Publicado en Perfil: http://www.perfil.com/ediciones/2012/9/edicion_709/contenidos/noticia_0004.html
EL LECTOR IMAGINARIO
La manipulación política de la estadística
Según la Encuesta Nacional de Hábitos de Lectura que se conoció días atrás, nueve de cada diez argentinos leen habitualmente, con un 79% que lo hace por placer y un 69% para aprender cosas nuevas. ¿Pueden creerlo?
Por Omar Genovese
08/09/12 - 10:26
Números. Si bien Argentina tiene uno de los índices de lectura más elevados de la región, la encuesta realizada no refleja valores aceptables, ya que considera lector a quien lee 15 minutos diarios.
Durante última Feria del Libro, el diario La Nación informó sobre dos resultados respecto a la lectura en el país. Uno surge de una encuesta de TGI (Targe Group Index)-Ibope bajo la consigna “si habían realizado alguna actividad como entretenimiento en el mes previo a la encuesta”, donde el 11% de 10 mil casos respondió que leyeron un libro. El otro resultado, a través del Centro Regional para el Fomento de la Lectura en América Latina y el Caribe (Cerlalc), de la Unesco, y donde Argentina muestra el más alto porcentaje de lectura de libros en la población, con 55%. Y también, que en la Argentina se leen 4,6 libros promedio por habitante en un año; en Chile 5,4; en Colombia 2,2, y en México 2,9. El pasado 24 de agosto, Día del Lector, el ministro de Educación de la Nación, Alberto Sileoni, presentó una síntesis de 30 páginas con los resultados de la Encuesta Hábitos de Lectura 2011 (disponible en la web: http://sinca.cultura.gov.ar/sic/habitosdelectura.php). En el recuadro adjunto se reproducen los resultados destacados por el organismo oficial, más aquellos datos extraídos del documento a los efectos de reflexionar sobre quiénes leen literatura, y tratar de develar la misteriosa cifra que los representa.
Natalia Calcagno, coordinadora del Sinca (Sistema de Información Cultural de la Argentina, que corresponde al área de la Secretaría de Cultura de la Nación), aseguró que los cuestionarios fueron extensos, específicos, comprendiendo más detalles, y cuyos resultados serán publicados a medida que se complete el procesamiento de datos. También, que la encuesta fue supervisada por el Cerlalc-Unesco, que amplió las preguntas de la misma según la norma que el organismo promueve e incluye en la publicación Metodología común para explorar y medir el comportamiento lector (2011). Allí, el Cerlalc destaca quién es lector para la encuesta: “...se da el estatus de lector a todo sujeto que declare leer cualquier tipo de material escrito. No se trata de calificar las prácticas y representaciones de lectura, sino de entenderlas y conocerlas, así como los contextos donde ocurren. Explorará, entonces, posibles prácticas lectoras en soportes impresos en papel u otro material, así como en soporte electrónico”. De ahí que el modelo conceptual destacado por el ministro sea “quienes leen durante 15 minutos o más, diarios, libros, revistas, textos en pantalla u otro tipo de material”. ¿Qué es “otro tipo de material”? Aquello que deriva del uso de dispositivos digitales incluyendo la navegación en la web y sus prácticas, como las casillas de mail, redes sociales y lectura de artículos de todo tipo y origen.
En la página 37 de Resultados del Informe PISA 2009: Estudiantes en Internet, Volumen VI (Santillana España, 2011), puede leerse: “Recopilar información en Internet requiere hojear y echar un vistazo a inmensas cantidades de material y evaluar de forma instantánea su credibilidad. En consecuencia, el pensamiento crítico se ha vuelto más importante que nunca en lo que respecta a la competencia lectora”. Los informes PISA no le agradan al ministro Sileoni, tal vez porque ponen en blanco sobre negro los magros resultados de la educación pública, pero no trataremos tan delicado tema. Dichos informes los elabora la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico), organismo creado por la comunidad europea para la aplicación del Plan Marshall en la reconstrucción de Europa occidental luego de la Segunda Guerra Mundial. ¿O será que el ojo europeo es demasiado exigente? Al menos pone en claro qué necesita un lector al momento de enfrentar la información disponible en internet como herramienta de conocimiento: pensamiento crítico. En la página 42 del mismo libro, en el capítulo Rendimiento de los alumnos en lectura digital e impresa, puede leerse: “PISA define la competencia lectora como comprender, utilizar textos escritos, reflexionar sobre ellos e implicarse en ellos para alcanzar los propios objetivos, desarrollar el propio conocimiento y potencial, y para participar en la sociedad”. Esto nos remite al tema conceptual básico desde donde parte la encuesta realizada por el Sinca: ¿es lector quien identifica una secuencia de palabras durante 15 minutos tanto en un medio digital como en soporte papel? Desde un suplemento referido a la cultura, podemos afirmar que no. En primer término, queda de lado la secuencia que involucra distintos procesos cognitivos como memorización, comprensión y rendimiento de la lectura, si lo leído es integrado al caudal cultural del sujeto lector y si el mismo puede interpretar, evaluar y reflexionar frente al texto. Además, la interacción frente a una pantalla es accesible a través de otras habilidades no-lectoras, en un entorno muy distinto al que presenta el papel, cuyo soporte no permite desvíos por hipervínculos o desplazamientos virtuales.
