Hace años transcribimos y digitalizamos este texto de la UNC que nos resultaba muy útil en Comunicación Social. Se trata del Taller de Investigación para la Comunicación 'Sobre la producción discursiva, la comunicación y las ideologías" de 1983, UNAM. Lo publicamos ahora que lo hemos podido rescatar de viejos archivos, por su vigencia.
INDICE
PRESENTACIÓN
1.- LENGUAJES, COMUNICACIÓN Y SOCIEDAD
1.1.- El lenguaje y sus reglas
2.- DEL DISCURSO COMO SISTEMA PRODUCTIVO
2.1.- Prácticas discursivas y funcionamiento
social
2.2.- De los procesos sociales de producción
significante
2.3.- De los procesos de recepción
2.4.- De las ideologías y los intercambios
simbólicos
3.- HEGEMONIA, APARATOS DE HEGEMONIA Y
PROCESOS DE COMUNICACIÓN
3.1.- Sobre el Estado ampliado y la producción
de consenso
3.2.- Sobre la noción clásica de ideología
3.3.- Sobre los aparatos de hegemonía
3.4.- Ideologías, discurso y principios
hegemónicos
CONCLUSIÓN
BIBLIOGRAFÍA
PRESENTACIÓN
“El
discurso es siempre un mensaje situado, producido por alguien y dirigido por
alguien”.
El
campo de la significación no se agota, pues, en el mensaje aislado ni se
explica exclusivamente por el funcionamiento del código. Lo que constituye la situación del discurso, - variables
extradiscursivas, en su mayoría -, marca y condiciona la producción
significante y se materializa en rasgos particulares del sentido. ¿Quién habla?
¿Cuál es el lugar social de los protagonistas de la comunicación? ¿Desde qué
situación de poder y dentro de qué marcos institucionales se efectúan los
intercambios discursivos? ¿Cuál es la imagen del destinatario que maneja el
emisor? ¿Cuáles las formas de circulación y distribución de los mensajes? ¿Bajo
qué condiciones materiales y sociales se realizan los procesos de recepción?.
Estos
son algunos de los problemas planteados por las nuevas corrientes semiológicas,
abiertas a una exploración que intenta establecer las vinculaciones existentes
entre producción discursiva y realidad histórica. De la caracterización de esos
vínculos emerge una nueva manera de pensar la cuestión de las ideologías: sus
formas de existencia y manifestación, sus funciones y su eficacia específica
dentro de la vida social.
1.- LENGUAJES, COMUNICACIÓN Y SOCIEDAD
1.1.- El lenguaje y sus reglas (o las reglas
del lenguaje)
Partiremos
con una pregunta. El esquema clásico de la teoría de la comunicación (emisor –
mensaje – receptor) y los supuestos teóricos que lo organizan ¿constituyen un
modelo válido para explicar los fenómenos comunicativos? Responder esta
pregunta requiere, mínimamente, revisar la concepción del lenguaje que opera en
esta teoría y por añadidura el estatuto que se atribuye a los sujetos del acto
de comunicación.
En
primer lugar es preciso señalar la inscripción de esta disciplina en los
principios fundadores de la lingüística saussureana. Como es sabido, la primera
dicotomía lengua/habla define el punto de vista y el objeto de estudio. En esta
oposición fundamental se produce ‘la primera gran elección’. El estudio de la
lengua y el del habla representan “dos caminos que es imposible tomar a la
vez”. La lengua (tesoro, depósito, suma, promedio del conjunto de realizaciones
lingüísticas particulares) tiene prioridad. El habla (las realizaciones
individuales de la facultad del lenguaje) es un fenómeno secundario,
subordinado a la lengua. “Al separar la lengua del habla – dice Saussure – se
separa a la vez (...) lo que es esencial de lo que es accesorio y más o menos
accidental”.[1]
Este
principio tiene al menos dos consecuencias que orientarán, de manera decisiva,
las principales corrientes de la teoría de la comunicación: por un lado la
concepción de la lengua como instrumento, como patrimonio universal
de reglas y convenciones y condición de posibilidad de todo lo que puede ser dicho, y por el otro, la concepción del habla
como expresión de la libertad combinatoria del sujeto del acto comunicativo.
La
reducción del lenguaje al carácter de instrumento de comunicación implica
necesariamente la idea de neutralidad.
El código es común a todos los habitantes (o a todos los usuarios para abarcar
el caso de códigos no lingüísticos) y, por consiguiente, cualquiera que maneje
sus reglas puede disponer libremente del mismo para expresar sus opiniones,
ideas o sentimientos. El emisor, según estos criterios, gozaría la libertad de
‘codificar’ o ‘traducir’ en mensajes
aquellos contenidos que quiere transmitir (y que supuestamente existen antes
del acto mismo de la palabra) y el receptor de decodificar los enunciados en el
sentido previsto por el emisor. Esto comporta todavía otra idea que consiste en
tomar en cuenta sólo el aspecto explícito (o el contenido manifiesto) de los
mensajes. Lo que se dice y el otro entiende según las reglas de base del código
es todo lo que se dice.
Esta
perspectiva está centrada sobre el sujeto (individual o colectivo) como único
principio de determinación de la producción significante. Así como en el
discurso jurídico burgués el sujeto es libre de vender su fuerza de trabajo, en
el discurso clásico de la comunicación el arte de habla fundado en la libertad
del locutor es sustraído a las leyes de lo (...) y de lo simbólico. El sujeto
es libre de decir lo que piensa en la forma que considere más conveniente para
garantizar el acto comunicativo. Sobre este aspecto y sus consecuencias en la
interpretación de la arbitrariedad del signo, J. Guilhaumou señala: “... los
trabajos de la ‘teoría de la comunicación’ presuponen que el sujeto hablante
(...) emite un mensaje cuya estrategia persuasiva puede modificar a voluntad,
ya sea escogiendo la forma que exprese tal significado (una retórica de la
eficacia) ya sea, a la inversa, dando un significado a una forma (una retórica
de lo verdadero)”[2].
Teoría
y principios han suscitado numerosas réplicas procedentes de campos diversos.
Desde la lingüística se puede citar el caso de los estudios de Oswaldo Ducrot
en los que a partir del análisis de las modalidades de implicitación discursiva
(lo que se diga y lo que no se dice, o de otro modo, lo que se dice
sobreentendiendo buena parte de lo que se quiere decir sin expresarlo de manera
manifiesta) propone además que el simple juego del lenguaje, independientemente
de la información que provee, establece entre los individuos ciertas relaciones
de colaboración, de lucha, de dominación o de dependencia. Para ilustrar esta
situación, dar una orden no significa solamente la información que se trasmite
a nivel manifiesto, en lo implícito puede significar la necesidad de afirmar
que se está en condiciones de darla, lo que remite, por lo demás, a la
‘situación’ de este acto de habla que implica una cierta relación jerárquica
entre el que ordena y el que recibe la orden. Algo similar ocurre con ‘el
derecho de aburrir’, éste – dice Ducrot – es “un privilegio vinculado con las
actividades del profesor, del moralista, del autor y, en general, del
intelectual: quien ejerce estas actividades está considerado poseedor de
palabras que por sí mismas merecen ser
dichas”[3].
En
esta misma línea de reflexión, Ducrot y Todorov (Diccionario Enciclopédico de las Ciencias del Lenguaje) abordan
problemas que hacen referencia a los efectos de las condiciones
extradiscursivas en los actos de comunicación. La propuesta consiste en
integrar dichas condiciones a una teoría general del lenguaje sobre la base de
que numerosos enunciados no pueden ser descifrados si no se toma en cuenta el
acto de enunciación y la situación particular (el contexto) en que son
empleados[4].
Entienden por situación del discurso
el entorno físico y social en que se realiza el acto de enunciación, la imagen
que tienen de sí los interlocutores, la identidad de estos últimos, la idea que
cada uno se hace del otro (e inclusive la representación que cada uno posee de
lo que el otro piensa de él), los acontecimientos que han precedido el acto de
enunciación (sobre todo las relaciones que han tenido hasta entonces los
interlocutores y los intercambios de palabras donde se inserta la enunciación)”[5].
