miércoles, 8 de diciembre de 2021

Pandemia, metacuarentena y algunos tipos que distan de ser los ‘ideales’

 

por María Rosa Di Santo







 

El dengue, el covid 19 globalizado, vivir en la incertidumbre y el caos, provocado tal vez porque  alguien cambió el suave aleteo de una mariposa por el torpe de un mamífero ciego (me encantó esto de Ignacio Ramonet) y por una búsqueda de diagnóstico para mi tos que me ubica en una metacuarentena (a la general le sumo la propia después de haberme internado unos días y convertirme en sospechosa de enemiga  pública)… bueno, en tales ‘circunstancias’, en el otoño del 2020 ocupo  mi tiempo en pensar en algunos tipos no ‘ideales’ con los que me vengo chocando por la vida.  Más que hacer referencia a Weber, como podría pensarse, pretendo identificar algunos rasgos que caracterizan a tipos reales de personas y los convierten en una suerte de personajes que tampoco son ideales en términos de valores, sino todo lo contrario.

 

El ’tipo’ adolescente eterno

 

A propósito de pulmones y enfermedades, conocí por estos días un tipo que me plantea un dilema profesional cuando ya estoy jubilada. Sobre todo porque el año pasado tuve otro similar y salí esquilmada. La cuestión es: ¿sabe la gente que es tan importante lo que dice – suponiendo que tenga algo importante que decir – como la manera en que lo dice? ¿Lo saben por ejemplo los médicos cuando, adueñándose prácticamente de nuestros tiempos y vidas, nos ‘anticipan’ lo que para ellos será, pero enseguida se conduelen garantizando que uno no puede sencillamente aceptar, debe pelear….? (A propósito, esto de pelear, luchar, de la guerra, los caídos ¡Basta!) … para lo cual ‘debe’ (sí, porque todo es dicho desde la autoridad académica del título) ver a Fulano de tal. ¿Y lo saben cuando salen del quirófano ufanos por haber podido confirmar en el  cuerpo que el cáncer está, como él lo había predicho? ¿Valdrá la pena que le recuerde a este tipito pintón, joven, de pocas pulgas, con el que mantengo más rounds que consultas médico/paciente, que también pudo y supo tomar mis manos mientras me aprestaban para la operación, que sus triunfos son mis pesares?

Me lo voy a pensar. Como un adolescente tardío, el cirujano pivotea en la necesidad de lograr reconocimiento sumario a su expertez y, ante cualquier duda, decide la quijotada de ‘regalarme’ sus honorarios por la operación para no tener que pelear su alto presupuesto ante mi obra social. Obra social que un mes antes prefirió derivarme a un centro cordobés en lugar de pagar lo que el joven pedía. Me lo voy a pensar. Demasiada hambre de éxito en esos espasmos. Y sin embargo, capaz vale la pena, me digo, pensando en sus futuros pacientes, en su propio futuro…

 

El ‘tipo’ alienado

 

Se me viene así, como por azar, a la mente otro joven médico que conocí también estos últimos meses pero (gracias, dioses, por tanto!) sin que ninguna relación profesional nos uniera. Compartimos algunas charlas de verano y él siempre copaba la palabra, copaba el tiempo de los encuentros para hablar de sí mismo. Y siempre agradecía… pero agradecía mucho, en exceso, haber sido escuchado, sin que diera alguna mínima muestra de estar advirtiendo hasta dónde llegaba nuestro cansancio por el monotema. Así discurría una de aquellas conversaciones, entre acuerdos y desacuerdos sobre vacunas, ética profesional y necesidades de trabajo, hasta que le escuchamos decir “porque el Dr. Pancho Pronta…” desde una posición de autoridad. Primera vez. Nos acercamos a nuestro vecino de mesa con un cabeceo ¿Y quién es Pancho Pronta?  “Él”. La segunda vez en la misma tertulia que referenció al Dr. Pancho Pronta volvimos a indagar, en plena incredulidad: “Es él mismo” nos dijo, ya también molesto, el contertulio. A la tercera lo interrumpí: ¿Por qué hablás de vos en tercera persona? Y se avino a dedicarnos una interrupción discursiva desde su pedestal yoico, sin más que un minuto de silencio.

