martes, 15 de marzo de 2016

Mabel Piccini (1983): Sobre la investigación discursiva, la comunicación y las ideologías"

Hace años transcribimos y digitalizamos este texto de la UNC que nos resultaba muy útil en Comunicación Social. Se trata del Taller de Investigación para la Comunicación 'Sobre la producción discursiva, la comunicación y las ideologías" de 1983, UNAM. Lo publicamos ahora que lo hemos podido rescatar de viejos archivos, por su vigencia.



INDICE

PRESENTACIÓN

1.- LENGUAJES, COMUNICACIÓN Y SOCIEDAD
1.1.- El lenguaje y sus reglas

2.- DEL DISCURSO COMO SISTEMA PRODUCTIVO
2.1.- Prácticas discursivas y funcionamiento social
2.2.- De los procesos sociales de producción significante
2.3.- De los procesos de recepción
2.4.- De las ideologías y los intercambios simbólicos

3.- HEGEMONIA, APARATOS DE HEGEMONIA Y PROCESOS DE COMUNICACIÓN
3.1.- Sobre el Estado ampliado y la producción de consenso
3.2.- Sobre la noción clásica de ideología
3.3.- Sobre los aparatos de hegemonía
3.4.- Ideologías, discurso y principios hegemónicos

CONCLUSIÓN

BIBLIOGRAFÍA

PRESENTACIÓN

            “El discurso es siempre un mensaje situado,  producido por alguien y dirigido por alguien”.

            El campo de la significación no se agota, pues, en el mensaje aislado ni se explica exclusivamente por el funcionamiento del código. Lo que constituye la situación del discurso, - variables extradiscursivas, en su mayoría -, marca y condiciona la producción significante y se materializa en rasgos particulares del sentido. ¿Quién habla? ¿Cuál es el lugar social de los protagonistas de la comunicación? ¿Desde qué situación de poder y dentro de qué marcos institucionales se efectúan los intercambios discursivos? ¿Cuál es la imagen del destinatario que maneja el emisor? ¿Cuáles las formas de circulación y distribución de los mensajes? ¿Bajo qué condiciones materiales y sociales se realizan los procesos de recepción?.

            Estos son algunos de los problemas planteados por las nuevas corrientes semiológicas, abiertas a una exploración que intenta establecer las vinculaciones existentes entre producción discursiva y realidad histórica. De la caracterización de esos vínculos emerge una nueva manera de pensar la cuestión de las ideologías: sus formas de existencia y manifestación, sus funciones y su eficacia específica dentro de la vida social.

1.- LENGUAJES, COMUNICACIÓN Y SOCIEDAD

1.1.- El lenguaje y sus reglas (o las reglas del lenguaje)

            Partiremos con una pregunta. El esquema clásico de la teoría de la comunicación (emisor – mensaje – receptor) y los supuestos teóricos que lo organizan ¿constituyen un modelo válido para explicar los fenómenos comunicativos? Responder esta pregunta requiere, mínimamente, revisar la concepción del lenguaje que opera en esta teoría y por añadidura el estatuto que se atribuye a los sujetos del acto de comunicación.

            En primer lugar es preciso señalar la inscripción de esta disciplina en los principios fundadores de la lingüística saussureana. Como es sabido, la primera dicotomía lengua/habla define el punto de vista y el objeto de estudio. En esta oposición fundamental se produce ‘la primera gran elección’. El estudio de la lengua y el del habla representan “dos caminos que es imposible tomar a la vez”. La lengua (tesoro, depósito, suma, promedio del conjunto de realizaciones lingüísticas particulares) tiene prioridad. El habla (las realizaciones individuales de la facultad del lenguaje) es un fenómeno secundario, subordinado a la lengua. “Al separar la lengua del habla – dice Saussure – se separa a la vez (...) lo que es esencial de lo que es accesorio y más o menos accidental”.[1]

            Este principio tiene al menos dos consecuencias que orientarán, de manera decisiva, las principales corrientes de la teoría de la comunicación: por un lado la concepción de la lengua  como instrumento, como patrimonio universal de reglas y convenciones y condición de posibilidad de todo lo que puede ser dicho, y por el otro, la concepción del habla como expresión de la libertad combinatoria del sujeto del acto comunicativo.

            La reducción del lenguaje al carácter de instrumento de comunicación implica necesariamente la idea de neutralidad. El código es común a todos los habitantes (o a todos los usuarios para abarcar el caso de códigos no lingüísticos) y, por consiguiente, cualquiera que maneje sus reglas puede disponer libremente del mismo para expresar sus opiniones, ideas o sentimientos. El emisor, según estos criterios, gozaría la libertad de ‘codificar’ o ‘traducir’ en mensajes aquellos contenidos que quiere transmitir (y que supuestamente existen antes del acto mismo de la palabra) y el receptor de decodificar los enunciados en el sentido previsto por el emisor. Esto comporta todavía otra idea que consiste en tomar en cuenta sólo el aspecto explícito (o el contenido manifiesto) de los mensajes. Lo que se dice y el otro entiende según las reglas de base del código es todo lo que se dice.

            Esta perspectiva está centrada sobre el sujeto (individual o colectivo) como único principio de determinación de la producción significante. Así como en el discurso jurídico burgués el sujeto es libre de vender su fuerza de trabajo, en el discurso clásico de la comunicación el arte de habla fundado en la libertad del locutor es sustraído a las leyes de lo (...) y de lo simbólico. El sujeto es libre de decir lo que piensa en la forma que considere más conveniente para garantizar el acto comunicativo. Sobre este aspecto y sus consecuencias en la interpretación de la arbitrariedad del signo, J. Guilhaumou señala: “... los trabajos de la ‘teoría de la comunicación’ presuponen que el sujeto hablante (...) emite un mensaje cuya estrategia persuasiva puede modificar a voluntad, ya sea escogiendo la forma que exprese tal significado (una retórica de la eficacia) ya sea, a la inversa, dando un significado a una forma (una retórica de lo verdadero)”[2].

            Teoría y principios han suscitado numerosas réplicas procedentes de campos diversos. Desde la lingüística se puede citar el caso de los estudios de Oswaldo Ducrot en los que a partir del análisis de las modalidades de implicitación discursiva (lo que se diga y lo que no se dice, o de otro modo, lo que se dice sobreentendiendo buena parte de lo que se quiere decir sin expresarlo de manera manifiesta) propone además que el simple juego del lenguaje, independientemente de la información que provee, establece entre los individuos ciertas relaciones de colaboración, de lucha, de dominación o de dependencia. Para ilustrar esta situación, dar una orden no significa solamente la información que se trasmite a nivel manifiesto, en lo implícito puede significar la necesidad de afirmar que se está en condiciones de darla, lo que remite, por lo demás, a la ‘situación’ de este acto de habla que implica una cierta relación jerárquica entre el que ordena y el que recibe la orden. Algo similar ocurre con ‘el derecho de aburrir’, éste – dice Ducrot – es “un privilegio vinculado con las actividades del profesor, del moralista, del autor y, en general, del intelectual: quien ejerce estas actividades está considerado poseedor de palabras que por sí mismas merecen ser dichas[3].

            En esta misma línea de reflexión, Ducrot y Todorov (Diccionario Enciclopédico de las Ciencias del Lenguaje) abordan problemas que hacen referencia a los efectos de las condiciones extradiscursivas en los actos de comunicación. La propuesta consiste en integrar dichas condiciones a una teoría general del lenguaje sobre la base de que numerosos enunciados no pueden ser descifrados si no se toma en cuenta el acto de enunciación y la situación particular (el contexto) en que son empleados[4]. Entienden por situación del discurso el entorno físico y social en que se realiza el acto de enunciación, la imagen que tienen de sí los interlocutores, la identidad de estos últimos, la idea que cada uno se hace del otro (e inclusive la representación que cada uno posee de lo que el otro piensa de él), los acontecimientos que han precedido el acto de enunciación (sobre todo las relaciones que han tenido hasta entonces los interlocutores y los intercambios de palabras donde se inserta la enunciación)”[5].

            Convendremos entonces que los procesos comunicativos no implican necesariamente una relación lineal ni igualitaria ni, mucho menos, explícita. Sobre este punto conviene recordar las importantes aportaciones de Miguel Foucault quien, en distintos momentos de su obra, ha destacado las variantes y efectos diferentes que producen ciertos enunciados según quien hable, su posición de poder y el contexto institucional en el que se halle colocado; situación del discurso que traería aparejado tanto desplazamientos y reutilizaciones de fórmulas idénticas para objetivos opuestos, como (podríamos agregar) fórmulas diferentes para los mismos objetivos[6]. En un trabajo anterior (La arqueología del saber) tratando de distinguir entre el análisis lingüístico y el análisis de discursos señalaba que mientras el análisis de la lengua tiene por objetivo determinar según qué reglas podrían construirse otros enunciados semejantes, la descripción de los acontecimientos del discurso plantea una cuestión muy distinta: “se trata – dice – de captar el enunciado en la estrechez y la singularidad de su acontecer; de determinar las condiciones de su existencia, de fijar sus límites de la manera más exacta, de establecer sus correlaciones con los otros enunciados que pueden tener vínculos con él, de mostrar qué otras formas de enunciados excluye”[7].