Convendremos
entonces que los procesos comunicativos no implican necesariamente una relación
lineal ni igualitaria ni, mucho menos, explícita. Sobre este punto conviene
recordar las importantes aportaciones de Miguel Foucault quien, en distintos
momentos de su obra, ha destacado las variantes y efectos diferentes que
producen ciertos enunciados según quien hable, su posición de poder y el
contexto institucional en el que se halle colocado; situación del discurso que
traería aparejado tanto desplazamientos y reutilizaciones de fórmulas idénticas
para objetivos opuestos, como (podríamos agregar) fórmulas diferentes para los
mismos objetivos[6]. En
un trabajo anterior (La arqueología del
saber) tratando de distinguir entre el análisis lingüístico y el análisis
de discursos señalaba que mientras el análisis de la lengua tiene por objetivo
determinar según qué reglas podrían construirse otros enunciados semejantes, la
descripción de los acontecimientos del
discurso plantea una cuestión muy distinta: “se trata – dice – de captar el
enunciado en la estrechez y la singularidad de su acontecer; de determinar las
condiciones de su existencia, de fijar sus límites de la manera más exacta, de
establecer sus correlaciones con los otros enunciados que pueden tener vínculos
con él, de mostrar qué otras formas de enunciados excluye”[7].
Esta
perspectiva se abre a una doble reflexión: la de los vínculos existentes entre
discurso y poder, y la de las modalidades en que el poder se materializa en el
discurso. Sobre este último aspecto nos proporciona indicaciones de gran
riqueza: “...el discurso no es simplemente aquello que traduce la lucha o los sistemas de dominación, sino aquello por lo
que y por medio de lo cual se lucha, aquel poder del que quiere uno adueñarse”[8].
Se trata, pues, de redimensionar la manera en que el lenguaje, como factor
productivo, actúa con una eficacia particular en la vida social y en la
historia de los hombres. Por ello Foucault señala la necesidad de establecer la
función que ejerce el discurso en un campo
de prácticas no discursivas. Esta instancia comporta el estudio del “régimen y los procesos de apropiación del
discurso; porque en nuestras sociedades (y en muchas otras, sin duda), la
propiedad del discurso – entendida a la vez como derecho de hablar, competencia
para comprender, acceso lícito e inmediato al hábeas de los enunciados
formulados ya, capacidad, finalmente, para hacer entrar ese discurso en
decisiones, instituciones o prácticas – está reservado de hecho (a veces
incluso de una manera reglamentaria) a un grupo determinado de individuos[9].
Las
“prácticas no discursivas” constituyen, entonces, las condiciones de
posibilidad y de existencia de las diferentes redes de producción discursiva.
Hemos dejado atrás la concepción de la neutralidad de los lenguajes y del
locutor libre frente a la palabra. Ahora es preciso reflexionar sobre la
incidencia de las condiciones extradiscursivas en la producción de enunciados
(o de mensajes en general), sobre lo que se dice y lo que se excluye. En
efecto, como ya es sabido, las instituciones donde se localizan y concentran
los poderes de una sociedad siempre han reglamentado y distribuido, sobre la
base de prescripciones, reglamentos y censuras (algunas implícitas), el derecho
a la palabra, determinando sus sistemas de producción, definiendo espacios
compartimentados de saber y estableciendo restricciones concretas sobre su
circulación y consumo.
El
lenguaje que aparecería como factor y garantía de unidad entre todos los
individuos soporta y legitima a la vez, en una misma circunstancia, la comunicación
y la no comunicación puesto que el uso diferencial del código común, según
grados y niveles de competencia lingüística y cultural, asegura la división y
la discriminación entre grupos sociales. El lenguaje oficial de la escuela
habla sobre las mismas cosas a todos, pero ¿todos reciben el mismo mensaje...?
Los medios de comunicación, con frecuencia, hablan de las ‘mismas cosas’ pero
de distinta manera. Un ejemplo: un hecho policial tratado por una revista
‘sensacionalista’ (para los sectores populares) y por un semanario de
actualidad (para sectores ilustrados de la burguesía y pequeña burguesía) ¿a
cada cual según sus necesidades?.
El sistema de la lengua – escribe
Pecheux[10]
- es el mismo para todos los hombres pertenecientes a la misma comunidad lingüística
(y esto podría extenderse a otros sistemas semiológicos), pero la lengua como
base común es el principio de procesos discursivos diferenciados. El sistema de
la lengua, como conjunto de estructuras fonológicas, morfológicas y
sintácticas, está dotado de una relativa
autonomía que lo somete a leyes internas (las que constituyen,
precisamente, el objeto de la lingüística) y que a la vez representan el
pre-requisito indispensable de todo proceso productivo. Ahora bien, estos
procesos, como actualización concreta y situada del código, remiten a
condiciones históricas y sociales, que son las que fijan sus marcos de
existencia y posibilidad. Al respecto, Baiibar (o Ballbar) en su respuesta a la
tesis de Stalin sobre la relación lengua/lucha de clases, señala: “... si la
lengua es ‘indiferente’ a la división de clases y a su lucha, esto no significa
que las clases sean ‘indiferentes’ a la lengua. Ellas la utilizan, por el contrario, de manera determinada, en el campo de
sus antagonismos...”[11].
Para
decirlo de manera más general, “el discurso es siempre un mensaje situado, producido por alguien y
dirigido a alguien”[12].
Situado en relación a la posición que ocupan los sujetos del acto comunicativo
en la estructura social, a la coyuntura histórica dentro de la que se inscribe,
sobre la base de las relaciones de fuerza y de poder existentes en una sociedad
determinada. Todo lo cual remite al conjunto de condiciones – materiales y
sociales – que hacen posible la formulación de un cierto tipo de enunciados en
un momento dado, determinando a la vez sus sistemas de circulación y de
distribución. Proceso que completa su recorrido en el momento del consumo (y
abre simultáneamente una nueva red significante) en el cual los destinatarios,
situados también en determinadas condiciones – materiales y sociales – efectúan
procesos diferenciales de decodificación.
2.- DEL DISCURSO COMO SISTEMA PRODUCTIVO
2.1.- Prácticas discursivas y funcionamiento
social
Las
corrientes agrupadas alrededor del ‘análisis del discurso’[13]
amplían de manera considerable el campo de estudio establecido inicialmente por
la Lingüística y continuado, con posterioridad, por las investigaciones
semióticas. Como lo hemos adelantado, estos trabajos tienden a establecer las
vinculaciones existentes entre los procesos de producción significante y la
realidad histórica y social dentro de la que se inscriben y sobre la que
incidan con una eficacia particular en tanto prácticas específicas (por su
naturaleza, rasgos y atributos) dentro del conjunto de las prácticas sociales.
Por lo tanto la nueva noción de discurso
(que estoy empleando indistintamente a mensaje, significación, sentido) y con
referencia tanto a los hechos lingüísticos en sentido estricto como a los
hechos de significación no lingüísticos, no solamente alude a que estos
estudios ya no limitan su campo de existencia a la frase (que es la unidad de mayor tamaño que considera la
Lingüística) sino también al hecho – diferencial, con respecto a los análisis
precedentes – de que las significaciones sólo pueden ser comprendidas en
función de sus procesos concretos de producción, circulación y consumo.
El
análisis del discurso como sistema productivo parte de la base de que todo
hecho de significación es el resultado de un trabajo social. Del mismo modo que la sociedad produce bienes en el
plano económico o instituciones en el plano político, produce también
significaciones que resultan del conjunto de operaciones de selección y
combinación a través de las cuales se inviste de sentido a distintas materias
significantes (las sustancias más diversas sobre las que operan reglas
operatorias distintas pueden ser investidas de sentido: imágenes – pictóricas,
fotográficas, televisivas, cinematográficas -, gestos y comportamientos,
rituales y ceremonias, lenguaje escrito y oral, etc.). Como una práctica más
entre otras, las prácticas discursivas no pueden ser disociadas de las reglas
que rigen el funcionamiento de la sociedad y la producción social en su
conjunto. La articulación semiosis/totalidad social es el comienzo de una
reflexión que intenta definir, con nuevos marcos teóricos y otros instrumentos
metodológicos, los puntos de contacto entre una teoría de las significaciones y
la teoría de las ideologías, como lo iremos viendo en lo sucesivo. Adelantándonos
un poco sobre este punto, conviene destacar que no se trata de establecer
correlaciones mecánicas o ‘externas’ entre los hechos de lenguaje y la vida
social, o de otro modo, entre enunciados producidos y contexto de la
enunciación. Por el contrario, el objetivo consiste en detectar y demostrar que
las propiedades y rasgos que exhibe cada discurso particular constituyen formas
de materialización de los conflictos y contradicciones sociales. Volveremos
sobre esto.
