martes, 15 de junio de 2010

El proceso de comunicación

ISFDAC ‘Alberto M. Crulcich’ e ISFT ‘Otto Krause’ – La Rioja, 2010
Lic. y Mag. María Rosa Di Santo

Apunte de cátedra:
El Proceso de Comunicación


Observación:El presente apunte es un resumen del texto original de von Sprecher, Roberto (2008) sobre ‘Concepto de Comunicación Social’. UNC Escuela de Trabajo Social. Unidad Nº1, que sólo desarrolla aquellos conceptos aplicables a algunos espacios curriculares y no agota todo el texto original. MRDS. El original se puede consultar en http://mdpi.files.wordpress.com/2008/11/concepto-de-comunicacion.pdf entrando por www.comunicayperiodismo.blogspot.com o en forma directa.

Von Sprecher propone un concepto “provisorio” de comunicación social que es una “caja de herramientas conceptuales”, es decir, una propuesta teórica que se abre a varios conceptos, desde una perspectiva socio-semiótica. Con esas herramientas teóricas, el autor nos propone hacer análisis, interpretaciones e intentos de explicación de lo social, de lo comunicacional, de lo educacional desde una perspectiva holística. Su propósito es brindarnos posibilidades de pensar y comprender nuestras prácticas, para que podamos modificarlas reflexiva y conscientemente.
Su concepto parte de algunas premisas fundamentales:
- Trabajar la comunicación desde la teoría no tiene nada que ver con posiciones de valor que usualmente nos llevan a decir que tenemos ‘buena’ o ‘mala’ comunicación con alguien o en un grupo cuando no existen o existen roces y discusiones, por ejemplo. La comunicación será buena o mala en la medida en que entendamos lo que los otros quieren decir y ellos nos entiendan, aún cuando fuere para pelearnos.

- La comunicación atraviesa todas nuestras prácticas, se presenta como algo multiforme y omnipresente.

- Nos comunicamos más allá de la intención de comunicarnos, en tanto somos ‘leídos’ por otros y ‘leemos’ a otros.

- Nos comunicamos con todo nuestro pasado a cuestas, reconstruyéndolo y reacomodándolo a nuestras experiencias del presente.
- No nos comunicamos en el vacío, sino en un marco altamente condicionado por estructuras que no dominamos, como la cultura, que en su caso actúa como una matriz o fuente de sentido para nuestras prácticas o los lenguajes que utilizamos, entre otros. “Siempre somos constructores condicionados”. Lo social, lo cultural y lo comunicacional no pueden pensarse por separado (salvo en un primer momento de análisis), porque de hecho se dan juntos. Lo comunicacional es una dimensión de lo social y cultural.

- La comunicación no es inocente ni inocua. En ella se juegan cuestiones gruesas y fundamentales, como las identidades, el poder, lo que sabemos, nuestras estrategias de supervivencia, superación y legitimación, entre otras, que van actualizando o modificando esas estructuras.
Dice el autor: “Los agentes construyen la sociedad a partir de condicionantes (estructuras) que los preexisten, pero que de cualquier manera no existen si ellos no las reactualizan (reproducen) y al reactualizarlas las modifican. Hay condiciones previas de las que no se puede escapar. No podemos hacer lo que se nos antoje cuando se nos antoje”. Sin embargo, las estructuras siempre se pueden modificar, aunque sean en una mínima proporción. Lo que conocemos de la sociedad, la cultura, las estructuras y dinámicas políticas, etc. no han sido siempre así ni probablemente lo sean en el futuro. Lo que conocemos como el ‘sistema dominante’ no siempre estuvo en esa posición.
Retomando a Marx cuando decía “los hombres hacen su historia, pero no en condiciones de su elección”, von Sprecher dirá: “el hombre es construido socialmente y lo social es construido por el hombre”.

