martes, 13 de noviembre de 2018

¿Qué hay, más allá de la catarsis?



Por María Rosa Di Santo

Nos quieren pobres, débiles. Nos quieren entregados, fatalistas, dóciles aceptando nuestro destino de no haber nacido en cuna de oro, agradeciendo con lágrimas en los ojos que nos dejen vislumbrar siquiera, a través de las ‘celebritys’ mediáticas, cómo se vive a lo grande y lo que nos estamos perdiendo, por pura mala suerte nomás.

Quieren eso. La pobreza es altamente funcional a los sistemas de dominación. Los pobres están para arrodillarse frente al amo, aceptar las injusticias como naturales, no contestar, comprender que rebelarse es subvertir las ‘mejores’ tradiciones y cometer el mayor pecado concebido por los poderosos: ‘nunca se muerde la mano que te da de comer’. Como perros.

Esclavos. Nos quieren esclavos. Peleando entre nosotros por un mendrugo. Balbuceando peros, porque ni siquiera hemos aprendido – o ya hemos olvidado - cómo armar una buena oración. Haciéndole trampas al de al lado, para sentirnos diferentes. Repitiendo consignas estúpidas. Aplaudiendo a mediocres de piel estirada y rasgos de careta.

Óptimo si ignoramos nuestros derechos, pero no tan malo si renunciamos a ellos. ¿Qué es esa quimera de que todos somos iguales? Ante algún dios puede ser, ante la muerte, pero ante la ley… ¿qué ley? Si la mayoría ni siquiera conoce la maraña de leyes tejidas en lenguaje difícil para hacerla inaccesible. ¿Y Ud. ignora la ley? ¿qué tipo de ciudadano es?

En los interminables ciclos de los procesos sociales, esta vez nos toca ir cuesta abajo. Bien abajo, hacia el núcleo mismo de nuestra tierra, hociquear, pozear, cavar nuestra propia fosa. Embarrarnos y vernos así luego, a la luz del sol, cubiertos de mierda. Capas de mierda que alternativamente fueron dejando los bienintencionados, los dañinos y los inconscientes.

Pero, eso sí, siempre enfrentados. Pocos factores son tan redituables como sostener al cuerpo social dividido, convencido de que eso que los distancia es real y vale el esfuerzo. No, si… no vayan a creer, ¡la dominación es un arte! Y una ciencia también, una ciencia puesta al servicio de la legitimación permanente de las problemáticas que prioriza el poder.

Nos quieren obedientes, para que la dominación sea posible y se perpetúe. Nos quieren sumisos, sin criterio propio, sin autonomía, integrados, pagando el precio que hay que pagar para ser aceptado como uno más del montón, de la ‘masa’.

Nos quieren presos de una cultura que sólo reproduzca y que cuando genera algo nuevo, eso pueda ser rápidamente deglutido por el ‘sistema’. Nos quieren dentro de termos, sin nada alrededor que nos conmueva en lo íntimo, nada que no pueda resolverse con un ‘me gusta’ en las redes sociales.

Sin fuerza física – o con la mínima posible, casi ejemplar -, sin coacción. El mundo simbólico pesa más que el real así que el poder se sostiene en una paradójica sutileza brutal, se ejerce de adentro hacia afuera. Opiniones, creencias, acciones. Todo viene de ahí. Lo peor es que nos creemos libres. ¡Hasta creemos que elegimos! como decían los de Frankfurt.

Pero ¿quién ‘nos' quiere? ¿Hasta dónde somos ajenos a esto que nos pasa? ¿Por qué toda nuestra acción es casi siempre la reacción indignada y pasajera de lo que nos pasa? ¿qué hacemos, además de catarsis?

George Simmel llamó a esta “autocontradicción”, a principios del siglo XX, la tragedia de la cultura contemporánea. Para decirlo con todas las licencias y sintéticamente: venimos a ser quienes hemos creado el monstruo que nos fagocita. ¿Hablamos de destrucción? No, sólo del sinsentido, del absurdo. De un inmenso vacío ocupado por cosas, slogans y personajes vacuos, banales, incapaces de alguna trascendencia.