 

El tipo ‘topito’

 

Hay tipos que se constituyen a sí mismos como personajes y andan así por la vida, ocupando una buena parte del espacio público hasta que la vejez les come la memoria y ya no recuerdan ni cómo fueron aquello que alguna vez fueron… si acaso ¿no?ni cómo diantres llegaron a ser lo que son.

El topito es el otrora león, hoy hervíboro, que junto con su potencial viril perdió, más temprano que tarde, su capacidad de iniciativa, de pensar por sí mismo y actuar en consecuencia. El topito actúa en nombre de otros, por otros, fuertemente parapetado atrás de unos principios morales rígidos que nunca antes tuvieron valor alguno para juzgarse a sí mismo,  cuando la jugaba de joven libertario y serlo era claramente una categoría progresista.

Pero ahora, desnudo ante su impotencia, se deja ganar por los principios arcaicos de los conservadores que lo rodearon siempre… y en nombre de lo que está bien en este mundo ‘occidental y cristiano’, sale  a poner la cara por otros que, hábilmente, operan desde las sombras. Si uno apela a su razonamiento, puede viajar al pasado por un rato, pero no mucho porque, inseguro, enseguida se manifestará su nuevo yo, que es todo menos él mismo… antes. El topito juzga fácil, lleva y trae, cubre al resto en nombre de algún honor y se siente amortizado. De un plumazo, ha borrado su pasado. Y si te descuidás, el pecador se termina convirtiendo en pastor.

 

El ‘tipo’ artefacto

 

Pero también hay tipos que directamente se construyen  como artefactos, es decir como hechuras ficcionales. Nada hay de auténtico en este ser  que no tenga que ver con una pauta de autoproducción. Pienso, en este caso, en el tipo que, también  a partir de una cierta edad y de sus propias y en ocasiones malogradas experiencias, se presenta como aquel cuya sola presencia indica que el mundo no es un lugar por el que valga la pena hacer nada, que el mundo es ingrato, y que lo que a este artefacto le queda es parapetarse en un mundo pequeño, de la sociedad familiar mínima, (si fuera posible la ya prácticamente extinguida familia ‘tipo’), encerrado en una pequeña fortaleza donde reinan la armonía y el buen gusto puesto de manifiesto a través de demasiados objetos, demasiada historia, demasiado todo, bajo la protección de siete llaves y alarmas, y del que sólo se justifica salir para garantizarse la sobrevivencia al volver. Dentro de esta nutrida, moderna e inteligente caverna se resguardan todos aquellos objetos valiosos que remiten, cual museo, a alguna gloria familiar pasada. El afuera entra por las pantallas y alguna que otra comunicación, porque con el tiempo el encierro – extra pandemia - lo va dejando sin amigos, sin gente que esté ‘a la altura’ del núcleo, como para  atravesar el foso y fisgonear el interior.

Allí el tiempo parece detenido. Los chicos siempre son chicos, los grandes lo siguen siendo pero no tanto como para perder la autoridad. Desde esa atalaya, los voyeurs espían la vida ajena a través de medios, redes y celulares, intentando que su voz sea de alguna manera escuchada (pero nunca públicamente, puesto que son altos cultores del bajo perfil y la discreción, la austeridad ha sido puntillosamente pensada como táctica de autodefensa)  hasta que se convierta en ‘la’ opinión del próximo círculo endogámico, un poco más abierto, sólo un poco, mientras la muerte los vaya segando uno por uno…cada uno en su propio encierro.

Parte de esa artefactualidad, parte importante, es el lenguaje, sobre todo aquel ‘cómo hablo’ al que hice referencia respecto de aquel joven impetuoso cirujano.

Nada hay de espontáneo en la oratoria del artefacto, nada que no responda a un manual para principiantes: ni dónde se reúne o se sienta; ni cómo mide dónde se ubican sus aliados, sus adversarios y sus presas para cruzar con cada uno de ellos oportunas y obviamente significativas miradas; ni en qué párrafos subirá el tono y adoptará el discurso fascista del que te-di-ce-lo-que-de-bes-ha-cer (como si sus propios mandatos familiares fueran los de uno, como si en cualquier caso uno no pudiera quebrarlos, como si los destinos estuvieran escritos y predestinados) o lo bajará para deslizarte alguna amenaza, como quien no quiere la cosa. Hasta alguna expresión compartida del pasado que se meche por aquí o allí, para descomprimir y dar tiempo a exponer completamente el discurso previsto, todo está calculado. Y lo interesante es que su sobreactuación es tan visible, que sólo él no advierte lo que cualquiera a su alrededor puede percibir.

