sábado, 19 de septiembre de 2020

En memoria del mejor fotógrafo riojano, Ramón Argentino Avila

  




La religión egipcia, en su lucha contra la muerte buscaba con los embalsamamientos asegurar la permanencia material del cuerpo. Con ello satisfacía una necesidad fundamental de la psicología humana: escapar de la inexorable destrucción del tiempo. 

El semiólogo francés Roland Barthes decía que “la fotografía repite mecánicamente lo que nunca más podrá repetirse existencialmente”. En un momento la imagen deja de ser tan solo una reproducción de la realidad para mostrarnos las cosas que ya no existen. La muerte no es más que la victoria del tiempo y las fotografías son nuestra memoria cuando los recuerdos comienzan a perderse en el tiempo. 

Es muy probable que los personajes de las imágenes de Villa Nidia hachas con David Gatica, los mineros, el hombre de La Tacanita o el viejito de la acordeón ya no existan físicamente, pero estarán por siempre en el trabajo que nos dejó Ramón Argentino Ávila, el “Negro” Ávila.  

Nacido en San Juan el 20 de junio de 1953, llego a La Rioja de muy niño con su madre y hermanos. Luego de trabajar lustrando zapatos y tras una fallida posibilidad de jugar al futbol profesionalmente en Buenos Aires, volvió a la provincia, ya inoculado con el virus que lo acompañaría toda la vida: la pasión por la fotografía. 

En 1977, ingresó al diario El Independiente donde se desempeñó hasta sus últimos días,  llegando a ser jefe de fotógrafos. Sostén permanente de su familia, también trabajó en prensa de Casa de Gobierno y la Municipalidad de la Capital. 

El Negro Ávila no se dedicó a trabajar de fotógrafo sino a “ser fotógrafo” y llego a ser “el” reportero gráfico de La Rioja. 

Fue espejo para muchos fotógrafos que lo tomaron como ejemplo. Es importante recordar que toda la fotografía del Negro, con ese blanco y negro contrastado de tanta fuerza expresiva, fue realizada con película analógica, posteriormente revelada y copiada con el tradicional proceso químico de revelador, baño de paro y fijador. Todo sin las ventajas actuales del uso de lo digital. Nada de Photoshop, Lightroom, ni de ninguno de los programas de edición digital de imagen que hoy hacen accesible el trabajo a todos. El entonado, la reserva de espacios, la búsqueda del tono y contraste, todo realizado de forma manual, con mucho trabajo y conocimiento.    

Ávila nos habló en sus fotos de la aridez de la piedra como paisaje, de la escasez del agua que es vida, de la calidez y las luchas de la gente humilde. Caras bruñidas por el trabajo diario muestran al hombre y su existencia simple escondida en la parquedad del tiempo sin tiempo. 

Con resignación pero orgullosos en su dignidad esos hombre ricos en vivencias abrieron su corazón y sus ranchos al Negro Ávila. Él tenía una gran capacidad para relacionarse con la gente, a los 5 minutos de llegar a una casa desconocida, ya era como de la familia. Nadie le iba a decir que no para sacar una foto. Siempre pudo acercarse a la simplicidad de lo verdadero, hecho a fuerza de trabajo, de sacrificio y del orgullo de saberse integrado a la fuerza de la tierra. 

Las fotografías del Negro Ávila participaron en muchas publicaciones, concursos y  exposiciones, y en su memoria, en 2008 la Cámara de Diputados de La Rioja por ley 8.378, instituyó el 19 de septiembre como el “Día del Fotógrafo Riojano”.

Recuerdo con mucha tristeza ese 19 de septiembre de hace 24 años cuando una llamada telefónica me avisaba de la muerte del Negro. Hoy todavía lo extraño.


                                                                Guillermo Hugo García


Guillermo García nos recuerda al Negro Avila. Entre amigos