Concepto de Comunicación
Hechos tales señalamientos, el autor propone:
“Denominamos comunicación al conjunto de intercambios de sentidos entre agentes sociales, que se suceden en el tiempo y que constituyen la red discursiva de una sociedad, red que puede pensarse relacionalmente a niveles micro, meso y macro (social).
Esta red discursiva está tejida por las prácticas productoras de sentido – que se manifiestan en discursos – de los agentes sociales (individuos, instituciones, empresas, etc.) que ocupan distintas posiciones en el espacio social general (en las clases sociales) y en los campos que forman parte del mismo – posiciones que implican capitales y poderes diferentes, puestos en juego en el intercambio, luchas, en consecuencia –“.
Las prácticas comunicaciones son, básicamente, prácticas productoras de sentido que producen, reproducen, ponen en práctica y dan existencia a la cultura. Ahora bien, la producción de sentido ocurre tanto en la codificación (emisión, producción, etc.) como en la decodificación (recepción, reconocimiento, etc.) porque tanto quienes producen discursos como quienes los consumen (los receptores) producen sentido. Por eso, tanto la emisión como la recepción suponen “prácticas significantes” que funcionan al nivel de la interacción de los agentes sociales. A través de estas prácticas comunicacionales, que son siempre prácticas culturales y sociales, se pone en acción la comunicación y con ella el poder y las sanciones.
La comunicación es, entonces, un “terreno privilegiado para la construcción de sentidos del orden social (…), “un terreno a partir del cual diferentes actores (o agentes) propondrán sus propios sentidos de ese orden, que competirán entre sí para convertirse en hegemónicos (dominantes)”. Y esto que dice Marita Matta, y retoma von Sprecher, es así porque la comunicación “es un conjunto de intercambios a partir de los cuales se van procesando identidades, normas, valores, se van articulando intereses, se van acumulando y legalizando saberes y poderes”.
Siguiendo a Pierre Bourdieu, von Sprecher advierte que las prácticas de comunicación ocurren en un espacio social general o realidad social determinada, en el cual los diferentes agentes ocupan posiciones de clase (se ubican en diferentes clases sociales). La posición de clase de cada agente se establece según el volumen (cantidad), estructura y trayectoria de cada capital que posee, es decir, de las posiciones que ocupa en cada campo general en particular. Es que el espacio social general o la realidad social surgen de ‘solapar’ todos los campos generales. Hay un campo cuando hay un capital en juego, entre otras condiciones. Todo espacio social pone en juego al menos estos capitales: el capital económico ( y por lo tanto hay un campo económico); el capital social (con su consecuente campo social); el capital cultural (campo cultural); y el capital simbólico (campo simbólico o de legitimación del resto de los capitales). Por lo tanto, cuando analizamos la posición de cada agente en una determinada sociedad, deberemos analizar cuánto posee de cada capital, cuál es el volumen total de capital y desde cuándo se encuentra en esa posición o en cuál otra estuvo ese agente antes (trayectoria del capital). Es decir, la clase social o posición de clase no está determinada únicamente por la cantidad de capital económico que poseemos, sino también por el grado y tipo de relaciones o vínculos sociales que tenemos; por la familia y su propia posición; por los conocimientos (tanto lo que sabemos hacer como los títulos y los objetos culturales) que tenemos y, además, el grado de reconocimiento que esa posesión de capitales tiene de parte de los otros agentes. Es en función de esas posiciones de los distintos agentes, desde donde se establecen las relaciones entre ellos y donde, en definitiva, se juegan los poderes.
Ahora bien, como los capitales siempre están distribuidos de manera desigual entre las diversas posiciones, las relaciones serán de desigualdad: unos estarán arriba, otros en el medio, otros abajo, otros al lado; unos serán dominantes y otros dominados, pero entre ellos a su vez también se establecerán relaciones y luchas de poder.
Bourdieu dice que además de las estructuras externas que nos condicionan - los llamados campos o cosas -, los agentes vamos internalizando esas estructuras en nuestras propias cabezas y construyendo nuestro ‘habitus’. Los habitus – que no son hábitos, sino lo social “hecho cuerpo” – son estructuras que surgen de la internalización de las estructuras externas, los campos. Por eso se dice que son ‘estructuras estructuradas’. Y funcionan como ‘estructuras estructurantes’ en la medida en que esos esquemas de percepción, pensamiento, valoración, etc. son los ‘filtros’, las ‘lentes’ a través de las cuales tendemos a interpretar la realidad y actuar, tomar decisiones, definir gustos y disgustos, preferir determinadas personas a otras, etc. etc. Los habitus son “disposiciones” a actuar de determinada manera y se supone que, según sea la posición de clase del agente y esa posición haya sido mantenida por más tiempo, los habitus serán más arraigados y previsibles. Sin embargo, como son disposiciones, no necesariamente actuaremos tal como se espera que lo hagamos. Puede ser que ante situaciones particulares, nuevas, nuestras prácticas no se correspondan con lo que se espera de nuestra posición de clase.
