ACERCA DE LA POSVERDAD Y LA CONSTRUCCIÓN DE LOS RELATOS
María Rosa Di Santo
Raúl Apold - Imagen de Foro de El Nacionalista. |
La construcción de relatos es vieja como el mundo. Uno podría
pensar que surgió con el posmodernismo y la caída de los grandes relatos, pero
es más viejo.
Vamos a lo básico.
¿Qué es la verdad?
Tradicionalmente tres cosas:
-la coincidencia entre una afirmación y los hechos;
- la realidad a la que dicha afirmación se refiere;
-la fidelidad a una idea. La conformidad de lo que se dice
con lo que se piensa o siente.
Pero ¿y cómo sabemos que esa conformidad existe? ¿Se puede probar
la verdad? ¿Es que uno no puede pensar o sentir diferente en un tiempo y en
otro sobre el mismo tema o persona?
Las preguntas como ¿hay verdad? ¿qué es la verdad? nos llevan
a la teoría del conocimiento.
Nietzche diría que la verdad es parte de una construcción no
sólo de valor epistémico, sino moral.
Vamos ahora a la
posverdad, sabiendo que no estamos ciertos de qué cosa es la verdad en el
siglo XXI
Posverdad: mentira emotiva. Hay posverdad cuando un relato se
cree verdadero por razones emotivas o por una cuestión de fe; no por los hechos
objetivos que supuestamente narra.
Un bloguero, David Roberts, escribió en 2010 que la
"política de la posverdad" se refiere a "una cultura política en
la que la política (la opinión pública y la narrativa de los medios de
comunicación) se han vuelto casi totalmente desconectadas de la política
pública (la sustancia de lo que se legisla)".
El sociólogo Félix Ortega advierte que la manipulación de la
información hace que el público no pueda conocer qué es verdad y qué falsedad.
Esto ocurre, según Ortega, porque:
-La comunicación política es básicamente propaganda,
-El periodismo habría perdido principios éticos y se somete a
intereses particulares, no generales.
-Los políticos montan espectáculos
-La ciudadanía se ha fragmentado, lo que simplifica su
manipulación.
Llevo casi 25 años investigando, entre otras cosas, la
recepción. No hay evidencia de que ahora seamos más tontos que antes.
Matías Rivas decía en julio pasado que si bien en el
diccionario de Oxford se consagró a la posverdad en 2016 “no significa que
estemos ante un fenómeno nuevo. Desde que el periodismo existe ha tenido que
lidiar precisamente con la permanente tentación de quienes lo asumen como
instrumento para falsear los hechos, alterar la realidad, mentir, omitir,
censurar o construir realidades a partir de premisas falsas”.
La diferencia es la cantidad increíble, la progresión
geométrica, de las informaciones que recibimos sin filtro o con muchos menos
filtros y de organizaciones – redes de trolls – que generan información falsa.
Y ningún ciudadano prácticamente tiene tanto tiempo como para corroborar cuánto
hay de verdad en lo que le llega. Ni, en muchos casos, podría o sabría hacerlo
porque no es lo suyo, porque no es una capacidad que se desarrolle.
Más que hablar de la verdad, para entender la posverdad hay
que volver a la diferencia que existe
entre verdad y verosimilitud. Para que sean creídos los relatos construidos
tienen que ser verosímiles, no necesariamente verdaderos.
Tienen que parecerle verdaderos a alguien, en general porque
se dan dos cuestiones: alguien quiere creer ese relato y el relato da pistas de
que podría ser verdadero, por ejemplo indicar hechos, nombres, fechas,
circunstancias. Es lo que pasa cuando hay un relato de infidelidad.
Cada régimen político genera, si tiene tiempo, su propio
relato. Y ese relato se va resignificando con el tiempo hasta que llega un
momento que los testigos directos de lo ocurrido van muriendo y uno se queda
con los documentos que escribieron (en cualquier lenguaje) como testimonio. Pensemos
qué pasará en el futuro entre quienes escriban la historia de La Rioja si
siguieran los testimonios de fuentes como nuestros actuales diarios locales. Y
los diarios vienen siendo una de las fuentes más apreciadas por los
historiadores, sobre todo si son un poco vagos o si, como también ocurre acá,
no hay acceso garantizado a la información pública.
Cuando los opositores al Kirchnerismo se quejaban de su
relato, leí ‘El inventor del peronismo: Raúl Apold, el cerebro oculto que
cambió la política argentina” de Silvia Mercado. Leo la síntesis de la
editorial Planeta: “o que más importancia le dio a la comunicación desde 1983,
pero Néstor Kirchner no inventó nada. Episodios parecidos a los que se viven en
el presente sucedieron entre el año 46 y el 55, cuando Perón captó a artistas y
directores de cine, compró medios económicamente débiles y expropió el diario
La Prensa mientras construía su relato: el mito potente del líder popular. El
ideólogo y brazo ejecutor de las políticas de comunicación del peronismo
original fue Raúl Apold. Kirchner supo más de él de boca de un viejo peronista
que, en pleno conflicto con el campo, lo visitó para decirle que el mayor logro
de Perón no habían sido las obras públicas o la política social sino el aparato
de propaganda del Estado, motorizado desde la Subsecretaría de Informaciones y
Prensa. Apold era el segundo hombre más poderoso y temido de la Argentina
peronista hasta julio de 1955, cuando dejó el país y se esfumó de la escena
pública sin pena ni gloria”.