Estudiar
el producto (los mensajes o discursos)
en función del conjunto de condiciones materiales y sociales que lo
sobredeterminan, tanto en el momento de la producción directa como en el de la
circulación y el consumo[14],
implica situarse, como punto de partida, en el análisis del proceso social de producción significante[15].
Ahora bien, cada proceso de producción significante presenta rasgos y
mecanismos particulares que exigen, por lo tanto, dispositivos específicos de
análisis. Para poner un ejemplo, no es lo mismo producir un programa de
televisión cuyas reglas y operaciones dependen de un código de referencia como
también de factores tecnológicos, económicos y políticos que emitir un mensaje
destinado a interlocutores presentes que guardan relaciones de proximidad con
el emisor. Varían las condiciones de producción y asimismo el soporte material
a partir del cual se realiza la comunicación. Por lo demás, también hay
diferencias entre una conversación interpersonal de carácter privado y una
comunicación de carácter pedagógico donde son otras las condiciones
institucionales que prescriben el tipo de relación entre los protagonistas del
intercambio.
Por
cierto esta descripción sólo apunta a destacar las distintas modalidades que
asumen los procesos de comunicación en cada caso particular. Y el modo de
abordar cada caso particular será tal vez más claro, si procedemos a
caracterizar y a distinguir las dimensiones generales de los procesos sociales
de producción significante y también algunos de los procedimientos
metodológicos requeridos para su estudio.
2.2.- De los Procesos sociales de producción
significante
Como
ya se ha esbozado, el campo de estudio está constituido por conjuntos
significantes de variada naturaleza (paquetes significantes complejos como es
el caso de algunos medios de comunicación; cine, tv, radio o discursos
escritos, o la interacción verbal que se produce en una circunstancia de
comunicación determinada – escuela, familia, etc.) entendidos como resultado de
un sistema productivo cuyos dos polos son el proceso de producción por un lado,
y el proceso de recepción o consumo por el otro. Entre ambos cabe distinguir el
proceso de circulación que Verón define como “la distancia – o la mediación –
entre esos dos polos, distancia que puede asumir formas muy diversas según el
discurso social de que se trate y también del tipo de soporte material
tecnológico utilizado”[16].
(En los casos anteriores, por ejemplo, el soporte tecnológico de la televisión
impone una mediación en el espacio y en el tiempo que marca de cierta manera el
intercambio comunicativo y que lo diferencia sustancialmente de la mediación –
circulación que se establece en una conversación interpersonal).
Se
trata de “partir del producto para
reconstruir el proceso de producción o, de otro modo, pasar del texto (inerte?)
a la dinámica de su producción”[17].
Una vez definido el tema de estudio el segundo paso consiste en producir un
corte en el flujo ininterrumpido de la producción significante, de modo de
circunscribir el campo discursivo a estudiar (el corpus que será objeto de análisis). Este corpus varía según la
naturaleza del estudio. Por ejemplo, si el estudio es de carácter ‘sincrónico’
y su objetivo consiste en determinar las estrategias informativas de cierto
tipo de semanario de actualidad, se establecerá como corpus un número de
revistas (a lo largo de un año, por ejemplo) que permiten reunir la mayor
variedad posible de enunciados para dar cuenta de dicha estrategia en sus
variadas dimensiones; si por el contrario, el objetivo es confrontar
estrategias en dos semanarios diferentes a propósito de un mismo hecho (o de
una misma ‘noticia’), la extensión del corpus la determina la cantidad de
información que se produzca sobre el hecho. Si el estudio es de carácter
‘diacrónico’ y trata de caracterizar, por ejemplo, la evolución de las
estrategias discursivas en las revistas femeninas, habrá que establecer cortes
significativos en el tiempo que permitan detectar los cambios y reajustes
producidos en la estrategia global de dicha producción de prensa.
Constituir
un corpus es, dijimos antes, detener el movimiento permanente de la producción
significante a los fines del análisis. Pero conviene tener presente que la
semiosis ininterrumpida es el principio básico de los hechos de lenguaje: las
significaciones constituyen cadenas en que unos eslabones enganchan a los otros
como materia prima para la producción de nuevos enunciados; es por ello –
indica Verón – que todo proceso de producción discursiva es al mismo tiempo un
proceso de recepción (de significaciones preexistentes que se constituyen en
condiciones de los nuevos enunciados) y que todo proceso de recepción implica a
la vez el comienzo de una nueva cadena significante[18].
Decíamos,
partir del producto para reconstruir la dinámica de su producción. Esto se
puede realizar según dos perspectivas: 1) partir del análisis del proceso
directo de producción de determinadas estrategias discursivas, de modo de sacar
a la luz las gramáticas de producción
(en sentido general, el conjunto de reglas e imposiciones discursivas y extradiscursivas)
de cierto tipo de enunciados; 2) partir del análisis de los ‘efectos’ (o
‘lecturas’) de dichas estrategias discursivas en cuyo caso se trata de
reconstruir las gramáticas de
reconocimiento (o de recepción, como en el caso anterior, estas gramáticas
serían, en sentido amplio, un conjunto de reglas de ‘lectura’ o decodificación
tanto discursivas como extradiscursivas). Otra posibilidad es abordar el
estudio de la totalidad del proceso: mensajes o campos discursivos determinados
en el contexto de producción, de circulación y de consumo.
Veamos
en primer lugar algunos aspectos referidos a lo que hemos denominado de manera
genérica ‘gramáticas de producción’. Por un lado tenemos que las propiedades y
rasgos que presentan diferentes mensajes o discursos no son algo dado sino por
el contrario son el producto de un determinado trabajo invertido sobre
distintas materias significantes (imágenes, gestos, palabras, etc.). Dicho
‘trabajo’ (que no remite necesariamente a la conciencia del emisor) se efectúa
con arreglo a operaciones y reglas que organizan la materialidad discursiva y
son de carácter implícito, vale decir que no son detectables a simple vista en
el nivel ‘manifiesto’ de los mensajes. Ahora bien, estas operaciones
discursivas producen ‘marcas’ diversas que se manifiestan con distinta
ubicación en la superficie discursiva. Es a partir de dichas marcas que se
pueden reconstruir las operaciones y reglas subyacentes. Las marcas en cuestión
varían, por cierto, de acuerdo con el hecho comunicativo. En una conversación
interpersonal, por ejemplo, pueden constituirse en marcas la disposición
sensorial de enunciados de carácter fónico, las pausas y silencios, etc. En un
discurso periodístico (aunque la ..... del léxico y las formas enunciativas
sean importantes) adquieren también valor de marcas aquellas particularidades
que dicen relación con la disposición espacial de los enunciados, el carácter
de la tipografía, el orden establecido entre los titulares, la presencia de
material fotográfico y su relación con los textos, etc.
Todos
estos aspectos (o ‘marcas’) son formas de organización del material
significante que reenvían a lo que hemos llamado operaciones discursivas de
producción de sentidos. Como señala Verón, un discurso no es otra cosa que una
puesta en espacio-tiempo del sentido y es a partir de esta materialidad que es
posible detectar rasgos y características de cada discurso particular[19].
