¿SOLO SOMOS ESPECTADORES DE LA
MUERTE DE NUESTROS JOVENES?
Vivimos un tiempo de
incertidumbre. Borges decía en el Fragmento 41 de un Evangelio Apócrifo que “Nada
se edifica sobre la piedra, todo sobre la arena, pero nuestro deber es edificar
como si fuera piedra la arena...”. Dicho en criollo básico: tratemos de
maniobrar en la incertidumbre y la complejidad como si aún existiera alguna
certeza y lo simple fuera posible.
Difícil, sí, pero imprescindible.
Y hay que ver qué certeza. Porque
si la certeza es una sobredosis de pragmatismo, seguiremos perdidos.
Es como si piedra y arena se nos
estuvieran confundiendo y ya no está para nada claro dónde estamos parados. Y
en este caso hablo de los adultos. Los adultos vistos como tales en cualquiera
de los roles que nos toca asumir: padres, amigos, compañeros de trabajo, jefes,
subalternos y dirigentes. Sobre todo dirigentes. Personas adultas. Personas
capaces de discernir cuestiones básicas de la vida.
Hace 15 años, haciendo una
investigación cualitativa sobre la construcción de identidad de los jóvenes, me
tocó entrevistar a varios de 12 a 18 años de La Rioja. La imagen que tenían por entonces de
nosotros, pensando en sus padres, docentes, clase dirigente en general, era que
no sabíamos qué hacer con nuestras propias vidas. Menos respecto de ellos. Pero
cuando les preguntaba cómo imaginaban sus propios futuros como adultos, las
únicas salidas que podían mencionar eran, obviamente, esas insatisfactorias
conocidas a través nuestro. Los adultos no éramos referentes de esos jóvenes.
En general, los jóvenes no encontraban referentes. Pero a la vez, somos el
mundo conocido.
Uno podría mirar esto en términos
de la ‘culpa’, tan religiosa como funcional. Y cargar las tintas sobre nosotros
mismos, abriéndonos las venas a través de un artículo como este para luego
dejar que se cierren y seguir como si tal cosa, post sincericidio. O también
podría mirarlo desde la más pagana responsabilidad, haciendo un mínimo esfuerzo
de autocrítica. Porque también nosotros estamos intentando construir sobre la
piedra. Y no nos sale bien siempre y vamos haciendo como podemos.
Si no hay mapas, no hay mapas
para nadie, no importa en qué franja etárea nos ubiquemos, cosa muy arbitraria,
por otra parte.
El punto es que aún sin mapas,
como decía Jesús Martín Barbero en La Plata en el año 98, omitimos ver que hace
falta construirlos ‘con’ los otros, con los jóvenes incluso, una vez que
aceptemos que no los tenemos. Ese primer paso de autoreconocimiento es el
necesario, aunque no el suficiente.
Somos los primeros en quejarnos
por esta incertidumbre que también se vive en el campo de los valores. Pagué
costos altos por decir en las aulas de la Facultad durante la última dictadura
que no había valores absolutos, más allá de su mera formulación. Que si bien en
la escala de todos los valores posibles la vida podría ser el principal, pues sin ella no hay nada, la vida no vale lo mismo en la paz que en la
guerra; en un contexto de inseguridad o sin él; con o sin calidad de vida. Hay demasiados peros, demasiados ‘atenuantes’
cuando se analiza caso por caso. Pero nadie puede negar que el valor de la vida
es jerárquicamente la base sobre la cual discutimos el resto.
Y, sin embargo, hace rato que el
discurso sobre la vida se ha distanciado de la vida misma. Hoy mismo, domingo
15 de febrero de 2015, nos impacta la muerte de una joven de 18 años que vino a
La Rioja desde Patquía para inscribirse en un profesorado. Tres días después de
su desaparición, su cuerpo fue encontrado quemado cerca del Golf Club. ¿Cuánto
valía la vida de Romina Ríos, una chica que seguramente, al haber proyectado
estudios superiores, debió haber pensado que tenía derecho a un futuro? Romina Ríos nos saca por un rato del limbo de
la chaya y del regreso al cotidiano, un poco gris, de la mayoría de nuestros
días.