Es recién entonces cuando cobra sentido que un Trump, un Macri, un Bolsonaro ganen elecciones e incluso puedan ser reelectos, ellos o los que son como ellos que, haciendo gala del grotesco, convierten valles en desiertos. Cuando cobra sentido el profundo y letal resentimiento que envuelve a esa parte de la sociedad excluida de los beneficios del consumo. Y por lo tanto cobran sentido la violencia de todos los días; las políticas de seguridad que primero nos necesitan inseguros; la vuelta al conservadurismo más retrógrado; los reclamos de protección a cualquier costo; la cesión de derechos humanos básicos que llevó siglos de lucha consagrar; el vaciamiento de los mejores discursos; la relativización de todo.

Cobran sentido los sinsentidos, es cierto, pero eso no nos satisface. Aunque riguroso, el diagnóstico no es suficiente porque ese juego contradictorio es altamente corrosivo. Solos, ya ni siquiera somos nostálgicos, recordando incluso con alegría algún episodio pasado. No. Somos melancólicos, estamos presos de una tristeza infinita producto de una insatisfacción infinita. Nunca tan individuos, lo que nos vuelve más funcionales aún, más débiles, más proclives a aceptar otros abusos. Como decía Arendt, el totalitarismo fue posible en el repliegue y el aislamiento.

Habrá entonces que dejar de chicanearnos entre nosotros buscando o recordando quiénes hemos sido más ‘culpables’  - concepto odioso si los hay – y reconocernos responsables por acción u omisión de lo que nos pasa. Porque si hay una mentira ideológicamente recargada que nos estamos creyendo casi todos, esa es que este ‘orden de cosas’ que nos arrastra cuesta abajo es inexorable. Habrá que desbloquearnos para reconstruir vínculos desde la diversidad, desde la conciencia del otro y de uno mismo, desde y a través del diálogo interrumpido para plantearse preguntas viejas y efectivas del estilo ¿Por qué? ¿Por qué no? ¿Quién dice que esa que se quiere imponer por la fuerza de los ‘hechos’ es la verdad?

Algo tiene que haber más allá de la bronca, de la impotencia, de la aceptación cómplice. Porque esta no es la primera crisis. Y, desde un punto de vista histórico, tampoco será la última.