            Esta perspectiva se abre a una doble reflexión: la de los vínculos existentes entre discurso y poder, y la de las modalidades en que el poder se materializa en el discurso. Sobre este último aspecto nos proporciona indicaciones de gran riqueza: “...el discurso no es simplemente aquello que traduce la lucha o los sistemas de dominación, sino aquello por lo que y por medio de lo cual se lucha, aquel poder del que quiere uno adueñarse”[8]. Se trata, pues, de redimensionar la manera en que el lenguaje, como factor productivo, actúa con una eficacia particular en la vida social y en la historia de los hombres. Por ello Foucault señala la necesidad de establecer la función que ejerce el discurso en un campo de prácticas no discursivas. Esta instancia comporta el estudio del “régimen y los procesos de apropiación del discurso; porque en nuestras sociedades (y en muchas otras, sin duda), la propiedad del discurso – entendida a la vez como derecho de hablar, competencia para comprender, acceso lícito e inmediato al hábeas de los enunciados formulados ya, capacidad, finalmente, para hacer entrar ese discurso en decisiones, instituciones o prácticas – está reservado de hecho (a veces incluso de una manera reglamentaria) a un grupo determinado de individuos[9].

            Las “prácticas no discursivas” constituyen, entonces, las condiciones de posibilidad y de existencia de las diferentes redes de producción discursiva. Hemos dejado atrás la concepción de la neutralidad de los lenguajes y del locutor libre frente a la palabra. Ahora es preciso reflexionar sobre la incidencia de las condiciones extradiscursivas en la producción de enunciados (o de mensajes en general), sobre lo que se dice y lo que se excluye. En efecto, como ya es sabido, las instituciones donde se localizan y concentran los poderes de una sociedad siempre han reglamentado y distribuido, sobre la base de prescripciones, reglamentos y censuras (algunas implícitas), el derecho a la palabra, determinando sus sistemas de producción, definiendo espacios compartimentados de saber y estableciendo restricciones concretas sobre su circulación y consumo.

            El lenguaje que aparecería como factor y garantía de unidad entre todos los individuos soporta y legitima a la vez, en una misma circunstancia, la comunicación y la no comunicación puesto que el uso diferencial del código común, según grados y niveles de competencia lingüística y cultural, asegura la división y la discriminación entre grupos sociales. El lenguaje oficial de la escuela habla sobre las mismas cosas a todos, pero ¿todos reciben el mismo mensaje...? Los medios de comunicación, con frecuencia, hablan de las ‘mismas cosas’ pero de distinta manera. Un ejemplo: un hecho policial tratado por una revista ‘sensacionalista’ (para los sectores populares) y por un semanario de actualidad (para sectores ilustrados de la burguesía y pequeña burguesía) ¿a cada cual según sus necesidades?.

            El sistema de la lengua – escribe Pecheux[10] - es el mismo para todos los hombres pertenecientes a la misma comunidad lingüística (y esto podría extenderse a otros sistemas semiológicos), pero la lengua como base común es el principio de procesos discursivos diferenciados. El sistema de la lengua, como conjunto de estructuras fonológicas, morfológicas y sintácticas, está dotado de una relativa autonomía que lo somete a leyes internas (las que constituyen, precisamente, el objeto de la lingüística) y que a la vez representan el pre-requisito indispensable de todo proceso productivo. Ahora bien, estos procesos, como actualización concreta y situada del código, remiten a condiciones históricas y sociales, que son las que fijan sus marcos de existencia y posibilidad. Al respecto, Baiibar (o Ballbar) en su respuesta a la tesis de Stalin sobre la relación lengua/lucha de clases, señala: “... si la lengua es ‘indiferente’ a la división de clases y a su lucha, esto no significa que las clases sean ‘indiferentes’ a la lengua. Ellas la utilizan, por el contrario, de manera determinada, en el campo de sus antagonismos...”[11].

            Para decirlo de manera más general, “el discurso es siempre un mensaje situado, producido por alguien y dirigido a alguien”[12]. Situado en relación a la posición que ocupan los sujetos del acto comunicativo en la estructura social, a la coyuntura histórica dentro de la que se inscribe, sobre la base de las relaciones de fuerza y de poder existentes en una sociedad determinada. Todo lo cual remite al conjunto de condiciones – materiales y sociales – que hacen posible la formulación de un cierto tipo de enunciados en un momento dado, determinando a la vez sus sistemas de circulación y de distribución. Proceso que completa su recorrido en el momento del consumo (y abre simultáneamente una nueva red significante) en el cual los destinatarios, situados también en determinadas condiciones – materiales y sociales – efectúan procesos diferenciales de decodificación.


2.- DEL DISCURSO COMO SISTEMA PRODUCTIVO

2.1.- Prácticas discursivas y funcionamiento social


            Las corrientes agrupadas alrededor del ‘análisis del discurso’[13] amplían de manera considerable el campo de estudio establecido inicialmente por la Lingüística y continuado, con posterioridad, por las investigaciones semióticas. Como lo hemos adelantado, estos trabajos tienden a establecer las vinculaciones existentes entre los procesos de producción significante y la realidad histórica y social dentro de la que se inscriben y sobre la que incidan con una eficacia particular en tanto prácticas específicas (por su naturaleza, rasgos y atributos) dentro del conjunto de las prácticas sociales. Por lo tanto la nueva noción de discurso (que estoy empleando indistintamente a mensaje, significación, sentido) y con referencia tanto a los hechos lingüísticos en sentido estricto como a los hechos de significación no lingüísticos, no solamente alude a que estos estudios ya no limitan su campo de existencia a la frase (que es la unidad de mayor tamaño que considera la Lingüística) sino también al hecho – diferencial, con respecto a los análisis precedentes – de que las significaciones sólo pueden ser comprendidas en función de sus procesos concretos de producción, circulación y consumo.

            El análisis del discurso como sistema productivo parte de la base de que todo hecho de significación es el resultado de un trabajo social. Del mismo modo que la sociedad produce bienes en el plano económico o instituciones en el plano político, produce también significaciones que resultan del conjunto de operaciones de selección y combinación a través de las cuales se inviste de sentido a distintas materias significantes (las sustancias más diversas sobre las que operan reglas operatorias distintas pueden ser investidas de sentido: imágenes – pictóricas, fotográficas, televisivas, cinematográficas -, gestos y comportamientos, rituales y ceremonias, lenguaje escrito y oral, etc.). Como una práctica más entre otras, las prácticas discursivas no pueden ser disociadas de las reglas que rigen el funcionamiento de la sociedad y la producción social en su conjunto. La articulación semiosis/totalidad social es el comienzo de una reflexión que intenta definir, con nuevos marcos teóricos y otros instrumentos metodológicos, los puntos de contacto entre una teoría de las significaciones y la teoría de las ideologías, como lo iremos viendo en lo sucesivo. Adelantándonos un poco sobre este punto, conviene destacar que no se trata de establecer correlaciones mecánicas o ‘externas’ entre los hechos de lenguaje y la vida social, o de otro modo, entre enunciados producidos y contexto de la enunciación. Por el contrario, el objetivo consiste en detectar y demostrar que las propiedades y rasgos que exhibe cada discurso particular constituyen formas de materialización de los conflictos y contradicciones sociales. Volveremos sobre esto.

            Estudiar el producto (los mensajes o discursos) en función del conjunto de condiciones materiales y sociales que lo sobredeterminan, tanto en el momento de la producción directa como en el de la circulación y el consumo[14], implica situarse, como punto de partida, en el análisis del proceso social de producción significante[15]. Ahora bien, cada proceso de producción significante presenta rasgos y mecanismos particulares que exigen, por lo tanto, dispositivos específicos de análisis. Para poner un ejemplo, no es lo mismo producir un programa de televisión cuyas reglas y operaciones dependen de un código de referencia como también de factores tecnológicos, económicos y políticos que emitir un mensaje destinado a interlocutores presentes que guardan relaciones de proximidad con el emisor. Varían las condiciones de producción y asimismo el soporte material a partir del cual se realiza la comunicación. Por lo demás, también hay diferencias entre una conversación interpersonal de carácter privado y una comunicación de carácter pedagógico donde son otras las condiciones institucionales que prescriben el tipo de relación entre los protagonistas del intercambio.

            Por cierto esta descripción sólo apunta a destacar las distintas modalidades que asumen los procesos de comunicación en cada caso particular. Y el modo de abordar cada caso particular será tal vez más claro, si procedemos a caracterizar y a distinguir las dimensiones generales de los procesos sociales de producción significante y también algunos de los procedimientos metodológicos requeridos para su estudio.



2.2.- De los Procesos sociales de producción significante


            Como ya se ha esbozado, el campo de estudio está constituido por conjuntos significantes de variada naturaleza (paquetes significantes complejos como es el caso de algunos medios de comunicación; cine, tv, radio o discursos escritos, o la interacción verbal que se produce en una circunstancia de comunicación determinada – escuela, familia, etc.) entendidos como resultado de un sistema productivo cuyos dos polos son el proceso de producción por un lado, y el proceso de recepción o consumo por el otro. Entre ambos cabe distinguir el proceso de circulación que Verón define como “la distancia – o la mediación – entre esos dos polos, distancia que puede asumir formas muy diversas según el discurso social de que se trate y también del tipo de soporte material tecnológico utilizado”[16]. (En los casos anteriores, por ejemplo, el soporte tecnológico de la televisión impone una mediación en el espacio y en el tiempo que marca de cierta manera el intercambio comunicativo y que lo diferencia sustancialmente de la mediación – circulación que se establece en una conversación interpersonal).

            Se trata de “partir del producto para reconstruir el proceso de producción o, de otro modo, pasar del texto (inerte?) a la dinámica de su producción”[17]. Una vez definido el tema de estudio el segundo paso consiste en producir un corte en el flujo ininterrumpido de la producción significante, de modo de circunscribir el campo discursivo a estudiar (el corpus que será objeto de análisis). Este corpus varía según la naturaleza del estudio. Por ejemplo, si el estudio es de carácter ‘sincrónico’ y su objetivo consiste en determinar las estrategias informativas de cierto tipo de semanario de actualidad, se establecerá como corpus un número de revistas (a lo largo de un año, por ejemplo) que permiten reunir la mayor variedad posible de enunciados para dar cuenta de dicha estrategia en sus variadas dimensiones; si por el contrario, el objetivo es confrontar estrategias en dos semanarios diferentes a propósito de un mismo hecho (o de una misma ‘noticia’), la extensión del corpus la determina la cantidad de información que se produzca sobre el hecho. Si el estudio es de carácter ‘diacrónico’ y trata de caracterizar, por ejemplo, la evolución de las estrategias discursivas en las revistas femeninas, habrá que establecer cortes significativos en el tiempo que permitan detectar los cambios y reajustes producidos en la estrategia global de dicha producción de prensa.