Entonces, es desde esas distintas posiciones de clase y desde sus habitus de clase que los agentes producen sentido, comunican, ponen en funcionamiento poderes y sancionan normas. “Permanentemente reaparecen los temas del poder y la desigualdad. La comunicación es sede de negociaciones, de enfrentamientos, de luchas abiertas o encubiertas entre agentes sociales con intereses distintos (porque sus posiciones de clase son distintas). El espacio social y los campos particulares son espacios de competencia y lucha pacífica o violenta, en las cuales quienes ocupan posiciones (mejores) tratan de mantenerlas o mejorarlas”.
Hablamos de poder como la capacidad que tiene un agente de lograr que otro haga algo que por sí mismo no haría. Ese poder se manifiesta tanto a nivel político como de las relaciones laborales o nuestras relaciones más íntimas. Hay una ‘microfísica del poder’, citando a Foucault, que hace que desde la relación entre dos personas hasta las estructuras sociales más grandes, el poder esté en juego. Ahora bien, este poder no es sinónimo de fuerza física solamente, de lo que se llama ‘coerción’. Hay también poder a través de la violencia psicológica y de la violencia simbólica. Pensando a nivel de los sistemas políticos de las sociedades, es decir, a nivel macro, cuando esos sistemas son democráticos, se compite por lograr la hegemonía. Y la hegemonía se logra en primer término a nivel de consenso y luego, de manera complementaria, con la coerción. En cambio, en los regímenes dictatoriales, la fórmula funciona al revés: primero hay coerción y luego búsqueda de consenso, de legitimación. Es en la búsqueda de consenso donde la comunicación logra un nivel de importancia particular, porque un agente pone en juego su propio sentido del orden social, compitiendo con otros diferentes, intentando lograr imponerlo. Si lo impone, logra que sea hegemónico. Pero aunque lo logre, la hegemonía no dura para siempre. La hegemonía puede perderse, en la medida en que ese sentido del orden social pierda consenso.
Vamos ahora por otros ‘conceptos llave’ que nos hacen falta:
Hay tres dimensiones de lo social donde opera la comunicación:
- Lo macrosocial o ámbito del discurso público, las prácticas socio-comunicacionales que afectan las grandes estructuras sociales
- Lo mesosocial o ámbito de las instituciones u organizaciones, donde las relaciones de comunicación están más normadas y normalmente son escritas, prescribiendo diferentes tipos de roles
- Y lo microsocial o ámbito de la comunicación de persona a persona.
De cualquier manera, lo macrosocial atraviesa lo meso y lo microsocial porque, como vimos, es la gran estructura condicionante de las prácticas de todos los agentes en los restantes niveles.
Dijimos, previamente, que los agentes producen sentido. El sentido es la definición, modelo o versión de la realidad. Cuando ese sentido se refiere a la realidad en su dimensión macro, hay sentidos del orden social puestos en juego, distintas concepciones de cuáles deberían ser los órdenes o modelos de sociedad.
Las relaciones entre los agentes sociales están mediadas por los discursos y es a través de ellos que podemos manifestar el sentido. Por eso, los discursos son soportes materiales de sentido, la manifestación material del sentido (textos lingüísticos, imágenes, el propio cuerpo, una película, un afiche, etc.). Construimos nuestros discursos con signos (ver apunte Signo y Significación) y esos signos y soportes materiales que utilizamos condicionan los discursos. Pero a su vez, como vimos, nuestros discursos no nacen en el vacío ni en la atemporalidad, sino que surgen a partir de determinadas condiciones de producción del sentido: hay normas, discursos previos, valores puestos en juego, oportunidades para hablar o callar, costumbres y modalidades del habla que se relacionan con quiénes somos (identidades) y qué posición ocupamos en el campo y en el espacio social general.
Hablamos de discurso y no de mensajes, porque para construir sentido no sólo hay que considerar el discurso mismo, sino buscar las ‘huellas de sentido’ en las condiciones de producción del discurso y en sus condiciones de reconocimiento, de decodificación. Todo discurso no habla sólo de sí mismo sino de aquel agente que lo produce y de cómo ese agente piensa o imagina al destinatario de su discurso. Es una práctica social que pone en acto el habitus del emisor y del receptor. No es fácil. “Cuando menos chances tengamos de reconstruir las condiciones de producción de un discurso menos posibilidades tendremos de dilucidar el sentido del mismo (…) dado que el sentido no es fijo y varía según las posiciones” y el tiempo.