Un lector “nativo digital” es aquel que a temprana edad ha incorporado el uso de programas que acuden a lo virtual, evolucionando con la complejidad de los mismos, desarrollando otro tipo de habilidades que no tienen que ver precisamente con la lectura sino con el diseño espacial de la información. Considerar que esto solo habilita una conducta lectora llevaría a pensar que jugando al Nintendo se aprende la lengua inglesa de manera absoluta. Pero volvamos sobre la motivación del corte estadístico en el entramado social. Según Marina Pérez, controller de procesos contables en una empresa multinacional, el lector del que se parte disminuye el campo de exigencia involucrando a sujetos que no representan al universo lector. El otro defecto lo adjudica comparar con el año 2001: “Cualquier índice actual, en el tema que prefiera, será totalmente diferente al que corresponde al momento de la más grave crisis económica y social que sufrió el país. Es como comparar las aptitudes de un caballo de carrera con las de un asno enfermo, así de simple”. También advierte que los 3.568 casos resultan insuficientes para realizar afirmaciones globales que involucren a toda la población: “Si dividimos por tres clases sociales, cuatro franjas etarias, en seis regiones del país, obtenemos cincuenta personas para cada caso. Un micro de larga distancia con cincuenta pasajeros de la zona cuyana, entre 18 y 25 años, clase media, dudo que represente las problemáticas lectoras en dicha franja de habitantes de la región. Lo mismo para el Conurbano bonaerense, cada provincia o zona suburbana tiene una complejidad social y económica particular”. Luego está el sesgo político que se encubre tras la adhesión a las directivas del Cerlac, que, a todas luces, son demasiado inclusivas y hasta permisivas, tal vez para disimular las consecuencias del estado de pobreza en el continente. Al fin, la progresía termina siendo funcional al abuso de la estadística; alcanza con verificar de dónde provienen los recursos que financian a la Unesco, vale decir, sus Estados asociados. En sí, la burocracia asordina su ineficacia.
Lectores fantasma. ¿Los datos estadísticos sugieren que estamos frente a un nuevo tipo de lector? No, más bien incita a pensar en un nuevo tipo de ignorante con circulación ambulatoria enmascarada; así lo expresa la encuesta oficial: “la lectura en internet es realizada por el 50% del total, y leen: 60% mails, 39% diarios, 42% redes sociales”. La globalización económica ha cosificado la tecnología como un bien de uso prestigioso, convirtiendo a cada sujeto en una entidad emisora-receptora de información actual. Los dispositivos de comunicación celular táctil resumen los supuestos “bienes” que definen los atributos del nuevo ser sociable. A saber: fotografía, filmación, archivos de sonido, conexión a internet, radio, GPS, mensajes, chat, notas, grabación de voz, y cuanta función vinculada a la adquisición-circulación de objetos se desarrolle. Reitero, ¿el uso del dispositivo define a un lector? Si la actividad de quienes utilizan una pantalla está centrada en el intercambio de mensajes y lectura de novedades, sumando a ello que los teléfonos cuentan con un sistema de memoria inmediata que ayuda a la escritura, la actividad comunicacional ve reducida su exigencia. Más que el significado de una palabra se busca una solución operacional, al fin, se trata de que el sujeto consuma la señal. En este punto, casi final, es importante dejar en claro que no se trata aquí de cuestionar la existencia y uso de tal tecnología, pero sí vale destacar que al momento de evaluar las consecuencias hay que salir del marco regulatorio que la sustenta, y hablo del mercado. Tal vez eso explique el matiz general que tiene la encuesta, que habla más de las conductas comerciales que de las características del sujeto lector, o peor, pone su foco en la cultura como bien de uso. Tal funcionalidad borra de la estadística al lector, de ahí que un editor me comentara de manera informal: “Si tantos compran libros la carpintería sería una industria floreciente, no alcanzarían a construir suficientes bibliotecas y estantes”.