La Rioja, noviembre 2018






lunes, 10 de septiembre de 2018

Hoy pinta bajón


Esta mañana pintó bajón.
Veo el cielo, parcial nublado. Un aire agradable todavía se cuela por las ventanas y me digo que este invierno que ya fue bien podría despedirse con una lluvia que lave el polvo típico de agosto para ir dejando ver los nuevos brotes, dejar de toser y estornudar… y esas cosas pueriles, si quieren, de una mañana de lunes en setiembre.
Ocupada en esas naderías andaba hasta que vi la factura de la luz. Luz y agua, porque acá se cobran juntas (para que alguien pague el agua) y por mes. Y resulta que con el último tarifazo de la seguidilla, el aumento que me corresponde cobrar en la jubilación no alcanza para cubrir la factura. Y eso que como no hace ni frío ni calor, no hemos usado aires ni estufas. O sea que cuando apriete el sol y prendamos un aire, lo ideal será tal vez hacinarnos unos encima de otros en una sola habitación, con lo cual generaríamos más y más calor, quizás humedades y por lo tanto algún hongo… entre otras complicaciones.
Entonces recordé a un amigo K que, enojado por mi enojo con los K y con los M y con los P en general y con los impávidos R, los devaneos I y los siempre nostalgiosos C, me disparó hace unos meses ¿Y por qué no te vas del país?. Y resulta que el sábado a la noche otro amigo (P no K) me contaba que había decidido mandar a su hija a estudiar a Montevideo porque a raíz del paro universitario, perdió las fechas de exámenes y por lo tanto deberá dilatar un año más el cursado de su carrera. Y me dice que está muy cansado, y que por qué no irse toda la familia… y yo me doy cuenta, entre tos y tos, que también estoy cansada y una cosa trae la otra hasta que… ¿por qué no me voy del país?
El ímpetu hace agua apenas advierto que cobro en pesos y cuando los cambie, no tengo claro si seré igual o más pobre en otro lado. Capaz sería igual de pobre pero con un horizonte previsible que me sostendrá igualmente pobre por lo que llegue a vivir…
En una variante a la guerra del cerdo, pienso si no sería… qué se yo, ponele patriótico de nuestra parte – frente a los discursos M y en general el tonito neoliberal que huele a aquel tufo de los 90 – que los jubilados y pensionados argentinos optáramos por un suicidio altruista, mentando a Durkheim, cuestión de no seguir presionando el gasto social para que éste pueda ser distribuido entre las nuevas generaciones, dándoles un ingreso universal más acorde, servicios educativos y sanitarios de alta calidad a los niños, procurando vías de desarrollo para los jóvenes y todas esas buenas cosas que nos permitieran pensar un futuro diferente como pueblo ¿no? … Aparte quedaríamos joya y nos ahorraríamos percibir las miradas recelosas de los jóvenes y no tanto, hartos de ver que nos aferramos con egoísmo a una vida que los condena al ajuste!
Pero no. No, no, no, no. Porque los fondos de los jubilados se han usado con los más diversos fines y nada nos garantiza que el ahorro no vaya a engrosar las caletas de nuestros gobernantes en páramos patagónicos o se transfieran con brutal desenfado hacia las manos de unos pocos que cuando quieren verdes, jaquean al tesoro nacional en el mercado de cambios, o tengan como destino cuentas off shore en Panamá o algún otro paraíso fiscal… o terminen engrosando cuentas en Suiza… o en Uruguay, justo justo donde estaba pensando tomarme el raje… con lo cual resultaría que el masivo sacrificio geronte sería al soberano cuete, sin contar con que dejaríamos a los niños y jóvenes también sin nuestra preclara orientación y a sus madres y padres sin una opción barata de cuidado cuando los párvulos no tienen clase y ellos deben seguir laburando… si es que tienen dónde, claro.
Entonces siento que las opciones dejan de ser tales y aquí sólo se trata de sobrevivir pagando los tarifazos, de movernos poco porque los pasajes y las naftas están por las nubes, de no enfermarnos, así, porque lo decretamos, de comer raíces, hacer la huerta, armar un gallinero en el patio y esperar el dulce cacareo devenido en huevo….
Sobrevivir, por cierto, porque vienen las elecciones de nuevo… Ah las elecciones! Los que están obvio que no se quieren ir porque están haciendo las cosas tan bien para ellos que cuatro años es demasiado poco; los que se fueron desesperan por volver, con síndrome de abstinencia de poder y billetes, muchos billetes; los que hace 16 años que están fuera de la porra o se equivocaron de alianzas andan mirando cuál sería la forma de convencernos de que recuperarlos es una idea brillante y los que no han probado nunca las mieles del poder nos ofrecen la posibilidad revolucionaria que abre toda crisis… Y mientras tanto cualquiera que presente, seguro por error o fiebre, alguna opción alternativa a lo conocido traga la arena de la derrota porque el sistema político sólo existe para reproducirse.
Y mientras eso pasa, está la presión para salir a la calle a defender el trabajo, la pérdida del poder adquisitivo de los ingresos, la educación pública, la salud pública, la independencia judicial, el derecho de los manteros en once, de los productores regionales, de los que se resisten a morir contaminados por el fracking o los agrotóxicos o los venenos usados para extraer minerales, contra las bases chinas, norteamericanas o de donde fuera que siguen instalando en ¿nuestro? territorio y la vaca muerta, que parece mejor negocio que toda la ganadería junta…. Con lo cual hay tantas razones para salir y ninguna para volver a entrar que una nueva opción podría ser convertirnos en homeless de profesión manifestantes callejeros. Con la ventaja, inmensa ventaja, de que ningún lunes nos levantaríamos a desayunar y una boleta de mierda nos generaría una catarata de boludeces dignas de ser puestas por escrito a circular por las redes sin destino alguno, al cuete nomás, por solo ejercer el derecho al pataleo…
Sí, hoy pinta bajón.

María Rosa Di Santo

martes, 3 de abril de 2018

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