            Constituir un corpus es, dijimos antes, detener el movimiento permanente de la producción significante a los fines del análisis. Pero conviene tener presente que la semiosis ininterrumpida es el principio básico de los hechos de lenguaje: las significaciones constituyen cadenas en que unos eslabones enganchan a los otros como materia prima para la producción de nuevos enunciados; es por ello – indica Verón – que todo proceso de producción discursiva es al mismo tiempo un proceso de recepción (de significaciones preexistentes que se constituyen en condiciones de los nuevos enunciados) y que todo proceso de recepción implica a la vez el comienzo de una nueva cadena significante[18].

            Decíamos, partir del  producto para reconstruir la dinámica de su producción. Esto se puede realizar según dos perspectivas: 1) partir del análisis del proceso directo de producción de determinadas estrategias discursivas, de modo de sacar a la luz las gramáticas de producción (en sentido general, el conjunto de reglas e imposiciones discursivas y extradiscursivas) de cierto tipo de enunciados; 2) partir del análisis de los ‘efectos’ (o ‘lecturas’) de dichas estrategias discursivas en cuyo caso se trata de reconstruir las gramáticas de reconocimiento (o de recepción, como en el caso anterior, estas gramáticas serían, en sentido amplio, un conjunto de reglas de ‘lectura’ o decodificación tanto discursivas como extradiscursivas). Otra posibilidad es abordar el estudio de la totalidad del proceso: mensajes o campos discursivos determinados en el contexto de producción, de circulación y de consumo.

            Veamos en primer lugar algunos aspectos referidos a lo que hemos denominado de manera genérica ‘gramáticas de producción’. Por un lado tenemos que las propiedades y rasgos que presentan diferentes mensajes o discursos no son algo dado sino por el contrario son el producto de un determinado trabajo invertido sobre distintas materias significantes (imágenes, gestos, palabras, etc.). Dicho ‘trabajo’ (que no remite necesariamente a la conciencia del emisor) se efectúa con arreglo a operaciones y reglas que organizan la materialidad discursiva y son de carácter implícito, vale decir que no son detectables a simple vista en el nivel ‘manifiesto’ de los mensajes. Ahora bien, estas operaciones discursivas producen ‘marcas’ diversas que se manifiestan con distinta ubicación en la superficie discursiva. Es a partir de dichas marcas que se pueden reconstruir las operaciones y reglas subyacentes. Las marcas en cuestión varían, por cierto, de acuerdo con el hecho comunicativo. En una conversación interpersonal, por ejemplo, pueden constituirse en marcas la disposición sensorial de enunciados de carácter fónico, las pausas y silencios, etc. En un discurso periodístico (aunque la ..... del léxico y las formas enunciativas sean importantes) adquieren también valor de marcas aquellas particularidades que dicen relación con la disposición espacial de los enunciados, el carácter de la tipografía, el orden establecido entre los titulares, la presencia de material fotográfico y su relación con los textos, etc.

            Todos estos aspectos (o ‘marcas’) son formas de organización del material significante que reenvían a lo que hemos llamado operaciones discursivas de producción de sentidos. Como señala Verón, un discurso no es otra cosa que una puesta en espacio-tiempo del sentido y es a partir de esta materialidad que es posible detectar rasgos y características de cada discurso particular[19].

            Por otro lado tenemos que este ‘trabajo’ efectuado sobre la materialidad discursiva es producto bajo determinadas condiciones – materiales y sociales – de producción. Con esto estamos indicando que, como lo dijimos antes, ningún enunciado o discurso se explica exclusivamente por la puesta en juego de reglas lingüísticas o semióticas. Por el contrario, su existencia está determinada, además, por un conjunto de hechos extradiscursivos (determinaciones sociales en sentido general) que dejan sus ‘marcas’ en la superficie de los mensajes y que se materializan en determinadas operaciones de producción significante. Se trata pues de explicar las modalidades concretas que asumen estas operaciones en función de las imposiciones, reglas y prescripciones que provienen tanto del código de referencia como del campo de lo social. Para ilustrar esta afirmación con un ejemplo más o menos trivial: si estudiamos los noticieros de distintos canales de televisión (pongamos por caso el 2 y el 13 de la televisión mexicana) nos encontraremos frente a dos estrategias diferentes. Existen distintos ‘operadores’ en uno y otro caso que remiten a sus condiciones sociales de producción en la medida en que se puede demostrar que los rasgos particulares que asumen estas operaciones, no son sólo rasgos o atributos de lenguaje sino que como tales (hechos de lenguaje) están condicionados por circunstancias sociales y políticas que se materializan, de una determinada manera, en la organización significante.

            El objetivo es pues poner en relación el discurso con sus condiciones de producción tratando de mostrar cómo, a través de qué operaciones, esas condiciones de producción dejan sus ‘marcas’ en la superficie discursiva. Ahora bien, ¿cómo establecer cuáles son las condiciones que juegan un papel determinante en la materialización de ciertas propiedades discursivas?. En términos generales podemos señalar que estas condiciones son aquellas que constituyen los principios básicos de inteligibilidad de la vida social, fundamentalmente los procesos económicos, políticos e ideológicos, como campos de relaciones de fuerza y de poder en una coyuntura histórica precisa y sus modalidades de acción específica en el conjunto de las instituciones sociales que sirven de soporte material a las relaciones discursivas (los llamados Aparatos Ideológicos de Estado, sobre los que volveremos). Esos hechos que remiten a la situación del mensaje incluyen, además, el lugar social que ocupan los emisores en la trama de las relaciones de clase (y sus derivados) y la concepción que dichos emisores tienen de los destinatarios que es otro componente de importancia en el momento de la producción. En el sistema de la prensa, por ejemplo, periódicos o revistas informativas producidos por los grupos dominantes se diferencian, no obstante, por el recorte y estratificación de los públicos que preestablecen a partir de su perfil de receptor; revistas para sectores populares con una determinada estrategia comunicativa (un caso es el de Alarma, por ejemplo) o revistas informativas de actualidad destinadas a sectores ilustrados de la burguesía y la pequeña burguesía (como la revista Siempre). Otra condición a considerar son los discursos preexistentes (en cada campo discursivo particular) que constituyen la materia prima para la elaboración de nuevos enunciados (para los antecedentes discursivos – a nivel de formato, tratamiento de la información, recursos retóricos, etc. – de las revistas mencionadas, producidas en México o en otros países).

            Sobre este aspecto es preciso, todavía, hacer dos advertencias. En primer lugar, la determinación de las condiciones de producción varía según el tipo de mensajes analizados. No serán las mismas condiciones las que se tomen en cuenta para estudiar un proceso de comunicación interpersonal que para explicar un fenómeno de comunicación masiva. Y en segundo lugar, ya lo sugerimos, no se trata de estudiar un conjunto de factores ‘externos’ a la producción discursiva y vincularlos luego, ‘externamente’, a dicha producción. Por el contrario, el trabajo consiste en demostrar que ciertas condiciones afectan de una cierta manera la producción de enunciados y que se inscriben en el discurso a través de una ‘retórica’ específica, de dispositivos y procedimientos estilísticos, etc. Por lo tanto, “es preciso demostrar que si los valores de las variables postuladas cambian, el discurso cambia también...”[20]. Este principio metodológico puede revelar su pertinencia si tomamos en consideración, aún de manera intuitiva, la transformación histórica de los discursos dentro de los mass media y nos detenemos en los deslizamientos, reajustes y rearticulaciones que se producen en el interior de cualquiera de sus campos discursivos. Veamos el caso de las revistas ‘femeninas’ durante la última década o década y media en México. A falta de una investigación exhaustiva sobre el tema las ideas siguientes serán de naturaleza general y operarán a título de sugerencias y de hipótesis de trabajo. A primera vista advertimos un proceso global de ‘modernización’: cambios en el formato, y en el ordenamiento del material, en el diseño y el tratamiento visual de las informaciones y la publicidad; se advierte asimismo la emergencia de nuevos temas sobre el campo de los ‘verosímiles’ aceptados (sexualidad, aborto, temas sobre profesiones y tareas productivas fuera de la casa, etc.) o transformación del encuadre de los ‘verosímiles’ anteriores (relaciones familiares, la maternidad, las tareas domésticas, etc.) y en términos amplios la aparición de una nueva retórica (en lo que concierne a procedimientos, articulaciones, interpelaciones) de lo ‘femenino’. Estas ‘marcas’ discursivas parecen reenviar a distintas condiciones de producción. En primer lugar es evidente que estas revistas adoptan un modelo nacido en sociedades industriales avanzadas y obedecen a una misma o parecida economía discursiva, con las modulaciones ‘nacionales’ del caso. Aquí habría que preguntarse qué relación... [no se lee la fotocopia] ... transnacionalización de las economías... [no se lee] de ‘dependencia’ de países como México y las necesidades que surgen de la internacionalización del mercado interior de consumo. (Recordemos, en el plano de la revista ‘modernización’ cultural, importación de patrones extranjeros, creación de un nuevo imaginario colectivo sobre los mitos del ‘consumo’, etc.). En otro orden de cosas habría que explorar la incidencia de los movimientos de liberación femenina así como la popularización de los aportes elementales del psicoanálisis que de algún modo aparecen rearticulados (con efectos variables de neutralización) en el discurso hegemónico sobre la mujer. Estos factores apenas insinúan el problema de las condiciones de producción y en tanto insinuaciones los proponemos a título de ejemplo.