También podríamos pensar en el relato que armó el
antiperonismo, antes, durante y después de la Revolución Libertadora.
Y podríamos pensar en la madre de todos los relatos, la
propia Biblia.
En cualquier caso, nada fortalece más la posverdad que las
brechas ideológicas, políticas, religiosas, étnicas, culturales, en fin, que
anteponen convencimientos basados en dogmas – o sea en verdades que no se
discuten – por sobre conocimientos basados en argumentos, en datos.
Vale la pena leer un artículo sobre la posverdad que publicó
la revista Anfibia. (http://www.revistaanfibia.com/ensayo/la-postverdad/)
Dicen allí que “Uno de los eventos más importantes para el
periodismo ante la elección de Donald Trump fue la proliferación de noticias
falsas en las redes. ¿Por qué? ¿Y qué significa para el futuro del periodismo a
corto plazo? El especialista Pablo J. Boczkowski dice que siempre hubo noticias
inventadas pero que al público le cuesta más detectar información tendenciosa
proveniente de la curaduría web, y analiza la crisis cultural que afecta no
solo al periodismo, sino a la ciencia, la medicina y la educación”.
En la primera mitad del siglo XX uno de los fundadores de la
Escuela de Sociología de Chicago, Robert Park, dijo que las noticias falsas
eran un elemento intrínseco de cualquier ecología de la información y grandes
empresarios periodísticos y editores como William Randolph Hearst y Charles
Foster Kane en Estados Unidos explotaron el potencial comercial de las noticias
falsas.
Pero no se trata solamente de crear una noticia sobre un
hecho inexistente.
Hay posverdad cuando una narración distorsiona los hechos,
sea por el aspecto que privilegia o sea por lo que oculta. En la última semana
se vio claramente cómo los medios principales priorizaban la lucha alrededor
del Congreso Nacional, en lugar de la marcha multitudinaria que no participaba
del enfrentamiento. Hay posverdad cuando el gobierno actual decide hablar de un
bono resarcitorio en lugar de reconocer cuánto perderemos los jubilados a lo
largo del año. Y así… Y no es monopolio de este gobierno.
Lo bueno es que la gente desconfía, pero no de todo.
Desconfía de quién le dice qué cosa, pero si confía o acuerda con la persona o
entidad que lo dice, es muy probable que crea su discurso. Es más, que lo haga
propio. Y con las redes hoy cualquier usuario puede, además de reproducir,
producir un contenido. Es común lo que pasa con fotos que no corresponden a la
realidad de la que se habla y muchos las compartimos lo mismo. Porque son
verosímiles. Es decir, porque podría ser posible que fueran verdaderas.
El problema es qué se hace con esto.
Si la solución es aceptar filtros que cuiden la veracidad de
los relatos que nos llegan, los mismos filtros pueden acotar peligrosamente
nuestro acceso a la información y direccionar nuestra atención solo a aquellos
temas que quieren que veamos. Como ocurre cuando la inseguridad nos lleva a
aceptar una mayor seguridad sobre nosotros mismos. Ojo con aceptar controles
que podrían volverse en nuestra contra ante gobiernos autoritarios.
Acuerdo con Pablo J. Boczkowski cuando advierte: “Celebramos la nueva
infraestructura cuando ayuda a socavar las prácticas de información de
gobiernos opresores y la denunciamos cuando contribuye a desinformar a los
ciudadanos de estados democráticos liberales. Pero, desafortunadamente, parece
poco realista tener lo uno sin lo otro, porque son las dos caras de la misma
moneda”.
Como pasó respecto de la TV y los medios tradicionales, yo
estoy más a favor de trabajar la
recepción crítica, dándole a la propia gente algunas pistas para ubicarse
en el mundo de las redes y los medios. Claro que no garantiza nada. Si uno no
sabe mucho de un tema, siempre podrá ser manipulado. Y nadie puede saber mucho
de todos los temas. Tampoco los periodistas.
Por otra parte, la mayoría de los usuarios desconoce las
lógicas de funcionamiento de internet, aunque ya sabe algo de las lógicas de
funcionamiento de los medios tradicionales y eso ha llevado a los espectadores,
lectores, oyentes, a saber distinguir un relato noticioso de una opinión, de
una parodia (imitación burlesca) o una sátira (crítica moral, lúdica o
burlesca). También los ha llevado a discutir su autoridad. Una misma noticia en
medios diferentes es denostada en un caso y aceptada en otros por un mismo
receptor.
Hay una crisis de autoridad cultural del conocimiento en
todos los órdenes, no sólo en la comunicación. Eso no está mal. El problema es
resolver el hueco que ha dejado.
Yo gusto de las crisis que nos alejan de certezas que
resultan falsas. Hay que aprender a criticar, enseñar a criticar, a argumentar,
a
Armado para la mesa de debate realizada el 20/12/2017 por Cooperativa Voces y emitida por la Radio comunitaria Voces. Gracias por la invitación.
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