Por
otro lado tenemos que este ‘trabajo’ efectuado sobre la materialidad discursiva
es producto bajo determinadas condiciones – materiales y sociales – de
producción. Con esto estamos indicando que, como lo dijimos antes, ningún
enunciado o discurso se explica exclusivamente por la puesta en juego de reglas
lingüísticas o semióticas. Por el contrario, su existencia está determinada,
además, por un conjunto de hechos extradiscursivos (determinaciones sociales en
sentido general) que dejan sus ‘marcas’ en la superficie de los mensajes y que
se materializan en determinadas operaciones de producción significante. Se
trata pues de explicar las modalidades concretas que asumen estas operaciones
en función de las imposiciones, reglas y prescripciones que provienen tanto del
código de referencia como del campo de lo social. Para ilustrar esta afirmación
con un ejemplo más o menos trivial: si estudiamos los noticieros de distintos
canales de televisión (pongamos por caso el 2 y el 13 de la televisión
mexicana) nos encontraremos frente a dos estrategias diferentes. Existen
distintos ‘operadores’ en uno y otro caso que remiten a sus condiciones
sociales de producción en la medida en que se puede demostrar que los rasgos
particulares que asumen estas operaciones, no son sólo rasgos o atributos de
lenguaje sino que como tales (hechos de lenguaje) están condicionados por circunstancias
sociales y políticas que se materializan, de una determinada manera, en la
organización significante.
El
objetivo es pues poner en relación el discurso con sus condiciones de
producción tratando de mostrar cómo, a través de qué operaciones, esas condiciones
de producción dejan sus ‘marcas’ en la superficie discursiva. Ahora bien, ¿cómo
establecer cuáles son las condiciones que juegan un papel determinante en la
materialización de ciertas propiedades discursivas?. En términos generales
podemos señalar que estas condiciones son aquellas que constituyen los
principios básicos de inteligibilidad de la vida social, fundamentalmente los
procesos económicos, políticos e ideológicos, como campos de relaciones de
fuerza y de poder en una coyuntura histórica precisa y sus modalidades de
acción específica en el conjunto de las instituciones sociales que sirven de
soporte material a las relaciones discursivas (los llamados Aparatos
Ideológicos de Estado, sobre los que volveremos). Esos hechos que remiten a la situación del mensaje incluyen, además,
el lugar social que ocupan los emisores en la trama de las relaciones de clase
(y sus derivados) y la concepción que dichos emisores tienen de los
destinatarios que es otro componente de importancia en el momento de la
producción. En el sistema de la prensa, por ejemplo, periódicos o revistas
informativas producidos por los grupos dominantes se diferencian, no obstante,
por el recorte y estratificación de los públicos que preestablecen a partir de
su perfil de receptor; revistas para sectores populares con una determinada
estrategia comunicativa (un caso es el de Alarma, por ejemplo) o revistas
informativas de actualidad destinadas a sectores ilustrados de la burguesía y
la pequeña burguesía (como la revista Siempre). Otra condición a considerar son
los discursos preexistentes (en cada campo discursivo particular) que
constituyen la materia prima para la elaboración de nuevos enunciados (para los
antecedentes discursivos – a nivel de formato, tratamiento de la información,
recursos retóricos, etc. – de las revistas mencionadas, producidas en México o
en otros países).
Sobre
este aspecto es preciso, todavía, hacer dos advertencias. En primer lugar, la
determinación de las condiciones de producción varía según el tipo de mensajes
analizados. No serán las mismas condiciones las que se tomen en cuenta para
estudiar un proceso de comunicación interpersonal que para explicar un fenómeno
de comunicación masiva. Y en segundo lugar, ya lo sugerimos, no se trata de
estudiar un conjunto de factores ‘externos’ a la producción discursiva y
vincularlos luego, ‘externamente’, a dicha producción. Por el contrario, el
trabajo consiste en demostrar que ciertas condiciones afectan de una cierta
manera la producción de enunciados y que se inscriben en el discurso a través
de una ‘retórica’ específica, de dispositivos y procedimientos estilísticos,
etc. Por lo tanto, “es preciso demostrar que si los valores de las variables
postuladas cambian, el discurso cambia también...”[20].
Este principio metodológico puede revelar su pertinencia si tomamos en
consideración, aún de manera intuitiva, la transformación histórica de los
discursos dentro de los mass media y nos detenemos en los deslizamientos,
reajustes y rearticulaciones que se producen en el interior de cualquiera de
sus campos discursivos. Veamos el caso de las revistas ‘femeninas’ durante la
última década o década y media en México. A falta de una investigación
exhaustiva sobre el tema las ideas siguientes serán de naturaleza general y
operarán a título de sugerencias y de hipótesis de trabajo. A primera vista
advertimos un proceso global de ‘modernización’: cambios en el formato, y en el
ordenamiento del material, en el diseño y el tratamiento visual de las
informaciones y la publicidad; se advierte asimismo la emergencia de nuevos
temas sobre el campo de los ‘verosímiles’ aceptados (sexualidad, aborto, temas
sobre profesiones y tareas productivas fuera de la casa, etc.) o transformación
del encuadre de los ‘verosímiles’ anteriores (relaciones familiares, la
maternidad, las tareas domésticas, etc.) y en términos amplios la aparición de
una nueva retórica (en lo que concierne a procedimientos, articulaciones,
interpelaciones) de lo ‘femenino’. Estas ‘marcas’ discursivas parecen reenviar
a distintas condiciones de producción. En primer lugar es evidente que estas
revistas adoptan un modelo nacido en sociedades industriales avanzadas y
obedecen a una misma o parecida economía discursiva, con las modulaciones
‘nacionales’ del caso. Aquí habría que preguntarse qué relación... [no se lee
la fotocopia] ... transnacionalización de las economías... [no se lee] de
‘dependencia’ de países como México y las necesidades que surgen de la
internacionalización del mercado interior de consumo. (Recordemos, en el plano
de la revista ‘modernización’ cultural, importación de patrones extranjeros,
creación de un nuevo imaginario colectivo sobre los mitos del ‘consumo’, etc.).
En otro orden de cosas habría que explorar la incidencia de los movimientos de
liberación femenina así como la popularización de los aportes elementales del
psicoanálisis que de algún modo aparecen rearticulados (con efectos variables
de neutralización) en el discurso hegemónico sobre la mujer. Estos factores
apenas insinúan el problema de las condiciones de producción y en tanto
insinuaciones los proponemos a título de ejemplo.
Una
última advertencia: la perspectiva desde la que estamos analizando los hechos
discursivos no es la única perspectiva posible. Es sólo aquella que trata de
explicar los fenómenos de comunicación en función de las condiciones sociales –
históricas – de producción, lo que representa una dimensión de análisis (la de
lo ideológico, como veremos más
adelante) que no agota la totalidad de determinaciones que operan sobre un mensaje
determinado, siempre el producto de múltiples – y heterogéneas –
determinaciones.
2.3.- De los procesos de recepción
En
el otro polo de los procesos directos de producción significante distinguiremos
los procesos de recepción o de ‘reconocimiento’ realizados bajo determinadas
condiciones sociales y materiales por parte de ciertos individuos o grupos
sociales a los que denominaremos, también, ‘destinatarios’ de un determinado
hecho de significación.
Hasta
aquí hemos tomado en cuenta las propiedades significantes de un hecho
discursivo [¿acabado?] y sus vinculaciones con determinadas condiciones de
producción. Ahora bien, un estudio de esta naturaleza no presupone que las
significaciones que surgen y se reconstruyen a partir del análisis operen de esa manera (y sólo de esa manera) en los
distintos procesos de reconocimiento producidos por diferentes actores
sociales. El estudio de los procesos de producción discursiva no es equivalente
al estudio de los procesos de reconocimiento; son, por el contrario, dos
momentos claramente diferenciados de los hechos de comunicación. Mientras que
en el primer caso a través del análisis se pueden reconstruir las estrategias y
operaciones discursivas en relación a determinadas condiciones históricas y
este hecho es un dato fijo, en el
segundo, las modalidades de la recepción son fluctuantes y dependen de un
conjunto de variables (las condiciones de recepción) que hacen que los
discursos o mensajes sean objeto de múltiples
lecturas de acuerdo con el momento histórico en que el producto es
recepcionado y decodificado (y esto depende del proceso de circulación) y de
las condiciones (variables) materiales y sociales en las que se inscriben los
destinatarios. Si los productos o mensajes son hechos acabados, las lecturas
constituyen situaciones abiertas, que incluso pueden llegar a cargar de nuevos
contenidos a la significación original. Lo que el analista reconstruye de un
determinado hecho de significación orienta de alguna manera lo que puede
concebirse como la ‘eficacia’ particular de ese discurso y sus posibles efectos
de sentido en relación a sus destinatarios. Pero el discurso no prescribe ni
condiciona, por sí solo, la totalidad de la decodificación. El discurso del
poder no remite linealmente al poder del discurso. Y esta perspectiva quiebra
ciertas fáciles certidumbres, muy arraigadas por lo demás en numerosos estudios
sobre comunicación masiva, que tienden a asimilar producción con recepción;
mensaje producido con internalización inmediata y lineal de sus significaciones
sin que medie entre producto y receptor ninguna ‘resistencia’ o alteración
frente a los ‘contenidos’ propuestos.
