Sostengo el nombre de mi blog, porque me sigue dando muchas satisfacciones. Sin embargo en esta etapa de mi vida, este blog es el medio que elijo para expresarme sin cortapisas, sencillamente. Podrán ser materiales propios o ajenos - con las citas correspondientes - pero en todos los casos los he compartido por considerarlos de algún valor.
miércoles, 14 de noviembre de 2018
martes, 13 de noviembre de 2018
¿Qué hay, más allá de la catarsis?
Por María Rosa Di Santo
Nos quieren pobres, débiles. Nos
quieren entregados, fatalistas, dóciles aceptando nuestro destino de no haber
nacido en cuna de oro, agradeciendo con lágrimas en los ojos que nos dejen vislumbrar
siquiera, a través de las ‘celebritys’ mediáticas, cómo se vive a lo grande y
lo que nos estamos perdiendo, por pura mala suerte nomás.
Quieren eso. La pobreza es
altamente funcional a los sistemas de dominación. Los pobres están para
arrodillarse frente al amo, aceptar las injusticias como naturales, no
contestar, comprender que rebelarse es subvertir las ‘mejores’ tradiciones y
cometer el mayor pecado concebido por los poderosos: ‘nunca se muerde la mano
que te da de comer’. Como perros.
Esclavos. Nos quieren esclavos.
Peleando entre nosotros por un mendrugo. Balbuceando peros, porque ni siquiera
hemos aprendido – o ya hemos olvidado - cómo armar una buena oración. Haciéndole
trampas al de al lado, para sentirnos diferentes. Repitiendo consignas
estúpidas. Aplaudiendo a mediocres de piel estirada y rasgos de careta.
Óptimo si ignoramos nuestros
derechos, pero no tan malo si renunciamos a ellos. ¿Qué es esa quimera de que
todos somos iguales? Ante algún dios puede ser, ante la muerte, pero ante la
ley… ¿qué ley? Si la mayoría ni siquiera conoce la maraña de leyes tejidas en
lenguaje difícil para hacerla inaccesible. ¿Y Ud. ignora la ley? ¿qué tipo de
ciudadano es?
En los interminables ciclos de
los procesos sociales, esta vez nos toca ir cuesta abajo. Bien abajo, hacia el
núcleo mismo de nuestra tierra, hociquear, pozear, cavar nuestra propia fosa. Embarrarnos
y vernos así luego, a la luz del sol, cubiertos de mierda. Capas de mierda que
alternativamente fueron dejando los bienintencionados, los dañinos y los
inconscientes.
Pero, eso sí, siempre
enfrentados. Pocos factores son tan redituables como sostener al cuerpo social
dividido, convencido de que eso que los distancia es real y vale el esfuerzo.
No, si… no vayan a creer, ¡la dominación es un arte! Y una ciencia también, una
ciencia puesta al servicio de la legitimación permanente de las problemáticas
que prioriza el poder.
Nos quieren obedientes, para que
la dominación sea posible y se perpetúe. Nos quieren sumisos, sin criterio
propio, sin autonomía, integrados, pagando el precio que hay que pagar para ser
aceptado como uno más del montón, de la ‘masa’.
Nos quieren presos de una cultura
que sólo reproduzca y que cuando genera algo nuevo, eso pueda ser rápidamente
deglutido por el ‘sistema’. Nos quieren dentro de termos, sin nada alrededor
que nos conmueva en lo íntimo, nada que no pueda resolverse con un ‘me gusta’
en las redes sociales.
Sin fuerza física – o con la
mínima posible, casi ejemplar -, sin coacción. El mundo simbólico pesa más que
el real así que el poder se sostiene en una paradójica sutileza brutal, se
ejerce de adentro hacia afuera. Opiniones, creencias, acciones. Todo viene de
ahí. Lo peor es que nos creemos libres. ¡Hasta creemos que elegimos! como
decían los de Frankfurt.
Pero ¿quién ‘nos' quiere? ¿Hasta
dónde somos ajenos a esto que nos pasa? ¿Por qué toda nuestra acción es casi
siempre la reacción indignada y pasajera de lo que nos pasa? ¿qué hacemos,
además de catarsis?
George Simmel llamó a esta
“autocontradicción”, a principios del siglo XX, la tragedia de la cultura
contemporánea. Para decirlo con todas las licencias y sintéticamente: venimos a
ser quienes hemos creado el monstruo que nos fagocita. ¿Hablamos de
destrucción? No, sólo del sinsentido, del absurdo. De un inmenso vacío ocupado
por cosas, slogans y personajes vacuos, banales, incapaces de alguna
trascendencia.