¿Cuánto valía la vida de aquel joven de 18 años de Chepes, cuyo cuerpo
fue encontrado enterrado bajo cemento en el patio de la casa de un policía, él
mismo de 30 años, con cuya mujer, de 25 años, aparentemente el primero sostenía
una relación amorosa? Tres jóvenes de 18 a 30 años vieron tronchadas sus vidas,
de diferente manera, por una relación sexual. ¿Cuánto valían y cuánto valen
ahora?
Las estadísticas en nuestro país,
en la provincia de La Rioja, son poco confiables. Es cierto que los números,
que para muchos son materia inopinable, son claramente manipulables. Pero cada
tanto nos enteramos de estas ‘bajas’ singulares. No porque la gente grande se
muera por enfermedad o pura vejez, que
es normal. Como también decía Borges “morir es una costumbre que sabe tener la
gente”. No, no. Hablamos de muertes de quienes recién están empezando sus
vidas. Que mueren porque se suicidan, directa o indirectamente, porque se
cuelgan, se envenenan, toman hasta quedar atontados, mezclan cualquier tipo de
sustancia (incluso aquellas que nos ‘sacan’ a los adultos, en sus propias
casas) o se lanzan sin casco ni ninguna medida de protección a la calle como si
corrieran el Dakar en sus motos o sus autos y la velocidad fuera aquella que
uno necesita en casos de emergencia. Resulta que los conductores “pierden el
control” de lo que manejan “por razones que se investigan”. El diario El Independiente publicó en 2010 un
informe con el siguiente copete: “En
lo que va del 2010, La Rioja encabeza la tasa de accidentes viales con el 66
por ciento, según estadísticas del Ministerio de Salud de la Nación. En nueve
meses hubo 48 víctimas fatales, casi el 70 por ciento tenían menos de 35 años y
en su mayoría fueron protagonizados por motociclistas”. (http://www.elindependiente.com.ar/papel/hoy/archivo/noticias_v.asp?209412)
Sólo basta con googlear algo así
como ‘suicidios la rioja jóvenes’ y, si quieren, incluir los años de
referencia. Por caso, un sitio digital de Chepes, preocupado por lo que pasa en
esa comunidad, reseña un trabajo de 2003 y dice que Hector Basile, en “El
suicidio de los adolescentes en Argentina” publicado por la Revista Argentina
de Clínica Neuropsiquiátrica, muestra que según los índices estadísticos
recogidos por el psicólogo durante el 2003 La Rioja se ubica como la segunda
provincia con mayor tasa de suicidios del país. (http://julio-chepeslarioja.blogspot.com.ar/2010/06/la-rioja-segunda-en-el-mapa-del.html).
La cuestión no parece haber mejorado
desde entonces, a juzgar por la cantidad de publicaciones que hablan de la ‘preocupación’
por este ‘flagelo’. Por ejemplo, en http://riojapolitica.com/2012/11/19/por-que-los-adolescentes-ocupan-un-lugar-tan-preponderante-en-las-estadisticas-sobre-suicidio/
se dice que este nuevo “estudio científico -uno de los pocos disponibles en
Argentina- indica, estimativamente, que el 25 % de los suicidios ocurre entre
los 15 y los 25 años, y que se trata de un problema de varias regiones del
país. De acuerdo a un informe elaborado en junio de 2010 por la Asociación para
Políticas Públicas, titulado ‘El Problema del suicidio adolescente en Argentina
1997-2008. Casos de niños y adolescentes’, las cifras son por demás alarmantes:
entre 1997 y 2008 en el país hubo 650 pérdidas de chicos entre 10 y 14 años,
por sus propias manos. El incremento fue de 30 a 60 casos anuales”. Fue
publicado en La Rioja en 2012.
A manera de síntesis, se puede
leer el artículo publicado en 2013 por el diario La Prensa: (http://www.laprensa.com.ar/417438-Mas-del-66-de-los-jovenes-muere-por-causas-evitables.note.aspx)
“Según el Boletín ‘Salud materno-infanto-juvenil en cifras 2013’, que publicó
recientemente la Sociedad Argentina de Pediatría (SAP) con el apoyo del Fondo
de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF), más del 66% de las muertes
que se producen entre los jóvenes de 15 a 24 años se puede evitar”, como los
accidentes de tránsito y los suicidios.
Por supuesto, también se puede
buscar en internet la gran cantidad de manifestaciones sobre la “preocupación”
de nuestras dirigencias acerca de este problema, siempre como algo que les pasa
a los otros, no a nosotros. Sobre todo durante las campañas políticas.