Así
como existe un trabajo sobre distintas materias significantes en los procesos
de producción de significaciones, existe también un trabajo específico de
decodificación o ‘reconocimiento’ por parte de los destinatarios (las
‘gramáticas de reconocimiento’) que se realiza bajo determinadas condiciones
materiales, sociales y psicológicas. Estas condiciones – variables – son las
que posibilitan la multiplicidad de lecturas de un mismo hecho de significación
y las que condicionan el sentido final que asume un mismo producto, a través
del tiempo, para distintos o los mismos destinatarios, o en el mismo tiempo
para destinatarios situados en distintos lugares de la estructura social. Un
mismo programa televisivo no actúa con igual eficacia entre distintos
individuos pertenecientes a sectores sociales diferentes porque el ‘filtro’ con
que operan los destinatarios (situación de clase, competencia cultural,
naturaleza de sus prácticas sociales, etc. etc.) condiciona la recepción, la
comprensión y/o la adhesión de un determinado mensaje. Determinar el poder real
de un determinado discurso y las maneras en que se inscribe en la estructura de
las relaciones sociales es la tarea que se propone el análisis de los procesos
de recepción.
Algunos
estudios recientes proponen algunas perspectivas de interés sobre este punto.
En particular y retomando algunos de los principales descubrimientos del
psicoanálisis destacan la necesidad de ampliar la perspectiva teórica y
metodológica en el estudio de los ‘efectos’ de los mensajes o lo que hemos
denominado los procesos de recepción o ‘reconocimiento’. Lo que se plantea es
el problema de la inscripción de los distintos discursos – entendidos como
representaciones objetivas en el complejo campo de las ‘representaciones
subjetivas’ -[21]. Por
lo general, como lo señala Sercovich, los estudios sobre ‘efectos’, tanto los
provenientes del marxismo como los funcionalistas, han permanecido en la esfera
de las respuestas conscientes. Se ha tratado de explicar, fundamentalmente, el
grado de comprensión y el tipo de acuerdos o desacuerdos racionales de los
sujetos enfrentados a los múltiples lenguajes e interpelaciones que los
atraviesan y los constituyen como tales. Pero, por cierto, el problema de la
eficacia de los lenguajes (y de las interpelaciones) es bastante más complejo
que el de la constitución de las representaciones conscientes de los
individuos. Otro tanto, por lo demás, podría decirse con respecto al papel de
los sujetos productores de los discursos sociales – en la figura tradicional,
los emisores – que no son sólo portadores de ‘intereses sociales’ sino también
de pulsiones y deseos que forman parte, como factor de importancia, de lo que
hemos llamado condiciones de producción.
Sercovich
plantea que los discursos se inscriben doblemente en el sujeto: a nivel
consciente (este sería el dominio de la comprensión
en donde predomina la reflexión y/o la racionalización) y a nivel
inconsciente (el dominio de la adhesión que
se inscribe en el nivel de lo imaginario y del deseo). Entre comprensión y
adhesión distingue un tercer término, el de la aceptación (o acuerdo). La combinación de estas variables y su
pareja de opuestos (comprensión/incomprensión, acuerdo/desacuerdo,
adhesión/rechazo) permitirían definir la acción
de los discursos y su eficacia particular en relación a determinados
intereses sociales, distinguiendo mediaciones y pasajes en el proceso de
decodificación que es, como hemos señalado antes, simultáneamente un proceso de
producción de nuevos sentidos (o discursos) ya sea que se expresen en mensajes
lingüísticos o en rituales y/o prácticas sociales concretas.
Por
cierto las combinaciones (en relación a los ‘efectos’) pueden ser diversas. Es
posible comprender ciertos mensajes sin que haya aceptación de los mismos,
aunque a nivel de la adhesión (contenidos psicológicos profundos) tengan, por
su lado, un alto grado de incidencia. Este quizás sea el caso de discursos con
alto valor persuasivo como los mensajes publicitarios o ciertos discursos
políticos de líderes ‘carismáticos’. También es posible que no se comprendan
ciertos mensajes y sin embargo se los acepte y aún produzcan adhesiones
profundas: el caso de una misa en latín o algún otro ritual que proponga
parecidos vínculos de comunicación, o el caso de discursos de alto nivel de
especialización que difundidos por ciertos medios y calificados por ese hecho y
el poder del que lo enuncia (discursos técnicos, económicos, médicos, etc.)
pueden producir un efecto positivo al nivel del acuerdo o de la adhesión
profunda.
Ahora
bien, estos efectos (y las combinaciones que pueden distinguirse) no remiten a
fenómenos individuales o a respuestas de sujetos aislados. Por el contrario, es
preciso relacionar los ‘efectos’ de los discursos masivos (y otros) con los
‘lugares’ que los individuos ocupan en la estructura social y sus derivaciones
y que constituyen las condiciones materiales y sociales de recepción (pertenencia
de clase, ubicación específica dentro de las fracciones de una clase
determinada, grados de competencia lingüística y cultural, tipo de prácticas
sociales, etc., variables que es necesario vincular con la coyuntura histórica
en la que se producen los procesos de recepción). Los efectos de atribución de
sentido a los mismos discursos varían según la inscripción de dichos discursos
en la subjetividad de individuos que tienen una determinada ubicación dentro de
una formación social dada. Esto por un lado. Por el otro podríamos agregar que
los efectos de atribución de sentido a un mismo discurso varía, también, según
el momento histórico en que dicho producto es recepcionado. La historia social
de un texto, de un filme, de una sinfonía es precisamente la historia de las
múltiples lecturas de que pueden ser objeto a lo largo del tiempo y en función
de los nuevos códigos de recepción que se van instituyendo.
2.4.- De las ideologías y los intercambios
simbólicos
Las
preguntas inciales: ¿cómo funcionan los discursos en el seno de la vida social?
¿cuáles son los vínculos entre discurso y realidad histórica? ¿cuál es la
eficacia particular de las prácticas discursivas? Sitúan el problema de los
intercambios simbólicos en el camino de acción de las ideologías sociales. Es
por ello que las nuevas corrientes semióticas al tiempo que establecen las
relaciones entre realidad social y funcionamiento discursivo, abren nuevas
perspectivas para el estudio de las ideologías, sus formas de materialización y
de acción específicas dentro de formaciones sociales concretas. En el apartado
siguiente revisaremos algunas de las concepciones marxistas sobre esta cuestión
(superestructuras ideológicas y base material, hegemonía y aparatos de
hegemonía, ideologías y clases sociales...); por el momento nos detendremos,
con un nuevo enfoque, en algunos de los aspectos que fuimos considerando acerca
de los procesos sociales de producción significante.
Las
corrientes que hemos estado analizando parten del supuesto de que las
ideologías en tanto realidades materiales específicas, se manifiestan y
objetivan en el dominio de las significaciones sociales. A los fines de llegar
a este punto, Verón, por ejemplo, distingue entre la noción tradicional de
ideología (s) y un nuevo concepto teórico, el de lo Ideológico. A la noción
tradicional le adjudica un valor exclusivamente descriptivo para designar el
conjunto heterogéneo y más o menos difuso de hechos que en la literatura
clásica se expresan como ‘sistema de ideas’, ‘representaciones’, ‘concepciones
del mundo’, ‘creencias’, ‘imágenes’, etc. vale decir, ‘conjuntos discursivos’
que pueden recortarse empíricamente de otros hechos de un modo general como es
el caso cuando se habla de ‘fascismo’, ‘cristianismo’, ‘socialismo’,
‘nacionalismo’, etc.[22].