Es recién entonces cuando cobra
sentido que un Trump, un Macri, un Bolsonaro ganen elecciones e incluso puedan
ser reelectos, ellos o los que son como ellos que, haciendo gala del grotesco,
convierten valles en desiertos. Cuando cobra sentido el profundo y letal
resentimiento que envuelve a esa parte de la sociedad excluida de los
beneficios del consumo. Y por lo tanto cobran sentido la violencia de todos los
días; las políticas de seguridad que primero nos necesitan inseguros; la vuelta
al conservadurismo más retrógrado; los reclamos de protección a cualquier costo;
la cesión de derechos humanos básicos que llevó siglos de lucha consagrar; el
vaciamiento de los mejores discursos; la relativización de todo.
Cobran sentido los sinsentidos,
es cierto, pero eso no nos satisface. Aunque riguroso, el diagnóstico no es
suficiente porque ese juego contradictorio es altamente corrosivo. Solos, ya ni
siquiera somos nostálgicos, recordando incluso con alegría algún episodio
pasado. No. Somos melancólicos, estamos presos de una tristeza infinita
producto de una insatisfacción infinita. Nunca tan individuos, lo que nos
vuelve más funcionales aún, más débiles, más proclives a aceptar otros abusos.
Como decía Arendt, el totalitarismo fue posible en el repliegue y el
aislamiento.
Habrá entonces que dejar de
chicanearnos entre nosotros buscando o recordando quiénes hemos sido más
‘culpables’ - concepto odioso si los hay
– y reconocernos responsables por acción u omisión de lo que nos pasa. Porque
si hay una mentira ideológicamente recargada que nos estamos creyendo casi
todos, esa es que este ‘orden de cosas’ que nos arrastra cuesta abajo es
inexorable. Habrá que desbloquearnos para reconstruir vínculos desde la
diversidad, desde la conciencia del otro y de uno mismo, desde y a través del
diálogo interrumpido para plantearse preguntas viejas y efectivas del estilo
¿Por qué? ¿Por qué no? ¿Quién dice que esa que se quiere imponer por la fuerza
de los ‘hechos’ es la verdad?
Algo tiene que haber más allá de
la bronca, de la impotencia, de la aceptación cómplice. Porque esta no es la
primera crisis. Y, desde un punto de vista histórico, tampoco será la última.
La Rioja, noviembre 2018
sábado, 27 de octubre de 2018
lunes, 10 de septiembre de 2018
Hoy pinta bajón
Esta mañana pintó bajón.
Veo el cielo, parcial nublado. Un aire agradable todavía se
cuela por las ventanas y me digo que este invierno que ya fue bien podría
despedirse con una lluvia que lave el polvo típico de agosto para ir dejando
ver los nuevos brotes, dejar de toser y estornudar… y esas cosas pueriles, si
quieren, de una mañana de lunes en setiembre.
Ocupada en esas naderías andaba hasta que vi la factura de
la luz. Luz y agua, porque acá se cobran juntas (para que alguien pague el
agua) y por mes. Y resulta que con el último tarifazo de la seguidilla, el
aumento que me corresponde cobrar en la jubilación no alcanza para cubrir la factura.
Y eso que como no hace ni frío ni calor, no hemos usado aires ni estufas. O sea
que cuando apriete el sol y prendamos un aire, lo ideal será tal vez hacinarnos
unos encima de otros en una sola habitación, con lo cual generaríamos más y más
calor, quizás humedades y por lo tanto algún hongo… entre otras complicaciones.
Entonces recordé a un amigo K que, enojado por mi enojo con
los K y con los M y con los P en general y con los impávidos R, los devaneos I y
los siempre nostalgiosos C, me disparó hace unos meses ¿Y por qué no te vas del
país?. Y resulta que el sábado a la noche otro amigo (P no K) me contaba que había
decidido mandar a su hija a estudiar a Montevideo porque a raíz del paro
universitario, perdió las fechas de exámenes y por lo tanto deberá dilatar un
año más el cursado de su carrera. Y me dice que está muy cansado, y que por qué
no irse toda la familia… y yo me doy cuenta, entre tos y tos, que también estoy
cansada y una cosa trae la otra hasta que… ¿por qué no me voy del país?