Cuando un escritor piensa en quién será su lector, si llegará a tenerlos, en cómo será recibido por ellos, no hace más que abstraer un ideal, una figura imaginaria y difusa que aún presente lo deje hacer su tarea. De allí que los resultados numéricos siembren más dudas que certezas. ¿Qué será de la escritura en veinte años? ¿Se reducirá la exigencia lectora al punto que desaparezcan los oficios vinculados a ella? La llegada del lector virtual, encorsetado en una plataforma de entretenimiento, lleva a pensar que el ámbito del destinatario de la comunicación será la soledad, el aislamiento reducido a un pensamiento básico funcional en la propia representación, más vinculada al simbolismo explícito que a la interpretación de los significados. Pintura tribal y señales de humo, algo simple, pero portable y amable al sujeto que consume. Sin saber la cifra real de lectores, queda la especulación más sombría: ante el 14% que concurrió a una biblioteca barrial, no faltarán los iluminados gobernantes y administradores que propongan el cierre definitivo de las mismas. Incluso pueden desatar una persecución de los bibliotecarios, como estigma social por su poca eficiencia y utilidad general. ¿Y los escritores? Tal vez tengan el mismo destino, o ejercerán su arte como peregrinos del relato oral, como nuevos juglares ante la ignorancia diversificada. También puede que el oficio mute hacia una jerarquía que tenía en el medioevo: los nuevos analfabetos tecnológicos acudirán a ellos como lectores sabios, capaces de interpretar las expresiones de un contrato, una carta formal o cualquier texto cuya complejidad los apabulle. Luego, algo llamativo, si lo más leído en libros en los últimos dos años es 31% cuentos, 29% novela, ¿estamos frente a una tendencia hacia la forma breve de escritura? ¿La novela deberá adaptarse para sobrevivir? No faltará quien vindique la nueva forma escasa como una adaptación estético-ecológica de la civilización. Y es hora del punto final a este artículo que tendrá algún lector ocasional último, precioso, al borde de su extinción.
El aumento de los lectores digitales
—¿Qué opinión le merece el diseño de la encuesta?
SEBASTIAN NOEJOVICH*: No encuentro objeciones al diseño de la encuesta sino a la interpretación que se ha hecho desde el Gobierno nacional de sus resultados. No puede desconocer el Ministerio de Educación, implicado en este trabajo, que el formidable aumento de lectores digitales constituye un fenómeno global, que poco tiene que ver hasta ahora con el desarrollo de la comprensión lectora. Y que no hay qué celebrar si sólo el 59% de los argentinos confiesa haber leído al menos un libro por año.
—Ante los resultados destacados, ¿observa el mismo comportamiento en la Ciudad de Buenos Aires?
SN: No cuento con datos específicos sobre hábitos de lectura en la Ciudad de Buenos Aires, pero la propia actividad cultural de la Ciudad y la multiplicación de experiencias de promoción que aquí se desarrollan regularmente, tanto desde el Estado como por parte de instituciones especializadas, probablemente hagan alguna diferencia a favor.
—¿Cuál es la definición de lector que utilizan para implementar las políticas culturales?
SN: Creo que se manejan con una definición de “lector” bastante laxa. El libro y la lectura de libros, sea cual sea su soporte, sigue constituyendo una herramienta clave para el desarrollo de nuestras funciones intelectivas, como lo saben muchos docentes y promotores de la lectura. Por supuesto que se trata de un hábito complejo, cuyo proceso de adquisición pone en juego nociones algo desacreditadas en nuestra vida comunitaria, como son la perseverancia y la disciplina. El cambio en los hábitos de lectura, que se enmarca en un cambio general de hábitos de consumos culturales, es un dato de la realidad y sin duda incorpora experiencias que pueden enriquecer nuestras formas de conocimiento. Pero es importante no perder de vista que surgen del mercado de contenidos y tienden a considerar al lector, ante todo, como un sujeto de consumo y no de conocimiento.
*Es docente de Literatura y se desempeña dentro de la Dirección de Industrias Creativas del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires (Ministerio de Desarrollo Económico) como coordinador general de Opción Libros, Opción Música y el Observatorio de Industrias Creativas.
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