Por
lo contrario, lo ideológico tiene un estatuto teórico preciso y remite a una
dimensión inherente a todo hecho discursivo y a todas las modalidades de
‘comunicación social’ (interpersonal, institucional, de los mass media, etc.)
no importa cuáles sean las materias significantes en juego (el comportamiento,
el lenguaje, las imágenes, los objetos, etc.). Como ‘dimensión’ específica de
cualquier hecho de significación, lo ideológico es un nivel de análisis: el que
establece el “sistema de relaciones entre
un discurso y sus condiciones (sociales de producción)[23].
El análisis ideológico de un discurso consiste, pues, en detectar las
‘marcas’ que las condiciones de producción han dejado sobre la superficie
textual o, de otro modo, en establecer la relación del mensaje con sus
determinaciones sociales, como lo hemos visto anteriormente, demostrando de qué
modo dichas determinaciones se materializan en discurso a través de
determinadas operaciones discursivas. En la misma línea de reflexión, de Ipola
define las ideologías como “las formas de existencia y de ejercicio de la lucha
de clases (y sus derivados) en el dominio de los procesos sociales de
producción de las significaciones sociales”[24].
Lo que implica señalar que los procesos sociales (contradicciones, antagonismos
y conflictos entre clases y sus derivados – grupos no clasistas -) en su
dimensión ideológica (diferente a la política o a la economía) se materializan
en el dominio de la producción significante. O más simplemente que las
ideologías o la lucha ideológica no existen fuera del discurso y de procesos
comunicativos concretos.
Por
todo lo dicho no es posible establecer una distinción entre discursos
ideológicos y otros discursos que no contendrían dichas ‘propiedades’ (el
científico, por ejemplo, para Althusser) como ha sido tendencia arraigada en
numerosos estudios que tratan de diferenciar las ‘prácticas ideológicas’, como
conjuntos empíricamente recortables, de todas las demás prácticas.
Sintetizando, todo hecho de significación es susceptible de ser analizado en su
dimensión ideológica (aunque esta dimensión no explique la totalidad de
determinaciones que operan sobre un discurso) toda vez que se establezcan las
relaciones existentes entre los mensajes y sus condiciones – políticas,
económicas, institucionales, etc. – de producción y de recepción.
Ahora
bien, Verón señala en todos sus trabajos que es preciso no confundir la dimensión ideológica de los discursos
(que concierne exclusivamente a las relaciones existentes entre un conjunto
significante y sus condiciones de producción) y la dimensión del poder de los discursos que, en el otro polo del
sistema productivo, remitiría a los ‘efectos’ o a la eficacia particular de un
determinado mensaje en el momento de la recepción, ‘efectos’ que se manifestaban
bajo la forma de nuevos discursos (lingüísticos y no lingüísticos puesto que el
efecto o los efectos producidos sólo pueden evaluarse, como es obvio, en
función de las respuestas que se produzcan, ya sean verbales o de
comportamientos). De manera simétrica al punto de partida (el polo de la
producción), el “poder sería el nombre
del sistema de relaciones entre un discurso y sus condiciones (sociales) de
reconocimiento”; por consiguiente, como lo ideológico, el concepto de
‘poder’ remite a una dimensión de análisis de todo hecho de significación en el
proceso de recepción y por lo tanto aludiría, por ejemplo, a la incidencia
diferencial que tiene un mismo discurso en contextos sociales distintos y a las
diferentes lecturas de que es objeto dicho discurso en momentos históricos
determinados, ya sea, como lo hemos visto, a nivel de la comprensión, del
acuerdo y/o de la adhesión.
A
pesar que esta distinción tiene como objetivo metodológico el separar con
nitidez el proceso de producción del proceso de reconocimiento como momentos
diferentes en los que actúan reglas y operaciones también diferentes (
‘gramáticas de producción’ y ‘gramáticas de reconocimiento’) dicho objetivo
aparece como irrelevante si se toma en consideración que, al mismo tiempo,
bloquea una comprensión adecuada del funcionamiento de las ideologías
reducidas, en este caso, al proceso de producción. ¿Por qué no hablar de
‘efectos ideológicos’ en el proceso de recepción? Sin entrar demasiado en
detalles, creemos que es preciso abarcar con el concepto de ideológico la
totalidad del proceso: tanto las ‘gramáticas de producción’, en sentido amplio,
como sistema finito de reglas (discursivas y sociales) que permiten la
producción de múltiples enunciados, como las ‘gramáticas de reconocimiento’ en tanto
sistema finito de reglas (discursivas y sociales) que permiten la
decodificación de múltiples enunciados.
De
Ipola ha visto con claridad este problema y sus conclusiones [...] a una
probable solución: “... queda perfectamente claro que lo ideológico no se agota
en la relación entre un conjunto significante y sus condiciones sociales de
producción; lo ideológico está también presente ‘en recepción’, bajo la forma
de un ‘efecto’ específico, y diferenciable, por lo demás, de otros ‘efectos’;
por ejemplo, el efecto científico. De lo cual se concluye, no, por supuesto,
que haya que ‘confundir’ la problemática de lo ideológico con la problemática
del poder, sino que hay que articularlas,
tanto en ‘producción’ como en ‘recepción’ y, como corolario de lo anterior, que
el análisis ideológico de un discurso incluye tanto el de su proceso de
producción como el de su proceso de recepción”[25].
III.- HEGEMONIA, APARATOS DE HEGEMONIA Y
PROCESOS DE COMUNICACIÓN
3.1.- Sobre el Estado ampliado y la producción
de consenso
Dentro
de la tradición marxista, el concepto de ideología ha sido pensado como parte
de la cuestión de los modos de producción y en particular se le ha referido,
como una instancia particular, al
nivel de las superestructuras. En esta concepción de la sociedad como una
tópica la estructura de la sociedad estaría constituida por la base económica
(la llamada infraestructura) y por la superestructura, diferencia a su vez en
dos instancias: la jurídico-política y la ideológica. La metáfora de la sociedad
como un edificio tiene por objetivo señalar que existe un principio de
determinación, la base material, que explica y condiciona el funcionamiento del
todo social. A partir de este enfoque, numerosos estudios han terminado por
dividir la sociedad en dos campos, relativamente aislados entre sí: el de la producción, por un lado, el de la reproducción por el otro. Según esta
perspectiva las ideologías (o la ideología, a secas) tendrían como función la
reproducción de las relaciones capitalistas de producción.
Es
Gramsci quien resitúa el problema de las superestructuras a partir de la
producción de nuevos conceptos que, como el de hegemonía, plantean un principio de solución al clásico problema de
las ‘instancias’ (económica, política, ideológica) como espacios divididos de
la realidad social. El núcleo de su reflexión consiste en establecer la
relación base/superestructuras como momentos articulados de la ‘totalidad
orgánica’, lo que posibilita superar la noción espacial del edificio en el
marxismo clásico. La dialéctica estructura/superestructura se da a través del
concepto de bloque histórico, como
campo de relaciones de fuerzas sociales que se articula a partir de la
hegemonía que un grupo social ejerce sobre el conjunto de la sociedad[26].
El
bloque histórico como sistema hegemónico tiene el punto de arranque en su
definición del Estado ampliado como articulación entre sociedad política y
sociedad civil, entre aparatos de coerción (policía, fuerzas armadas,
burocracia, tribunales, etc.) y aparatos de hegemonía (escuela, familia,
iglesia, partidos políticos, sindicatos, medios de comunicación [no se leen
varios renglones]...; de otro modo, el Estado no cumple sólo funciones
políticas y represivas sino también funciones hegemónicas, las de dirección intelectual y moral sobre el
conjunto de la sociedad a partir del funcionamiento particular de los aparatos
ideológico-culturales. “El Estado bajo el capitalismo (y sólo en él es lícito
hablar de Estado para referirse al poder político) es un Estado hegemónico, el producto de determinadas relaciones de
fuerzas sociales, el complejo de actividades prácticas y teóricas con las
cuales la clase dirigente no sólo justifica y mantiene su dominio, sino también
logra obtener el consenso activo de los gobernados”[27].
