captar rasgos fundamentales de la condición humana.
Entonces el
Negro no podía/no quería hablar de sí mismo, de su punto de vista. Y su punto de vista fue siempre el de alguien
que, como Maradona, se desmarcó de lo esperable, de las reglas, de las
posibilidades, de las rutinas, de lo ‘normal’,
pero nunca se desclasó, aunque haya logrado con el tiempo mejorar sus
condiciones objetivas de vida. A ninguno de nosotros nos sorprendió, tal vez
por eso, que en sus últimos años se haya pronunciado públicamente a favor del
progresismo. Era parte de su estrategia de supervivencia.
Como sostuvo
Sontag “las fotografías del sufrimiento y martirio de un pueblo son más que
recordatorios de la muerte, el fracaso, la persecución. Invocan el milagro de
la supervivencia” y así se constituyen
en la memoria de los pueblos.
Tal vez la
vigencia de las imágenes que lo sobreviven no deba ser buscada ni únicamente en
su carácter documental ni tampoco en el plano estético. Tal vez el secreto sea
su punto de vista.
María Rosa
Di Santo
La Rioja,
setiembre 2024
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