El ímpetu hace agua apenas advierto que cobro en pesos y
cuando los cambie, no tengo claro si seré igual o más pobre en otro lado. Capaz
sería igual de pobre pero con un horizonte previsible que me sostendrá
igualmente pobre por lo que llegue a vivir…
En una variante a la guerra del cerdo, pienso si no sería…
qué se yo, ponele patriótico de nuestra parte – frente a los discursos M y en
general el tonito neoliberal que huele a aquel tufo de los 90 – que los
jubilados y pensionados argentinos optáramos por un suicidio altruista, mentando
a Durkheim, cuestión de no seguir presionando el gasto social para que éste
pueda ser distribuido entre las nuevas generaciones, dándoles un ingreso
universal más acorde, servicios educativos y sanitarios de alta calidad a los
niños, procurando vías de desarrollo para los jóvenes y todas esas buenas cosas
que nos permitieran pensar un futuro diferente como pueblo ¿no? … Aparte
quedaríamos joya y nos ahorraríamos percibir las miradas recelosas de los
jóvenes y no tanto, hartos de ver que nos aferramos con egoísmo a una vida que
los condena al ajuste!
Pero no. No, no, no, no. Porque los fondos de los jubilados
se han usado con los más diversos fines y nada nos garantiza que el ahorro no
vaya a engrosar las caletas de nuestros gobernantes en páramos patagónicos o se
transfieran con brutal desenfado hacia las manos de unos pocos que cuando
quieren verdes, jaquean al tesoro nacional en el mercado de cambios, o tengan
como destino cuentas off shore en Panamá o algún otro paraíso fiscal… o
terminen engrosando cuentas en Suiza… o en Uruguay, justo justo donde estaba pensando
tomarme el raje… con lo cual resultaría que el masivo sacrificio geronte sería
al soberano cuete, sin contar con que dejaríamos a los niños y jóvenes también
sin nuestra preclara orientación y a sus madres y padres sin una opción barata
de cuidado cuando los párvulos no tienen clase y ellos deben seguir laburando…
si es que tienen dónde, claro.
Entonces siento que las opciones dejan de ser tales y aquí
sólo se trata de sobrevivir pagando los tarifazos, de movernos poco porque los
pasajes y las naftas están por las nubes, de no enfermarnos, así, porque lo
decretamos, de comer raíces, hacer la huerta, armar un gallinero en el patio y
esperar el dulce cacareo devenido en huevo….
Sobrevivir, por cierto, porque vienen las elecciones de
nuevo… Ah las elecciones! Los que están obvio que no se quieren ir porque están
haciendo las cosas tan bien para ellos que cuatro años es demasiado poco; los
que se fueron desesperan por volver, con síndrome de abstinencia de poder y
billetes, muchos billetes; los que hace 16 años que están fuera de la porra o
se equivocaron de alianzas andan mirando cuál sería la forma de convencernos de
que recuperarlos es una idea brillante y los que no han probado nunca las
mieles del poder nos ofrecen la posibilidad revolucionaria que abre toda crisis…
Y mientras tanto cualquiera que presente, seguro por error o fiebre, alguna
opción alternativa a lo conocido traga la arena de la derrota porque el sistema
político sólo existe para reproducirse.
Y mientras eso pasa, está la presión para salir a la calle a
defender el trabajo, la pérdida del poder adquisitivo de los ingresos, la
educación pública, la salud pública, la independencia judicial, el derecho de
los manteros en once, de los productores regionales, de los que se resisten a
morir contaminados por el fracking o los agrotóxicos o los venenos usados para
extraer minerales, contra las bases chinas, norteamericanas o de donde fuera
que siguen instalando en ¿nuestro? territorio y la vaca muerta, que parece
mejor negocio que toda la ganadería junta…. Con lo cual hay tantas razones para
salir y ninguna para volver a entrar que una nueva opción podría ser
convertirnos en homeless de profesión manifestantes callejeros. Con la ventaja,
inmensa ventaja, de que ningún lunes nos levantaríamos a desayunar y una boleta
de mierda nos generaría una catarata de boludeces dignas de ser puestas por
escrito a circular por las redes sin destino alguno, al cuete nomás, por solo
ejercer el derecho al pataleo…
Sí, hoy pinta bajón.
María Rosa Di Santo
María Rosa Di Santo
martes, 3 de abril de 2018
MULERO se lanza a la venta!!!!!!!!!!!
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miércoles, 28 de febrero de 2018
martes, 27 de febrero de 2018
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