Ahora bien, el aparato de hegemonía (la sociedad civil) como el aparato del
Estado, en sentido restringido (la sociedad política) no son momentos aislados
ni autosuficientes, tampoco un simple ‘reflejo’ de la ‘realidad material’. Por
el contrario constituye las condiciones de existencia y de funcionamiento de la
base material. Las ‘trincheras y casamatas de la sociedad civil’, como Gramsci
llama a los aparatos de hegemonía donde se cumplen las funciones de dirección
política, intelectual y moral de una clase sobre las demás, se integran en
estrecho vínculo con las relaciones de producción. A partir de estas
instituciones se produce la proyección y ampliación del Estado sobre la trama
‘privada’ de la sociedad y la expansión molecular de la dirección (que, a diferencia de la dominación desnuda, tiene que
ser pedagógica) de la clase dominante sobre el conjunto de la vida social[28].
La preocupación fundamental es establecer las conexiones existentes entre
ideologías, prácticas, culturas y relaciones de producción; entre modos de
vida, métodos capitalistas de trabajo y sistemas de hegemonía. A partir de allí
es que Gramsci plantea, rompiendo con anteriores esquemas, que la hegemonía
nace en la fábrica en donde, según esta perspectiva, se articula concretamente
el campo de la producción material y el de la producción política e ideológica
como momentos indisociables de un mismo proceso[29].
3.2.- Sobre la noción clásica de ideología
El
concepto de hegemonía (que no es equivalente al de ideología dominante) alude a
la capacidad estratégica de una clase social para obtener, a partir de la
universalización de sus intereses específicos, el consentimiento activo o
pasivo de la mayoría de los sectores sociales en torno a su proyecto histórico.
Con esto Gramsci refiere, de manera simultánea, la existencia de la hegemonía
de la clase dominante y la construcción de hegemonías alternativas por parte de
los sectores subordinados.
Ahora
bien, ¿Cómo se logra el consenso, activo o pasivo, de los grupos sociales, en
torno a un determinado proyecto histórico?
“...
Una clase es hegemónica – escribe Chantal Mouffe – cuando logra articular a su
discurso la abrumadora mayoría de los elementos ideológicos característicos de
una determinada formación social, en particular los elementos nacional populares
que le permiten convertirse en la clase que expresa el interés nacional”[30].
Profundizaremos esta definición, pero antes de entrar en el análisis de “los
procesos de articulación de los elementos ideológicos existentes en una
formación social” será preciso revisar el concepto de ideología, tal como ha
sido elaborado por algunos de los principales exponentes del marxismo.
Althusser
define a la ideología como “... un sistema de representaciones (imágenes,
mitos, ideas o conceptos según el caso) dotado de una existencia y de un rol
histórico dentro de una sociedad determinada”[31].
Con posterioridad (1970), en Ideología y
aparatos ideológicos del Estado, en un claro acercamiento al psicoanálisis,
la caracterizará como “... la relación imaginaria de los individuos con sus
condiciones reales de existencia”, relación cuyo carácter imaginario se
establece en la medida en que todos los individuos serían constituidos en
sujetos (y sujetados a la creencia en su autodeterminación y libertad
individual) a través de mecanismos de
interpelación[32].
En
Gramsci la noción de ideología reviste diferencias sustanciales pero para los
objetivos que nos planteamos tomaremos en cuenta sólo un aspecto de su
perspectiva, aquella que identifica tendencialmente a las ideologías como la visión del mundo de una clase, que
impregna todas las actividades y todas las prácticas. La ideología es “una
concepción del mundo que se manifiesta implícitamente
en el arte, en el derecho, en la actividad económica, en todas las
manifestaciones de la vida colectiva e individual”[33].
Concepción del mundo que surge de condiciones materiales concretas y que
determina a la vez la relación que las masas establecen con la sociedad. Por
ello Gramsci precisa, (las ideologías orgánicas) “... en cuanto históricamente
necesarias tienen una validez que es validez ‘psicológica’, ‘organizan’ las
masas humanas, forman el terreno en medio del cual se mueven los hombres,
adquieren conciencia de su posición, luchan, etc....”[34].
El
sujeto es concebido, pues, como el lugar de acción de las ideologías o, de otro
modo, las ideologías aparecen como el principio de producción de los sujetos en
la vida social. Aunque desde perspectivas opuestas, ésta parece ser la síntesis
de las posiciones de Althusser y de Gramsci: la relación imaginaria con que los
hombres viven sus relaciones con lo real, para el primero[35],
y el principio de inteligibilidad de la realidad social, el terreno donde los
sujetos elaboran sus relaciones con el mundo y luchan por resolver los
conflictos sociales, para el segundo.
En
ambas perspectivas, además, vemos que se reagrupan aspectos y elementos
heterogéneos: representaciones, imágenes, ideas, mitos, interpelaciones,
concepciones del mundo, etc., a la vez que queda en una relativa oscuridad la
naturaleza y el funcionamiento específico de las ideologías. ¿Cómo y dónde se
materializan las concepciones del mundo, el conjunto de representaciones,
creencias, ideas? ¿Cuál es la naturaleza de las llamadas ‘interpelaciones’ que
‘constituyen a los individuos en sujetos’? ¿Cuál es el sentido preciso del
accionar ‘implícito’ de las ideologías según Gramsci? Puesto que las ideologías
funcionan socialmente y producen efectos sociales ¿pueden concebirse fuera de
su organización particular como ... [no se lee la última línea de la
fotocopia]... significación? Y ya que estamos en el terreno de los lenguajes,
las ideologías ¿no remitirían tal vez – según algunas sugerencias dispersas en
los textos citados – a un conjunto de reglas y operaciones subyacentes, de
‘lenguaje profundo’, que organizarían de una cierta manera las distintas
prácticas significantes?
Ahora
bien, podemos llegar a estas preguntas porque como se infiere de las nociones
utilizadas (sistema de representaciones, imágenes, mitos, interpelaciones,
concepciones implícitas del mundo) se
ha tendido a identificar, oscuramente tal vez, las ideologías con el dominio de
lo discursivo, de una manera que podríamos calificar de pre-lingüística, si se
quiere. De allí la crítica, precisa, que Julia Kristeva hace a estas teorizaciones
(refiriéndose a Althusser en particular): “... la materialidad de la ideología es pensada como exterior al dominio específico, a la materialidad específica en la
que se produce la ideología, a saber el lenguaje
y de manera más general la significación
(...). La significación es desconocida en su funcionamiento material propio: las ‘modalidades de la
materialidad de las prácticas ideológicas’, a pesar de ser consideradas, no se
plantean”[36] .
A
partir de todo lo visto hasta el momento, estamos en condiciones de sintetizar
algunos de los aspectos centrales de la problemática producción discursiva –
procesos de comunicación – ideologías, a saber:
1.- Los procesos sociales de producción
significante constituyen el dominio donde se materializan las ideologías.
2.- La dimensión de lo ideológico en los
discursos sociales no se revela en los ‘contenidos’ manifiestos sino que opera
fundamentalmente en niveles de implicitación discursiva (gramáticas de
producción / gramáticas de reconocimiento) que es preciso detectar a partir del
análisis de las ‘marcas’ que aparecen en la superficie de los hechos de
significación.
3.- Dichas ‘marcas’ son las que reenvían a las
condiciones productivas o al contexto de la enunciación, como lo hemos visto.
Buena parte de estas condiciones, por lo demás, remiten al funcionamiento y a
las características que asumen los aparatos de hegemonía en un momento
histórico dado.
4.- La inscripción social de los procesos de
comunicación se explica, en lo fundamental, dentro de los marcos de la lucha
por la conservación o la transformación de la hegemonía y por lo tanto expresa
posiciones de clase (y sus derivados).