            Una última advertencia: la perspectiva desde la que estamos analizando los hechos discursivos no es la única perspectiva posible. Es sólo aquella que trata de explicar los fenómenos de comunicación en función de las condiciones sociales – históricas – de producción, lo que representa una dimensión de análisis (la de lo ideológico, como veremos más adelante) que no agota la totalidad de determinaciones que operan sobre un mensaje determinado, siempre el producto de múltiples – y heterogéneas – determinaciones.

           
2.3.- De los procesos de recepción


            En el otro polo de los procesos directos de producción significante distinguiremos los procesos de recepción o de ‘reconocimiento’ realizados bajo determinadas condiciones sociales y materiales por parte de ciertos individuos o grupos sociales a los que denominaremos, también, ‘destinatarios’ de un determinado hecho de significación.

            Hasta aquí hemos tomado en cuenta las propiedades significantes de un hecho discursivo [¿acabado?] y sus vinculaciones con determinadas condiciones de producción. Ahora bien, un estudio de esta naturaleza no presupone que las significaciones que surgen y se reconstruyen a partir del análisis operen de esa manera (y sólo de esa manera) en los distintos procesos de reconocimiento producidos por diferentes actores sociales. El estudio de los procesos de producción discursiva no es equivalente al estudio de los procesos de reconocimiento; son, por el contrario, dos momentos claramente diferenciados de los hechos de comunicación. Mientras que en el primer caso a través del análisis se pueden reconstruir las estrategias y operaciones discursivas en relación a determinadas condiciones históricas y este hecho es un dato fijo, en el segundo, las modalidades de la recepción son fluctuantes y dependen de un conjunto de variables (las condiciones de recepción) que hacen que los discursos o mensajes sean objeto de múltiples lecturas de acuerdo con el momento histórico en que el producto es recepcionado y decodificado (y esto depende del proceso de circulación) y de las condiciones (variables) materiales y sociales en las que se inscriben los destinatarios. Si los productos o mensajes son hechos acabados, las lecturas constituyen situaciones abiertas, que incluso pueden llegar a cargar de nuevos contenidos a la significación original. Lo que el analista reconstruye de un determinado hecho de significación orienta de alguna manera lo que puede concebirse como la ‘eficacia’ particular de ese discurso y sus posibles efectos de sentido en relación a sus destinatarios. Pero el discurso no prescribe ni condiciona, por sí solo, la totalidad de la decodificación. El discurso del poder no remite linealmente al poder del discurso. Y esta perspectiva quiebra ciertas fáciles certidumbres, muy arraigadas por lo demás en numerosos estudios sobre comunicación masiva, que tienden a asimilar producción con recepción; mensaje producido con internalización inmediata y lineal de sus significaciones sin que medie entre producto y receptor ninguna ‘resistencia’ o alteración frente a los ‘contenidos’ propuestos.

            Así como existe un trabajo sobre distintas materias significantes en los procesos de producción de significaciones, existe también un trabajo específico de decodificación o ‘reconocimiento’ por parte de los destinatarios (las ‘gramáticas de reconocimiento’) que se realiza bajo determinadas condiciones materiales, sociales y psicológicas. Estas condiciones – variables – son las que posibilitan la multiplicidad de lecturas de un mismo hecho de significación y las que condicionan el sentido final que asume un mismo producto, a través del tiempo, para distintos o los mismos destinatarios, o en el mismo tiempo para destinatarios situados en distintos lugares de la estructura social. Un mismo programa televisivo no actúa con igual eficacia entre distintos individuos pertenecientes a sectores sociales diferentes porque el ‘filtro’ con que operan los destinatarios (situación de clase, competencia cultural, naturaleza de sus prácticas sociales, etc. etc.) condiciona la recepción, la comprensión y/o la adhesión de un determinado mensaje. Determinar el poder real de un determinado discurso y las maneras en que se inscribe en la estructura de las relaciones sociales es la tarea que se propone el análisis de los procesos de recepción.

            Algunos estudios recientes proponen algunas perspectivas de interés sobre este punto. En particular y retomando algunos de los principales descubrimientos del psicoanálisis destacan la necesidad de ampliar la perspectiva teórica y metodológica en el estudio de los ‘efectos’ de los mensajes o lo que hemos denominado los procesos de recepción o ‘reconocimiento’. Lo que se plantea es el problema de la inscripción de los distintos discursos – entendidos como representaciones objetivas en el complejo campo de las ‘representaciones subjetivas’ -[21]. Por lo general, como lo señala Sercovich, los estudios sobre ‘efectos’, tanto los provenientes del marxismo como los funcionalistas, han permanecido en la esfera de las respuestas conscientes. Se ha tratado de explicar, fundamentalmente, el grado de comprensión y el tipo de acuerdos o desacuerdos racionales de los sujetos enfrentados a los múltiples lenguajes e interpelaciones que los atraviesan y los constituyen como tales. Pero, por cierto, el problema de la eficacia de los lenguajes (y de las interpelaciones) es bastante más complejo que el de la constitución de las representaciones conscientes de los individuos. Otro tanto, por lo demás, podría decirse con respecto al papel de los sujetos productores de los discursos sociales – en la figura tradicional, los emisores – que no son sólo portadores de ‘intereses sociales’ sino también de pulsiones y deseos que forman parte, como factor de importancia, de lo que hemos llamado condiciones de producción.

            Sercovich plantea que los discursos se inscriben doblemente en el sujeto: a nivel consciente (este sería el dominio de la comprensión en donde predomina la reflexión y/o la racionalización) y a nivel inconsciente (el dominio de la adhesión que se inscribe en el nivel de lo imaginario y del deseo). Entre comprensión y adhesión distingue un tercer término, el de la aceptación (o acuerdo). La combinación de estas variables y su pareja de opuestos (comprensión/incomprensión, acuerdo/desacuerdo, adhesión/rechazo) permitirían definir la acción de los discursos y su eficacia particular en relación a determinados intereses sociales, distinguiendo mediaciones y pasajes en el proceso de decodificación que es, como hemos señalado antes, simultáneamente un proceso de producción de nuevos sentidos (o discursos) ya sea que se expresen en mensajes lingüísticos o en rituales y/o prácticas sociales concretas.

            Por cierto las combinaciones (en relación a los ‘efectos’) pueden ser diversas. Es posible comprender ciertos mensajes sin que haya aceptación de los mismos, aunque a nivel de la adhesión (contenidos psicológicos profundos) tengan, por su lado, un alto grado de incidencia. Este quizás sea el caso de discursos con alto valor persuasivo como los mensajes publicitarios o ciertos discursos políticos de líderes ‘carismáticos’. También es posible que no se comprendan ciertos mensajes y sin embargo se los acepte y aún produzcan adhesiones profundas: el caso de una misa en latín o algún otro ritual que proponga parecidos vínculos de comunicación, o el caso de discursos de alto nivel de especialización que difundidos por ciertos medios y calificados por ese hecho y el poder del que lo enuncia (discursos técnicos, económicos, médicos, etc.) pueden producir un efecto positivo al nivel del acuerdo o de la adhesión profunda.

            Ahora bien, estos efectos (y las combinaciones que pueden distinguirse) no remiten a fenómenos individuales o a respuestas de sujetos aislados. Por el contrario, es preciso relacionar los ‘efectos’ de los discursos masivos (y otros) con los ‘lugares’ que los individuos ocupan en la estructura social y sus derivaciones y que constituyen las condiciones materiales y sociales de recepción (pertenencia de clase, ubicación específica dentro de las fracciones de una clase determinada, grados de competencia lingüística y cultural, tipo de prácticas sociales, etc., variables que es necesario vincular con la coyuntura histórica en la que se producen los procesos de recepción). Los efectos de atribución de sentido a los mismos discursos varían según la inscripción de dichos discursos en la subjetividad de individuos que tienen una determinada ubicación dentro de una formación social dada. Esto por un lado. Por el otro podríamos agregar que los efectos de atribución de sentido a un mismo discurso varía, también, según el momento histórico en que dicho producto es recepcionado. La historia social de un texto, de un filme, de una sinfonía es precisamente la historia de las múltiples lecturas de que pueden ser objeto a lo largo del tiempo y en función de los nuevos códigos de recepción que se van instituyendo.


2.4.- De las ideologías y los intercambios simbólicos


            Las preguntas inciales: ¿cómo funcionan los discursos en el seno de la vida social? ¿cuáles son los vínculos entre discurso y realidad histórica? ¿cuál es la eficacia particular de las prácticas discursivas? Sitúan el problema de los intercambios simbólicos en el camino de acción de las ideologías sociales. Es por ello que las nuevas corrientes semióticas al tiempo que establecen las relaciones entre realidad social y funcionamiento discursivo, abren nuevas perspectivas para el estudio de las ideologías, sus formas de materialización y de acción específicas dentro de formaciones sociales concretas. En el apartado siguiente revisaremos algunas de las concepciones marxistas sobre esta cuestión (superestructuras ideológicas y base material, hegemonía y aparatos de hegemonía, ideologías y clases sociales...); por el momento nos detendremos, con un nuevo enfoque, en algunos de los aspectos que fuimos considerando acerca de los procesos sociales de producción significante.

            Las corrientes que hemos estado analizando parten del supuesto de que las ideologías en tanto realidades materiales específicas, se manifiestan y objetivan en el dominio de las significaciones sociales. A los fines de llegar a este punto, Verón, por ejemplo, distingue entre la noción tradicional de ideología (s) y un nuevo concepto teórico, el de lo Ideológico. A la noción tradicional le adjudica un valor exclusivamente descriptivo para designar el conjunto heterogéneo y más o menos difuso de hechos que en la literatura clásica se expresan como ‘sistema de ideas’, ‘representaciones’, ‘concepciones del mundo’, ‘creencias’, ‘imágenes’, etc. vale decir, ‘conjuntos discursivos’ que pueden recortarse empíricamente de otros hechos de un modo general como es el caso cuando se habla de ‘fascismo’, ‘cristianismo’, ‘socialismo’, ‘nacionalismo’, etc.[22].