Lejos, en otro mundo, en otra galaxia, quedó ese mismo tipo de joven, cuando prácticamente no había mujer que no suspirara por él mientras él sólo parecía interesarse en las grandes causas que abrazaba la progresía con el regreso a la democracia: la defensa de los derechos humanos de todos los sectores desfavorecidos del planeta, desde los sin tierra hasta los desaparecidos y detenidos por las dictaduras.

¿En qué momento el convencimiento de que era necesario luchar y poner el cuerpo por un mundo mejor se transformó en este conservadurismo a ultranza, en este construirse como la última y única fuerza moral capaz de poner un poco de orden en el caos? ¿En qué momento el atractivo héroe quijotesco devino en un monstruoso dinosaurio carnívoro con complejo de macho alfa? ¿en qué momento la promesa familiar de trascendencia dio lugar a este artefacto burgués pequeño, demasiado pequeño? ¿La metamorfosis se habrá producido algún día en particular en la vida de este Gregorio Samsa o se habrá extendido durante una sucesión de amaneceres?


Dos 'tipos' mediocres

 

Ser mediocre. Uno podría pensar en algo así, global, como decir todo lo que es mediano, que no se destaca del montón, tirando a malo en el sentido de carente de algún talento especial… pero no es una buena definición, porque hay muchos mediocres que cultivan el talento de ser malvados. Como si hicieran mal regodeándose en esa mediocridad.

En el transcurso de estos dos últimos años también conocí dos de ellos bastante bien. En ambos casos a su mediocridad la completan con un talento interesante: en un caso, la manipulación; en el otro, la profunda cobardía.

Durante un año de pandemia seguí al primero a través de su colección de mensajes fallidos para con alumnos y padres, respecto a su enseñanza de un contenido que nadie entendía porque él no poseía más que una manera de ‘bajarlo’. La impotencia a tres puntas de todos los actores (alumnos, padres y él mismo) fueron provocando peores mensajes de destrato. Cuando, finalmente, el covid permitió ponernos cara a cara, lo primero que hace este mediocre es preguntar por qué las quejas sobre el destrato, asegura 5 veces que quien hable no comprometerá a sus hijos en su testimonio porque él se abstendría de “tomar represalias” sobre ellos, y finalmente – antes de ceder la palabra y escuchar – se muestra comprensivo porque sabe que muchos padres son “pobres” e incluso “ analfabetos”, es decir carecen de las condiciones que él sí ha desarrollado para comprender lo complejo. Sin embargo, una semana después toma represalias sobre uno de sus alumnos. Y cuando se le plantea la situación, salta por cualquier tangente con tal de defenderse, como gato panza arriba.

Sigo sin comprender por qué no hay juicios por mala praxis para los educadores.

El segundo es el típico mediocre que se muestra afable y seductor, munido de un discurso que enfatiza sus buenas intenciones y todo lo que está bien sobre la tierra. Se deja llamar por un título que no tiene, se muestra ‘en onda’, sobre todo se muestra porque necesita ser reconocido. Pero yerra al no poder sostener lo que dice. Y cuando lo hace, lejos de reconocerlo, se desmiente a sí mismo hasta que la verdad cae con el peso de un yunque sobre su cabeza y entonces se oculta. En ese camino ratonero todo recurso viene bien para no hacerse cargo. Puede ser un gestor, una esposa, los hijos… cualquiera le sirve de máscara. Mediocre codicioso, le importa tres pitos todo lo que no sea él mismo y sus intereses, pero como sabe que eso no es políticamente aceptable, anda por la vida protegiéndose de su propia estulticia. Como si la estupidez estuviera afuera y no dentro de sí. Bueno, si pudiera distinguir una cosa de otra ya no lo sería tanto. 

 Imagen tomada de : https://www.dibujosyjuegos.com/dibujos/picture.php?/18184/category/463