Más allá y más acá de los datos,
lo que debería importar es que la vida no parece valer nada para muchos de
nuestros jóvenes.
A menos que la familia constituya
una red primaria de contención superlativa, que sus amigos y conocidos, alguna
que otra figura providencial se les cruce en el camino; que los propios chicos
encuentren en el arte, la ciencia, incluso la avidez por el dinero algún norte
interesante, los jóvenes se pierden en un presente puro y duro. Pese a los
discursos, ya no son el futuro. Son parte de un presente que los excluye y que
no les promete nada. Carecen de un horizonte que, aún construido de trabajo y
luchas, valga la pena. Y los demás miramos lo anecdótico, porque no estamos
pudiendo ver la magnitud del daño que estamos haciendo aún sin querer en la
mayoría de los casos, pero respecto del cual no nos podemos hacer los
distraídos. No debemos. No deberíamos. Aunque fuera por un instinto básico de
supervivencia como sociedad, como familia.
De arriba hacia abajo; un poco
más o un poco menos. Salvo excepciones honrosas, actuamos como si hubiéramos
perdido instintos básicos de preservación, aunque para lograrlo haya que hacer
cosas odiosas en el momento, como poner límites. Los adultos no ponemos ni nos
ponemos límites, nos resulta complicado
contraer compromisos en el tiempo y no sostenemos aquellos que sí hemos contraído
alguna vez.
A veces, sobre todo en las redes
conversacionales virtuales o presenciales, pienso que tal vez lo que se han
corrido demasiado sean los límites. Los límites del decoro, por ejemplo, que no
tienen nada que ver con una falsa moralina. Como si todo pudiera mostrarse en
su crudeza, en su obscenidad y hasta la supuesta preocupación por algo con
apariencia de valor fuera una desfachatez. ¿Cómo si no procesar dichos como
éste?: “Me fui, porque una cosa es que
falles en un sentido u otro porque te lo piden, pero ya que cobres por eso…” (ex
juez). ¿Perdón? ¿De qué hablamos? ¿De cobrar directamente una determinada suma
de dinero o de estar permanentemente pagando por el ‘privilegio’ de estar en un
cargo que supuestamente se ganó por propio mérito y esfuerzo? ¿Qué es más
corrupto? Y hablamos de un juez, del garante último de nuestros derechos…
Pero no hace falta tomar tanta ‘altura’.
Un sobrevuelo rasante por la realidad nos permite, a diario, escuchar palabras
como éstas: “¿qué, vos querés que yo sea el único pelotudo/a que se opone?
¡Mirá cómo les va a los pelotudos/pelotudas que se hacen los quijotes!”. Y
miro. Y a muchos les va mal. Les va mal
en un contexto en el que se privilegian los resultados por sobre los procesos y
en que esos resultados son visibles, contantes y sonantes. Y sí. Resulta que
estos ‘pelotudos/as’ no tienen trabajo o son castigados de diferente manera, cada
tanto reciben algunos palos, normalmente comentarios críticos sotto voce. O, en
otros casos hasta por ahí terminan muertos, en circunstancias dudosas. Sí,
visto así más vale ser un mediocre, uno del montón, y seguir la corriente.
Nuestra provincia, nuestro país,
no está dando respuestas. Pero todos somos La Rioja y todos somos Argentina,
aunque cuanto más arriba nos posicionemos, más responsabilidad tengamos que
asumir.
Tal vez lo que nos pasa es que no
sólo ignoramos cómo maniobrar en la incertidumbre, sino que la corrupción nos
está carcomiendo hasta los huesos. Dicen que la corrupción mata. Y sí, pero no
sólo la corrupción económica. Mata la falta de apego a las leyes, la omisión de
justicia, el todo vale, la pobreza estructural, la impunidad, la mentira. Eso
nos mata. Nos mata como sociedad, porque si sólo somos espectadores de la
muerte de nuestros jóvenes, nos estamos volviendo una sociedad impotente,
indiferente, vacía, en la que todos sabemos que todos sabemos. Una sociedad
hipócrita en la que los poderosos hacen lo que quieren, dicen lo que les
parece, se “andan comiendo el maizal y todavía andan gritando”, como canta
Ramón Navarro en la Chaya del Corcelito, y los débiles se convierten en
cómplices y bajan la cabeza para que les tiren harina.
La Rioja, 15/02/2015
María Rosa Di Santo
No hay comentarios:
Publicar un comentario