            Por lo contrario, lo ideológico tiene un estatuto teórico preciso y remite a una dimensión inherente a todo hecho discursivo y a todas las modalidades de ‘comunicación social’ (interpersonal, institucional, de los mass media, etc.) no importa cuáles sean las materias significantes en juego (el comportamiento, el lenguaje, las imágenes, los objetos, etc.). Como ‘dimensión’ específica de cualquier hecho de significación, lo ideológico es un nivel de análisis: el que establece el “sistema de relaciones entre un discurso y sus condiciones (sociales de producción)[23]. El análisis ideológico de un discurso consiste, pues, en detectar las ‘marcas’ que las condiciones de producción han dejado sobre la superficie textual o, de otro modo, en establecer la relación del mensaje con sus determinaciones sociales, como lo hemos visto anteriormente, demostrando de qué modo dichas determinaciones se materializan en discurso a través de determinadas operaciones discursivas. En la misma línea de reflexión, de Ipola define las ideologías como “las formas de existencia y de ejercicio de la lucha de clases (y sus derivados) en el dominio de los procesos sociales de producción de las significaciones sociales”[24]. Lo que implica señalar que los procesos sociales (contradicciones, antagonismos y conflictos entre clases y sus derivados – grupos no clasistas -) en su dimensión ideológica (diferente a la política o a la economía) se materializan en el dominio de la producción significante. O más simplemente que las ideologías o la lucha ideológica no existen fuera del discurso y de procesos comunicativos concretos.

            Por todo lo dicho no es posible establecer una distinción entre discursos ideológicos y otros discursos que no contendrían dichas ‘propiedades’ (el científico, por ejemplo, para Althusser) como ha sido tendencia arraigada en numerosos estudios que tratan de diferenciar las ‘prácticas ideológicas’, como conjuntos empíricamente recortables, de todas las demás prácticas. Sintetizando, todo hecho de significación es susceptible de ser analizado en su dimensión ideológica (aunque esta dimensión no explique la totalidad de determinaciones que operan sobre un discurso) toda vez que se establezcan las relaciones existentes entre los mensajes y sus condiciones – políticas, económicas, institucionales, etc. – de producción y de recepción.

            Ahora bien, Verón señala en todos sus trabajos que es preciso no confundir la dimensión ideológica de los discursos (que concierne exclusivamente a las relaciones existentes entre un conjunto significante y sus condiciones de producción) y la dimensión del poder de los discursos que, en el otro polo del sistema productivo, remitiría a los ‘efectos’ o a la eficacia particular de un determinado mensaje en el momento de la recepción, ‘efectos’ que se manifestaban bajo la forma de nuevos discursos (lingüísticos y no lingüísticos puesto que el efecto o los efectos producidos sólo pueden evaluarse, como es obvio, en función de las respuestas que se produzcan, ya sean verbales o de comportamientos). De manera simétrica al punto de partida (el polo de la producción), el “poder sería el nombre del sistema de relaciones entre un discurso y sus condiciones (sociales) de reconocimiento”; por consiguiente, como lo ideológico, el concepto de ‘poder’ remite a una dimensión de análisis de todo hecho de significación en el proceso de recepción y por lo tanto aludiría, por ejemplo, a la incidencia diferencial que tiene un mismo discurso en contextos sociales distintos y a las diferentes lecturas de que es objeto dicho discurso en momentos históricos determinados, ya sea, como lo hemos visto, a nivel de la comprensión, del acuerdo y/o de la adhesión.

            A pesar que esta distinción tiene como objetivo metodológico el separar con nitidez el proceso de producción del proceso de reconocimiento como momentos diferentes en los que actúan reglas y operaciones también diferentes ( ‘gramáticas de producción’ y ‘gramáticas de reconocimiento’) dicho objetivo aparece como irrelevante si se toma en consideración que, al mismo tiempo, bloquea una comprensión adecuada del funcionamiento de las ideologías reducidas, en este caso, al proceso de producción. ¿Por qué no hablar de ‘efectos ideológicos’ en el proceso de recepción? Sin entrar demasiado en detalles, creemos que es preciso abarcar con el concepto de ideológico la totalidad del proceso: tanto las ‘gramáticas de producción’, en sentido amplio, como sistema finito de reglas (discursivas y sociales) que permiten la producción de múltiples enunciados, como las ‘gramáticas de reconocimiento’ en tanto sistema finito de reglas (discursivas y sociales) que permiten la decodificación de múltiples enunciados.

            De Ipola ha visto con claridad este problema y sus conclusiones [...] a una probable solución: “... queda perfectamente claro que lo ideológico no se agota en la relación entre un conjunto significante y sus condiciones sociales de producción; lo ideológico está también presente ‘en recepción’, bajo la forma de un ‘efecto’ específico, y diferenciable, por lo demás, de otros ‘efectos’; por ejemplo, el efecto científico. De lo cual se concluye, no, por supuesto, que haya que ‘confundir’ la problemática de lo ideológico con la problemática del poder, sino que hay que articularlas, tanto en ‘producción’ como en ‘recepción’ y, como corolario de lo anterior, que el análisis ideológico de un discurso incluye tanto el de su proceso de producción como el de su proceso de recepción”[25].

III.- HEGEMONIA, APARATOS DE HEGEMONIA Y PROCESOS DE COMUNICACIÓN

3.1.- Sobre el Estado ampliado y la producción de consenso


            Dentro de la tradición marxista, el concepto de ideología ha sido pensado como parte de la cuestión de los modos de producción y en particular se le ha referido, como una instancia particular, al nivel de las superestructuras. En esta concepción de la sociedad como una tópica la estructura de la sociedad estaría constituida por la base económica (la llamada infraestructura) y por la superestructura, diferencia a su vez en dos instancias: la jurídico-política y la ideológica. La metáfora de la sociedad como un edificio tiene por objetivo señalar que existe un principio de determinación, la base material, que explica y condiciona el funcionamiento del todo social. A partir de este enfoque, numerosos estudios han terminado por dividir la sociedad en dos campos, relativamente aislados entre sí: el de la producción, por un lado, el de la reproducción por el otro. Según esta perspectiva las ideologías (o la ideología, a secas) tendrían como función la reproducción de las relaciones capitalistas de producción.

            Es Gramsci quien resitúa el problema de las superestructuras a partir de la producción de nuevos conceptos que, como el de hegemonía, plantean un principio de solución al clásico problema de las ‘instancias’ (económica, política, ideológica) como espacios divididos de la realidad social. El núcleo de su reflexión consiste en establecer la relación base/superestructuras como momentos articulados de la ‘totalidad orgánica’, lo que posibilita superar la noción espacial del edificio en el marxismo clásico. La dialéctica estructura/superestructura se da a través del concepto de bloque histórico, como campo de relaciones de fuerzas sociales que se articula a partir de la hegemonía que un grupo social ejerce sobre el conjunto de la sociedad[26].

            El bloque histórico como sistema hegemónico tiene el punto de arranque en su definición del Estado ampliado como articulación entre sociedad política y sociedad civil, entre aparatos de coerción (policía, fuerzas armadas, burocracia, tribunales, etc.) y aparatos de hegemonía (escuela, familia, iglesia, partidos políticos, sindicatos, medios de comunicación [no se leen varios renglones]...; de otro modo, el Estado no cumple sólo funciones políticas y represivas sino también funciones hegemónicas, las de dirección intelectual y moral sobre el conjunto de la sociedad a partir del funcionamiento particular de los aparatos ideológico-culturales. “El Estado bajo el capitalismo (y sólo en él es lícito hablar de Estado para referirse al poder político) es un Estado hegemónico, el producto de determinadas relaciones de fuerzas sociales, el complejo de actividades prácticas y teóricas con las cuales la clase dirigente no sólo justifica y mantiene su dominio, sino también logra obtener el consenso activo de los gobernados”[27]. Ahora bien, el aparato de hegemonía (la sociedad civil) como el aparato del Estado, en sentido restringido (la sociedad política) no son momentos aislados ni autosuficientes, tampoco un simple ‘reflejo’ de la ‘realidad material’. Por el contrario constituye las condiciones de existencia y de funcionamiento de la base material. Las ‘trincheras y casamatas de la sociedad civil’, como Gramsci llama a los aparatos de hegemonía donde se cumplen las funciones de dirección política, intelectual y moral de una clase sobre las demás, se integran en estrecho vínculo con las relaciones de producción. A partir de estas instituciones se produce la proyección y ampliación del Estado sobre la trama ‘privada’ de la sociedad y la expansión molecular de la dirección (que, a diferencia de la dominación desnuda, tiene que ser pedagógica) de la clase dominante sobre el conjunto de la vida social[28]. La preocupación fundamental es establecer las conexiones existentes entre ideologías, prácticas, culturas y relaciones de producción; entre modos de vida, métodos capitalistas de trabajo y sistemas de hegemonía. A partir de allí es que Gramsci plantea, rompiendo con anteriores esquemas, que la hegemonía nace en la fábrica en donde, según esta perspectiva, se articula concretamente el campo de la producción material y el de la producción política e ideológica como momentos indisociables de un mismo proceso[29].


3.2.- Sobre la noción clásica de ideología


            El concepto de hegemonía (que no es equivalente al de ideología dominante) alude a la capacidad estratégica de una clase social para obtener, a partir de la universalización de sus intereses específicos, el consentimiento activo o pasivo de la mayoría de los sectores sociales en torno a su proyecto histórico. Con esto Gramsci refiere, de manera simultánea, la existencia de la hegemonía de la clase dominante y la construcción de hegemonías alternativas por parte de los sectores subordinados.