Los discursos no representan el sentido tal cual es, así como una noticia no refleja ni representa el hecho que le dio origen tal cual fue. Es imposible. Los discursos son versiones o representaciones de ideas, hechos, personas, objetos, pero no son ni la idea ni el hecho en sí mismo ni la persona ni el objeto. La palabra manzana o la foto de una manzana no es la manzana que nos comemos. El lenguaje que utilicemos para producir nuestro discurso genera una mediación. Entendemos por mediación la instancia de articulación de sentido. La realidad que nos presentan los noticieros o los documentales no son la realidad, sino un discurso que media la realidad. Cada empresa periodística, cada periodista y cada persona que nos cuente luego la misma noticia está actuando como una mediación. Emite y omite; dice algunas cosas, agranda un poco por acá, achica por allá y no dice lo que no le parece ‘importante’. Es decir, ‘articula’ el sentido. Desde el choque real y concreto ocurrido en una esquina hasta la versión del choque que nos llega probablemente al otro día, a través de un compañero de trabajo que nos contó que lo escuchó por la radio, que lo conoció a través del parte policial, hay varias instancias de mediación que alejan al hecho del discurso, modificando el sentido y nuestra percepción, en última instancia, del hecho mismo.
Los medios son mediadores, pero no sólo ellos. También lo son los docentes, los periodistas, los locutores, los productores, los operadores técnicos, los archiveros, los bibliotecarios, los padres, etc. etc. etc. Son mediadores aquellos agentes que operan entre la codificación y la decodificación.
La codificación “es la práctica por la cual el codificador (un agente social individual o colectivo) construye un discurso echando mano a conocimientos que forman parte de las convenciones de un código y los organiza dentro de ciertas condiciones de producción”, y de manera consciente o no, condicionado por quién es, qué lugar ocupa en ese espacio y en la estructura social general, cuánto sabe, de dónde viene, que experiencias parecidas o diferentes ha vivido y cómo cree que es visto por el otro, entre otros muchos condicionamientos. Los mismos condicionamientos se pondrán en funcionamiento en la decodificación, es decir, la práctica de reconocimiento, de lectura, de reconstrucción del sentido que se produce a partir del discurso. Como normalmente somos distintos, lo normal en la comunicación es la ASIMETRÍA: la falta de concordancia entre el sentido que el codificador quiso transmitir y el sentido que pudo reconstruir el decodificador. “La distancia entre producción y reconocimiento es extremadamente variable” dice el semiólogo Eliseo Verón. Por eso, “entre la codificación y la decodificación hay siempre algún grado de asimetría, una ‘no necesaria correspondencia’ o, más claro aún, una imposible exacta correspondencia, y que dicho grado de asimetría es variable” aporta von Sprecher.
Dado que la codificación es una práctica que normalmente precede a la decodificación, el codificador de un discurso normalmente promueve – consciente o inconscientemente – determinados sentidos, un tipo de decodificación y busca utilizar los signos, códigos, soportes, más apropiados para lograrlo, en la medida en que le parezcan que resultan más apropiados a cómo cree que será su destinatario, sus habitus. Sin embargo “el codificador no tiene garantías de que el agente receptor de su discurso le vaya a otorgar el sentido originario”. Ahora bien, que a nivel macrosocial existan las asimetrías y que los receptores también produzcan sentido, de ninguna manera pone a los grandes medios de comunicación, sean estatales o privados, poderosos o más débiles, que codifican la información (los discursos) al mismo nivel que la gran mayoría de los receptores (el público en general). Tampoco significa que el receptor tenga el mismo nivel de decisión. No hay que confundir “actividad significativa” del receptor, como productor de sentido, con ‘poder’. Todos los receptores “tienen algún grado de actividad” en la producción de sentido de los discursos que recibe, pero la mayoría ni se plantea la posibilidad de discutir y buscar versiones alternativas a las que le llegan por los medios.
Según Hall, es posible identificar tres posiciones hipotéticas a partir de las cuales se puede construir la decodificación, teniendo en cuenta esa asimetría o ‘no necesaria correspondencia’ entre codificación y decodificación:
- La posición hegemónica dominante: se verifica cuando “el espectador toma los significados (…) y decodifica el mensaje en los términos del código en referencia al cual han sido codificados; podemos decir que el espectador está operando dentro del código dominante”. Es decir, que no sólo comprende el discurso sino que además está de acuerdo o no se plantea divergencias respecto de él.
- La posición negociada: esta posición “contiene una mezcla de elementos adaptativos y de elementos de oposición: la misma reconoce la legitimidad de las condiciones dominantes para producir las grandes significaciones (abstractas). Acuerda la posición privilegiada a las definiciones dominantes de los eventos, reservándose el derecho a realizar aplicación más negociadas a las ‘condiciones locales’ o a sus propias posiciones”. Son posiciones típicas del decir “si, bueno, estoy de acuerdo pero…”. Estas posiciones negociadas son claves para el logro de la hegemonía.
- La posición contraria o en oposición: es la que asume el espectador que, comprendiendo lo que el emisor quiere decir, decodifica de “manera globalmente contraria” porque no está de acuerdo.

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