            Ahora bien, ¿Cómo se logra el consenso, activo o pasivo, de los grupos sociales, en torno a un determinado proyecto histórico?

            “... Una clase es hegemónica – escribe Chantal Mouffe – cuando logra articular a su discurso la abrumadora mayoría de los elementos ideológicos característicos de una determinada formación social, en particular los elementos nacional populares que le permiten convertirse en la clase que expresa el interés nacional”[30]. Profundizaremos esta definición, pero antes de entrar en el análisis de “los procesos de articulación de los elementos ideológicos existentes en una formación social” será preciso revisar el concepto de ideología, tal como ha sido elaborado por algunos de los principales exponentes del marxismo.

            Althusser define a la ideología como “... un sistema de representaciones (imágenes, mitos, ideas o conceptos según el caso) dotado de una existencia y de un rol histórico dentro de una sociedad determinada”[31]. Con posterioridad (1970), en Ideología y aparatos ideológicos del Estado, en un claro acercamiento al psicoanálisis, la caracterizará como “... la relación imaginaria de los individuos con sus condiciones reales de existencia”, relación cuyo carácter imaginario se establece en la medida en que todos los individuos serían constituidos en sujetos (y sujetados a la creencia en su autodeterminación y libertad individual) a través de mecanismos de interpelación[32].

            En Gramsci la noción de ideología reviste diferencias sustanciales pero para los objetivos que nos planteamos tomaremos en cuenta sólo un aspecto de su perspectiva, aquella que identifica tendencialmente a las ideologías como la visión del mundo de una clase, que impregna todas las actividades y todas las prácticas. La ideología es “una concepción del mundo que se manifiesta implícitamente en el arte, en el derecho, en la actividad económica, en todas las manifestaciones de la vida colectiva e individual”[33]. Concepción del mundo que surge de condiciones materiales concretas y que determina a la vez la relación que las masas establecen con la sociedad. Por ello Gramsci precisa, (las ideologías orgánicas) “... en cuanto históricamente necesarias tienen una validez que es validez ‘psicológica’, ‘organizan’ las masas humanas, forman el terreno en medio del cual se mueven los hombres, adquieren conciencia de su posición, luchan, etc....”[34].

            El sujeto es concebido, pues, como el lugar de acción de las ideologías o, de otro modo, las ideologías aparecen como el principio de producción de los sujetos en la vida social. Aunque desde perspectivas opuestas, ésta parece ser la síntesis de las posiciones de Althusser y de Gramsci: la relación imaginaria con que los hombres viven sus relaciones con lo real, para el primero[35], y el principio de inteligibilidad de la realidad social, el terreno donde los sujetos elaboran sus relaciones con el mundo y luchan por resolver los conflictos sociales, para el segundo.

            En ambas perspectivas, además, vemos que se reagrupan aspectos y elementos heterogéneos: representaciones, imágenes, ideas, mitos, interpelaciones, concepciones del mundo, etc., a la vez que queda en una relativa oscuridad la naturaleza y el funcionamiento específico de las ideologías. ¿Cómo y dónde se materializan las concepciones del mundo, el conjunto de representaciones, creencias, ideas? ¿Cuál es la naturaleza de las llamadas ‘interpelaciones’ que ‘constituyen a los individuos en sujetos’? ¿Cuál es el sentido preciso del accionar ‘implícito’ de las ideologías según Gramsci? Puesto que las ideologías funcionan socialmente y producen efectos sociales ¿pueden concebirse fuera de su organización particular como ... [no se lee la última línea de la fotocopia]... significación? Y ya que estamos en el terreno de los lenguajes, las ideologías ¿no remitirían tal vez – según algunas sugerencias dispersas en los textos citados – a un conjunto de reglas y operaciones subyacentes, de ‘lenguaje profundo’, que organizarían de una cierta manera las distintas prácticas significantes?

            Ahora bien, podemos llegar a estas preguntas porque como se infiere de las nociones utilizadas (sistema de representaciones, imágenes, mitos, interpelaciones, concepciones implícitas del mundo) se ha tendido a identificar, oscuramente tal vez, las ideologías con el dominio de lo discursivo, de una manera que podríamos calificar de pre-lingüística, si se quiere. De allí la crítica, precisa, que Julia Kristeva hace a estas teorizaciones (refiriéndose a Althusser en particular): “... la materialidad de la ideología es pensada como exterior al dominio específico, a la materialidad específica en la que se produce la ideología, a saber el lenguaje y de manera más general la significación (...). La significación es desconocida en su funcionamiento material propio: las ‘modalidades de la materialidad de las prácticas ideológicas’, a pesar de ser consideradas, no se plantean”[36]            .

            A partir de todo lo visto hasta el momento, estamos en condiciones de sintetizar algunos de los aspectos centrales de la problemática producción discursiva – procesos de comunicación – ideologías, a saber:

1.- Los procesos sociales de producción significante constituyen el dominio donde se materializan las ideologías.

2.- La dimensión de lo ideológico en los discursos sociales no se revela en los ‘contenidos’ manifiestos sino que opera fundamentalmente en niveles de implicitación discursiva (gramáticas de producción / gramáticas de reconocimiento) que es preciso detectar a partir del análisis de las ‘marcas’ que aparecen en la superficie de los hechos de significación.

3.- Dichas ‘marcas’ son las que reenvían a las condiciones productivas o al contexto de la enunciación, como lo hemos visto. Buena parte de estas condiciones, por lo demás, remiten al funcionamiento y a las características que asumen los aparatos de hegemonía en un momento histórico dado.

4.- La inscripción social de los procesos de comunicación se explica, en lo fundamental, dentro de los marcos de la lucha por la conservación o la transformación de la hegemonía y por lo tanto expresa posiciones de clase (y sus derivados).

5.- Las relaciones de fuerza en el campo de lo social y de lo político se expresan en el plano de las significaciones como operaciones concretas de construcción / deconstrucción de elementos discursivos según principios de articulación o principios hegemónicos.


3.3.- Sobre los aparatos de hegemonía


            Hemos dicho que las redes de comunicación que se establecen en una sociedad están regidas, en buena medida, por la estructura, el funcionamiento y las particularidades que asumen los aparatos de hegemonía en un momento histórico determinado. Definiremos, pues, a estos aparatos como “las instituciones especializadas que tiene a su cargo la producción, circulación, inculcación y consumo de las significaciones ideológicas”[37].

            Por lo tanto, estos aparatos pueden considerarse espacios de condensación de la lucha ideológica aunque no sean los únicos lugares donde esta lucha se efectiviza. Como lo hemos visto anteriormente, la producción significante y los intercambios comunicativos atraviesan todas las ‘instancias’ y regulan todas las prácticas sociales puesto que las dimensiones discursivas y simbólicas no son variables exteriores de los procesos económicos y/o políticos sino, en tanto realidades específicas, parte integrante de dichos procesos.

            Veamos ahora algunas de las dimensiones a considerar con respecto a los aparatos de hegemonía y en relación con los procesos comunicativos:

1.- Los aparatos de hegemonía son los espacios institucionales donde se materializa el campo de significaciones de la clase dominante y desde donde se ejerce la función de hegemonía de esta clase sobre las demás. El poder y el control sobre los distintos aparatos (medios de comunicación, escuela, iglesia, partidos, sindicatos, familia, etc.) no se da de manera homogénea pero el caso de los medios de comunicación es expresivo – por la cantidad de evidencias empíricas reunidas – del ejercicio del poder de clase. Como lo demuestran numerosos estudios[38], este es un campo fuertemente estructurado en torno a la concentración económica del poder nacional y transnacional que favorece a su vez el desarrollo de ciertas tecnologías comunicativas a los fines de asegurar en un doble movimiento la trasnacionalidad de las economías y la trasnacionalización de las culturas. Los sistemas de poder se afianzan todavía en otros niveles, tal es el caso de las agencias de publicidad, gravitando en la definición de líneas y perfiles de programación y de información y del Estado estableciendo diferentes sistemas de control político sobre los medios. Estas son algunas de las ‘condiciones de producción’ que determinan, en buena medida, las estrategias discursivas y los rasgos que asumen las comunicaciones y la cultura de masas en distintos países de la órbita capitalista.

2.- Lugares de ‘realización’ de las significaciones ideológicas dominantes, los aparatos de hegemonía no son, sin embargo, instrumentos puros al servicio de una clase social. Por el contrario, cada uno de ellos condensa, de distinta manera, las relaciones de fuerza existentes en una sociedad determinada y expresa, en ese orden, los conflictos, las contradicciones y los antagonismos sociales. Los distintos conflictos se van constituyendo en punto de apoyo de estrategias comunicativas diversificadas. Como señala Jacques Guilhaumon, los aparatos de hegemonía son lugares estratégicos donde circulan narraciones dispersas, contradictorias, ‘activas’, en proceso continuo de construcción / deconstrucción de la materialidad discursiva[39]. Más que de reproducción del discurso del poder tendremos, pues, que hablar de la existencia de posiciones discursivas variables en el interior de un campo de fuerzas.
            Para el caso de países con ‘relativa estabilidad democrática’ (otro es el caso de las dictaduras donde se estrechan al mínimo las posibilidades de enfrentamiento ideológico), los procesos de construcción / deconstrucción de los hechos discursivos tienen un margen abierto de posibilidades, dependiendo (dicho margen) de las circunstancias históricas concretas de cada formación social. En los medios de comunicación social estos procesos se manifiestan con distintas modalidades según los distintos aparatos: prensa, radio, cine, tv, etc. Si tomamos un ejemplo, el de la prensa en México, podemos vislumbrar, a simple vista y de manera intuitiva, cuál es el campo estratégico dentro del que se mueven distintas tendencias que a su vez se materializan en formas diferenciadas de producción discursiva, ya sea en el plano ‘oficial’ como en el de las producciones que podríamos llamar ‘marginales’ y que expresan intereses de sectores subordinados.

            3.- Los aparatos de hegemonía no forman un bloque o una lista homogénea sino que sus propiedades regionales (la religión, la moral, el derecho, la política, la cultura de masas, el conocimiento) contribuyen de manera desigual al desarrollo de la lucha ideológica entre las clases antagónicas[40]. La eficacia de cada uno de los aparatos es, por lo tanto, relativa, desigual y a la vez complementaria. El carácter relativo y desigual de su acción y de sus ‘efectos’ depende de la relación que guardan, en cada circunstancia histórica, con el desarrollo de la base material, con las particularidades que revisten la lucha ideológica y política en cada formación social, con las relaciones de fuerza y de poder a nivel trasnacional, etc. En cuanto a las relaciones de complementariedad entre la acción de distintos aparatos ideológico-culturales, éstas se producen porque en la lucha por la conservación de la hegemonía, aunque atravesada por estrategias diversas y por ‘interpelaciones’ heterogéneas, existe una tensión hacia la unidad ideológica que suele expresarse en la capacidad de cada mensaje o discurso particular, de jugar un papel de condensación con respecto a los otros[41]. Dice Laclau: “... cuando una interpelación familiar, por ejemplo, evoca una interpelación política, una interpelación religiosa, una interpelación estética, etc.; cuando una de estas interpelaciones aisladas opera como símbolo de las otras, nos encontramos con un discurso ideológico relativamente unitario”[42].

            Este ‘efecto de condensación’ es lo que podríamos percibir en distintas interpelaciones que a pesar de su heterogeneidad presentan similitudes (rasgos y dispositivos comunes) en su estructura profunda, de modo que una de ellas evoca y reenvía a las demás. Por ejemplo, éste podría ser el caso de cierto tipo de discursos ‘disciplinarios’ que, más allá de sus contenidos manifiestos, evocan parecidas relaciones jerárquicas y sus consecuencias (dominación / subordinación) entre los protagonistas del acto de comunicación (el discurso escolar y la relación maestro / alumno, el discurso familiar y la relación padres / hijos; el discurso religioso y la relación sacerdotes / feligreses... etc.). Lo que confiere una relativa unidad a diversos discursos ideológicos, y por lo tanto, a la eficacia global de sus mecanismos es lo que podríamos caracterizar como el ‘principio de articulación’ que regula la existencia de los mensajes y que remite a un proyecto de clase determinado. Volveremos sobre este punto.

            4.- Hemos señalado que los aparatos hegemónicos son básicamente centros de producción, circulación, inculcación y recepción de significaciones ideológicas. Hasta ahora menos visto algunas de las dimensiones referentes al proceso directo de producción significante; cabría entonces analizar en qué medida y con qué modalidades estos aparatos determinan y regulan los procesos de recepción.

            Los aparatos de hegemonía prescriben reglas de funcionamiento de los procesos discursivos y al mismo tiempo instituyen el papel de los participantes en el acto de comunicación regulando los términos del intercambio simbólico. Hemos referido al comienzo que el lugar de la enunciación condiciona el sentido de un mensaje, en la medida en que hablar desde un espacio calificado (el del poder, por ejemplo) confiere asimismo calificación (y poder) al enunciado. Por extensión podríamos señalar que el contexto de la enunciación condiciona, asimismo, los procesos de reconocimiento al determinar las circunstancias del intercambio y al promover en el destinatario los marcos generales de una cierta disposición y/o disponibilidad y de ciertos ‘efectos’ de creencia y/o de acuerdo.           

            Por cierto, en el caso de los medios de comunicación, cada medio preestablece, en relación con el soporte tecnológico, distintas modalidades de recepción: el cine, como es obvio, actúa de una manera distinta que la televisión o la radio, ocupan distintos espacios en la vida individual o colectiva y favorecen diferentes encuadres para el acuerdo o la adhesión (es muy conocido, por ejemplo, el ‘efecto’ de verosimilitud que promueve la televisión como el medio que parece presentar la realidad ‘tal cual es’).

            Por lo demás, la diversificación de la producción cultural (productos de distinta ‘categoría’, con distintos precios y formas de circulación, con diferentes lenguajes, etc.) aseguran la estratificación de los destinatarios, refuerzan el reparto diferencial de los bienes culturales y tienden a reproducir la discriminación social poniendo a cada cual ‘en su lugar’. Los espacios institucionales producen, pues, los discursos y también las condiciones de su consumo aunque éstas no sean las únicas condiciones ni definan automáticamente los procesos de decodificación y de consumo en la línea prevista por el emisor.


3.4.- Ideologías, discurso y principios hegemónicos


            Las relaciones de poder van configurando los reajustes, las ramificaciones y los desplazamientos de los hechos discursivos en las distintas coyunturas históricas, y en esa medida las ideologías no se constituyen de una vez y para siempre, ni remiten linealmente a determinados intereses de clase. Sobre este punto señala Regino Robin: “la circulación de enunciados no obedece a simples reglas de remisión a una clase. En el discurso (...) todo es recuperación, rechazo, remisión, reformulación, inversión y distorsión (...). Este punto es decisivo para referirse a los problemas de hegemonía. En los aparatos ideológicos, como en el aparato de Estado, las formaciones discursivas jamás se presentan frente a frente con contornos netos. Lucha siempre sobre el aquí y ahora, que ya está hecho de rechazos, remisiones, recuperaciones, inversiones, reformulaciones. Ellas mismas están en relación de alianza, de compromiso, de antagonismo, etc. Será pues imposible constituir el diccionario de las palabras burguesas, el diccionario de las palabras pequeñoburguesas, y el de las palabras proletarias (...)”[43].

            Aunque desde una reflexión de otra naturaleza, Chantal Mouffe apunta, como Robin, a definir las ideologías desde una perspectiva no reduccionista (ni simple ‘reflejo’ de la base económica, ni mero paradigma de intereses de clase). La ‘reforma intelectual y moral’ que se emprende desde las instituciones de la sociedad civil (los aparatos de hegemonía) tiene como objetivo – sostiene – establecer a través de la acción cultural una visión unitaria del mundo que operaría sobre el conjunto de las voluntades dispersas y heterogéneas. Ahora bien, ‘visión unitaria del mundo’ no comporta la idea de una representación homogénea y acabada. Por el contrario, dicha visión sería el producto de la lucha ideológica y en tanto tal el resultado de la articulación de elementos ideológicos preexistentes en una formación social, a los cuales se les dota de un peso específico según las diferentes perspectivas de clase[44].

            Dos preguntas se plantean frente a esta reflexión: 1) ¿Cuál es el principio unificador de un sistema ideológico?, ¿Cómo puede determinarse el carácter de clase de una ideología?. Si se postula que las ideologías son constituidas en procesos permanentes de construcción / deconstrucción de elementos, algunos clasistas y otros no, es evidente que de no mediar un ‘principio’ que unifique las diversas ‘interpelaciones’ que se producen en una formación discursiva, estaríamos enfrentados a variaciones azarosas y a registros dispersos que no podrían constituir una ‘visión del mundo’ ni tampoco ‘una dirección intelectual y moral’ capaz de agrupar a la mayoría de los sectores sociales en torno al proyecto hegemónico. Por lo tanto, si bien no es pensable un diccionario de palabras burguesas o proletarias, sí es posible determinar la existencia de dispositivos y reglas de operación del material discursivo que hacen posible la unidad de una ideología. Llamaremos a estos dispositivos que ordenan o regulan la producción de significaciones ideológicas, principios de articulación o principios hegemónicos (para retomar una expresión de Ch. Mouffe, aunque ella no los refiera a operaciones discursivas en sentido estricto). Sintetizando: las interpelaciones o ‘elementos’ o palabras aisladas con los que se produce un cierto discurso no son, necesariamente, patrimonio de clase alguna, pero la manera en que dichos elementos son articulados, a través de reglas específicas, en la materialidad significante sí se inscriben en una perspectiva de clase. Por consiguiente, lo que mediría la capacidad hegemónica de una clase social sería, precisamente,  esta capacidad de integrar en un conjunto relativamente estructurado, interpelaciones y elementos de alcance y naturaleza diferentes, clasistas algunos, no clasistas otros. (Al respecto vale para el caso el ejemplo que dimos acerca de la evolución de las revistas femeninas y su capacidad de integrar nuevos elementos rearticulándolos a los preexistentes, en el marco de una determinada concepción del mundo.

            En este punto debemos recordar que la significación no se deja leer a primera vista y que se sitúa más allá de las palabras y de los conceptos presentes en un discurso determinado. Por extensión, lo ideológico en las significaciones (como un nivel particular de sentido) se expresa fundamentalmente bajo la forma de implicitaciones discursivas y no en la manifestación literal. Es así que discursos muy distintos (o simplemente distintos) pueden tener estructuras profundas comunes y por lo tanto remitir a un mismo principio hegemónico. Y a la inversa, discursos cuya expresión literal es casi idéntica o idéntica pueden reenviar a principios de articulación diferentes (y por lo tanto a distintos proyectos de clase). Para el primer caso, baste recordar el ejemplo que dimos sobre los discursos ‘disciplinarios’ y su ‘efecto’ común de condensación, a pesar de la naturaleza diferencial de las ‘interpelaciones’ utilizadas. Para el segundo caso pondremos un ejemplo del discurso religioso: la interpelación ‘bienaventurados los pobres de espíritu porque de ellos será el reino de los cielos’. Dicha frase cambia de sentido según su contexto de enunciación. En una iglesia tradicional puede querer decir que las virtudes de la pobreza y la humildad posibilitan la salvación eterna y que esa es la felicidad a la que hay que aspirar, renunciando a cambiar las condiciones aquí, en la tierra. En una iglesia de la liberación, por el contrario, el sentido se inviste de un nuevo valor, el de la lucha a favor de la causa de los sectores desposeídos puesto que, merecedores del cielo, merecen lograrlo, también, aquí en la tierra.

            Estas serían algunas ilustraciones, a nivel bastante banal, de lo que hemos llamado principios de articulación o principios hegemónicos: se trata de procesos de readecuación, recuperación y / o resemantización de distintos elementos que, en el caso del ejemplo utilizado, proceden de los textos sagrados. Recuperación y rearticulación que están regidas por un orden extradiscursivo (como condición se producción, los distintos proyectos históricos de sectores pertenecientes a un mismo aparato hegemónico) y que se expresan en la materialidad del discurso, invistiendo de diferentes sentidos elementos procedentes, en este caso, de una fuente común.

            La ‘realización’ de las ideologías es, pues, plural; distintas estrategias y maniobras significantes articulan los espacios discursivos preexistentes a la vez que producen un hecho nuevo (dependiente del proceso comunicativo de que se trata). Como ya lo hemos señalado, estos principios de articulación (que equivaldrían a lo que antes hemos llamado el proceso directo de producción de significaciones) están en estrecha relación con el funcionamiento económico, político e ideológico de una formación social en una coyuntura determinada. Son las razones históricas, el conjunto de las condiciones de producción discursiva, las que definen el campo de posibilidad del decir frente a lo no dicho o, de otro modo, posibilitan, en cada caso particular, la emergencia de nuevos temas, de otros espacios simbólicos, de distintos ejes de oposición, así como también las transformaciones de los mecanismos y dispositivos de enunciación, de la estructura de los relatos, de las figuras retóricas, etc.

            Lo que se dice, en cualquier proceso de comunicación, es lo que resta después de un trabajo (casi siempre inconsciente) de selección y combinación a partir de la trama, muchas veces difusa, de censuras y tabúes que organizan y regulan las formas de pensar y sentir el mundo en las distintas sociedades y formaciones culturales. Es en el juego contradictorio de las formaciones discursivas, como dice Michel Pecheux, y a través de una “serie de enfoque, importaciones, traducciones, rodeos, desplazamientos y alteraciones en que se manifiestan las formas históricamente variables de la relación entre discurso, ideología e intereses de clases”[45].


PARA CONCLUIR:


            Estudiar procesos de comunicación implica, pues, situarse dentro de los campos estratégicos donde los discursos establecen redes y flujos particulares con otros discursos, y de este modo, van configurando el espacio donde se materializan las posibilidades del decir en un momento dado y las modalidades que asume la lucha ideológica en todos los tejidos de la vida social.

            Ahora bien, “el juego contradictorio de las formaciones discursivas” no es, sin embargo, un simple juego de palabras. La eficacia material, la particular incidencia de la producción significante no consiste solamente en dar un nombre a las cosas. “Poder y saber se articulan (...) en el discurso”, dice Foucault. Y más adelante agrega: “El discurso transporta y produce poder; lo refuerza pero también lo mina, lo expone, lo torna frágil y permite detenerlo”[46].

            Aunque así lo parecería, la lucha no se reduce a los enunciados, ni el juego al campo del discurso. Su referencia, por el contrario, es el enfrentamiento por la hegemonía dentro de un campo de fuerzas en el que se juegan objetivos que atañen al poder: poder sobre las instituciones, sobre el Estado y, fundamentalmente, sobre la posibilidad de definir un proyecto de sociedad y una manera de sentir y de concebir la vida.



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(Debo la bibliografía, porque la mayor parte no se entiende) 


[1] Mounin, Georges: ‘Saussure. Presentación y textos’. Editorial Anagrama. Barcelona, 1971. p. 29 y sigs.
[2] ‘Lingüística y Análisis del discurso. Lectura de una crisis’. Mimeo. P. 3
[3] ‘Dire et ne pas dire’, Herman, Paris, 1972. Existe traducción del capítulo ‘Implicitación y presuposición’. Mimeo. UAM-X, pg. 9/10/11.
[4] Siglo XXI, México, 1978. Ver en particular los capítulos ‘Enunciación’, ‘Situación de discurso’ y ‘Lenguaje y acción’.
[5] Op. cit. p. 375.
[6] Historia de la sexualidad 1. La voluntad de saber. Siglo XXI. Méjico, 1978.
[7] Siglo XXI, Méjico, 1970, p.144, 145.
[8] L’ordre du discours, Lección inaugural en el College de France pronunciada el 2 de diciembre de 1970. Ed. Gallimard, París. 1971. P. 12.
[9] Op. cit. p. 111/12.
[10] Les verités de la police. Francois Maspero. París, 1975. p. 81/2.
[11] Citado por Pecheux en ‘Les verités...’ p. 82.
[12] Verón, Eliseo: ‘Para una semiología de las operaciones translingüísticas’ en la revista Lenguajes N° 2, diciembre de 1974. Ediciones Nueva Visión, Buenos Aires. P. 24.
[13] Sobre este punto remitimos a los trabajos (citados en Bibliografía) de Paul Henry, Michel Pecheux, Regine Robin, Jacques Guilhaumou, Eliseo Verón, Emilio de Ipola, Narciso Pizarro, Louis Guespin, Juan B. Marcellesi, etc.
[14] En lo sucesivo se utilizarán como equivalentes a consumo las nociones de ‘reconocimiento’, ‘recepción’ o ‘decodificación’.
[15] En el desarrollo de este concepto y sus derivados haré amplio uso de los aportes teórico-metodológicos producidos por Eliseo Verón como también de las reelaboraciones efectuadas a partir de dichos aportes por Emilio de Ipola. La cita de los estudios de ambos autores figuran en la bibliografía general.
[16] Ver en particular ‘Semiosis de la ideología y del poder’ en Communications N° 28, Seuil, París, 1978, ‘Dictionnaire del idées non recures’ 1978 (mimeo) y ‘La semiosis social’ en El discurso político, UAM y Nueva Imagen, México, 1980.
[17] Diccionnaire des idées non recures, 1978, (mimeo), p. 91.
[18] Obras citadas.
[19] ‘Dictionnaire...’ p. 97 y 98.
[20] ‘Dictionnaire...’ p. 91.
[21] Sercovich, Armando: ‘El discurso, el psiquismo y el registro imaginario. Ensayos semióticos’. Nueva Visión, Buenos Aires [no se lee año ni páginas].
[22] ‘Dictionnaire...’
[23] ‘Dictionnaire...’ ‘Semiosis de L’idélogique et du poivoir’, ‘La semiosis social’, etc.
[24] ‘Sociedad, ideología y comunicación’. En Comunicación y Cultura N° 6. Ed. Nueva Imagen. México. 1978.
[25] ‘Discurso político, política del discurso’, mimeo, pág. 51. Publicado con el título de ‘Populismo e ideología 1’ en la Revista Mexicana de Sociología. Julio/setiembre de 1979. Instituto de Investigaciones Sociales. UNAM. México.
[26] Gramsci, Antonio: ‘Notas sobre Maquiavelo, sobre política y sobre el Estado moderno’. En Obras de Antonio Gramsci. Vol. 1. Juan Pablos editor. México, 1975. P. 67 y siguientes.
[27] Op. cit.
[28] Sobre este punto ver Buci-Glucksmann, Ch.: Gramsci y el Estado. Siglo XXI. México, 1978.
[29] Ver Notas sobre Maquiavelo...
[30] ‘Hegemonía e ideología en Gramsci’. En la Revista Arte, sociedad, ideología N° 5, México, p. 82.
[31] ... Marx, Maspero, París 1965, p. 238.
[32] Nueva Visión, Buenos Aires, 1974. P. 53 y p. 4 y subsiguientes.
[33] El materialismo histórico y la filosofía de Benedetto Crocce. En Obras de Antonio Gramsci, vol. 3. Juan Pablos editor, México, 1975.
[34] Op. cit. p. 58?
[35] Sobre este tema el artículo de Emilio de Ipola: ‘Crítica a la teoría de Althusser sobre la ideología’. Revista Uno en dos. N° 4 Colombia, 1974 y también A. Sánchez Vazquez, ‘Ciencia y Revolución (El marxismo de Althusser)’. Alianza editorial, Madrid, 1978.
[36] Léase ‘Práctica analítica, práctica revolucionaria. Preguntas a Julia Kristeva’. Revista Lenguajes N° 2. Diciembre de 1974. Ed. Nueva Visión. Buenos Aires.
[37] De Ipola, Emilio: ‘Sociedad, ideología y comunicación’. Op. cit.
[38] Entre otros podemos mencionar los trabajos de Armand Mattelart, Herbert Schiller, Antonio Pasquali, Heriberto Muraro, Víctor Bernal Sahagun, Juan Somavía, Fernando Reyes Matta, etc.
[39] ‘Lingüística y Análisis del Discurso’. Mimeo. P. 19/20.
[40] Pecheux: ‘Les verités...’ op. cit. p. 129/130
[41] Laclau, Ernesto: ‘Los ‘elementos’ ideológicos y su pertenencia de clase’ e ‘Interpelaciones de clase e interpelaciones popular-democráticas’, en Política e Ideología en la teoría marxista. Siglo XXI, México, 1978.
[42] Op. cit. p. 115.
[43] ‘Los manuales de historia de la Tercera República Francesa: un problema de hegemonía ideológica’. En Monteforte Toledo (coordinador): ‘El discurso político’. UNAM/Nueva Imagen, México, 1980. P. 257/8.
[44] ‘Hegemonía e ideología en Gramsci’, op. cit. p. 79 y siguientes.
[45] ‘Remontémonos de Foucault a Spinoza’ en ‘El discurso político’. Op. cit. 1970.
[46] ‘Historia de la sexualidad’, op. cit. p. 122/3.