5.- Las relaciones de fuerza en el campo de lo
social y de lo político se expresan en el plano de las significaciones como
operaciones concretas de construcción / deconstrucción de elementos discursivos
según principios de articulación o principios hegemónicos.
3.3.- Sobre los aparatos de hegemonía
Hemos
dicho que las redes de comunicación que se establecen en una sociedad están
regidas, en buena medida, por la estructura, el funcionamiento y las
particularidades que asumen los aparatos de hegemonía en un momento histórico
determinado. Definiremos, pues, a estos aparatos como “las instituciones
especializadas que tiene a su cargo la producción, circulación, inculcación y
consumo de las significaciones ideológicas”[37].
Por
lo tanto, estos aparatos pueden considerarse espacios de condensación de la
lucha ideológica aunque no sean los únicos lugares donde esta lucha se efectiviza.
Como lo hemos visto anteriormente, la producción significante y los
intercambios comunicativos atraviesan todas las ‘instancias’ y regulan todas
las prácticas sociales puesto que las dimensiones discursivas y simbólicas no
son variables exteriores de los procesos económicos y/o políticos sino, en
tanto realidades específicas, parte integrante de dichos procesos.
Veamos
ahora algunas de las dimensiones a considerar con respecto a los aparatos de
hegemonía y en relación con los procesos comunicativos:
1.- Los aparatos de hegemonía son los espacios
institucionales donde se materializa el campo de significaciones de la clase
dominante y desde donde se ejerce la función de hegemonía de esta clase sobre
las demás. El poder y el control sobre los distintos aparatos (medios de
comunicación, escuela, iglesia, partidos, sindicatos, familia, etc.) no se da
de manera homogénea pero el caso de los medios de comunicación es expresivo –
por la cantidad de evidencias empíricas reunidas – del ejercicio del poder de clase.
Como lo demuestran numerosos estudios[38],
este es un campo fuertemente estructurado en torno a la concentración económica
del poder nacional y transnacional que favorece a su vez el desarrollo de
ciertas tecnologías comunicativas a los fines de asegurar en un doble
movimiento la trasnacionalidad de las economías y la trasnacionalización de las
culturas. Los sistemas de poder se afianzan todavía en otros niveles, tal es el
caso de las agencias de publicidad, gravitando en la definición de líneas y
perfiles de programación y de información y del Estado estableciendo diferentes
sistemas de control político sobre los medios. Estas son algunas de las
‘condiciones de producción’ que determinan, en buena medida, las estrategias
discursivas y los rasgos que asumen las comunicaciones y la cultura de masas en
distintos países de la órbita capitalista.
2.- Lugares de ‘realización’ de las
significaciones ideológicas dominantes, los aparatos de hegemonía no son, sin
embargo, instrumentos puros al
servicio de una clase social. Por el contrario, cada uno de ellos condensa, de
distinta manera, las relaciones de fuerza existentes en una sociedad
determinada y expresa, en ese orden, los conflictos, las contradicciones y los
antagonismos sociales. Los distintos conflictos se van constituyendo en punto
de apoyo de estrategias comunicativas diversificadas. Como señala Jacques
Guilhaumon, los aparatos de hegemonía son lugares estratégicos donde circulan
narraciones dispersas, contradictorias, ‘activas’, en proceso continuo de construcción
/ deconstrucción de la materialidad discursiva[39].
Más que de reproducción del discurso
del poder tendremos, pues, que hablar de la existencia de posiciones
discursivas variables en el interior de un campo de fuerzas.
Para
el caso de países con ‘relativa estabilidad democrática’ (otro es el caso de
las dictaduras donde se estrechan al mínimo las posibilidades de enfrentamiento
ideológico), los procesos de construcción / deconstrucción de los hechos
discursivos tienen un margen abierto de posibilidades, dependiendo (dicho
margen) de las circunstancias históricas concretas de cada formación social. En
los medios de comunicación social estos procesos se manifiestan con distintas
modalidades según los distintos aparatos: prensa, radio, cine, tv, etc. Si
tomamos un ejemplo, el de la prensa en México, podemos vislumbrar, a simple
vista y de manera intuitiva, cuál es el campo estratégico dentro del que se
mueven distintas tendencias que a su vez se materializan en formas
diferenciadas de producción discursiva, ya sea en el plano ‘oficial’ como en el
de las producciones que podríamos llamar ‘marginales’ y que expresan intereses
de sectores subordinados.
3.-
Los aparatos de hegemonía no forman un bloque o una lista homogénea sino que
sus propiedades regionales (la religión, la moral, el derecho, la política, la
cultura de masas, el conocimiento) contribuyen de manera desigual al desarrollo
de la lucha ideológica entre las clases antagónicas[40].
La eficacia de cada uno de los aparatos es, por lo tanto, relativa, desigual y
a la vez complementaria. El carácter relativo y desigual de su acción y de sus
‘efectos’ depende de la relación que guardan, en cada circunstancia histórica,
con el desarrollo de la base material, con las particularidades que revisten la
lucha ideológica y política en cada formación social, con las relaciones de
fuerza y de poder a nivel trasnacional, etc. En cuanto a las relaciones de
complementariedad entre la acción de distintos aparatos ideológico-culturales,
éstas se producen porque en la lucha por la conservación de la hegemonía,
aunque atravesada por estrategias diversas y por ‘interpelaciones’
heterogéneas, existe una tensión hacia la unidad ideológica que suele
expresarse en la capacidad de cada mensaje o discurso particular, de jugar un
papel de condensación con respecto a
los otros[41].
Dice Laclau: “... cuando una interpelación familiar, por ejemplo, evoca una interpelación política, una
interpelación religiosa, una interpelación estética, etc.; cuando una de estas
interpelaciones aisladas opera como símbolo
de las otras, nos encontramos con un discurso ideológico relativamente
unitario”[42].
Este
‘efecto de condensación’ es lo que podríamos percibir en distintas
interpelaciones que a pesar de su heterogeneidad presentan similitudes (rasgos
y dispositivos comunes) en su estructura profunda, de modo que una de ellas
evoca y reenvía a las demás. Por ejemplo, éste podría ser el caso de cierto
tipo de discursos ‘disciplinarios’ que, más allá de sus contenidos manifiestos,
evocan parecidas relaciones jerárquicas y sus consecuencias (dominación /
subordinación) entre los protagonistas del acto de comunicación (el discurso
escolar y la relación maestro / alumno, el discurso familiar y la relación
padres / hijos; el discurso religioso y la relación sacerdotes / feligreses...
etc.). Lo que confiere una relativa unidad a diversos discursos ideológicos, y
por lo tanto, a la eficacia global de sus mecanismos es lo que podríamos
caracterizar como el ‘principio de articulación’ que regula la existencia de
los mensajes y que remite a un proyecto de clase determinado. Volveremos sobre
este punto.
4.-
Hemos señalado que los aparatos hegemónicos son básicamente centros de
producción, circulación, inculcación y recepción de significaciones
ideológicas. Hasta ahora menos visto algunas de las dimensiones referentes al
proceso directo de producción significante; cabría entonces analizar en qué
medida y con qué modalidades estos aparatos determinan y regulan los procesos
de recepción.
Los
aparatos de hegemonía prescriben reglas de funcionamiento de los procesos
discursivos y al mismo tiempo instituyen el papel de los participantes en el
acto de comunicación regulando los términos del intercambio simbólico. Hemos
referido al comienzo que el lugar de la enunciación condiciona el sentido de un
mensaje, en la medida en que hablar desde un espacio calificado (el del poder,
por ejemplo) confiere asimismo calificación (y poder) al enunciado. Por
extensión podríamos señalar que el contexto de la enunciación condiciona, asimismo,
los procesos de reconocimiento al determinar las circunstancias del intercambio y al promover en el destinatario los
marcos generales de una cierta disposición y/o disponibilidad y de ciertos
‘efectos’ de creencia y/o de acuerdo.
Por
cierto, en el caso de los medios de comunicación, cada medio preestablece, en
relación con el soporte tecnológico, distintas modalidades de recepción: el
cine, como es obvio, actúa de una manera distinta que la televisión o la radio,
ocupan distintos espacios en la vida individual o colectiva y favorecen
diferentes encuadres para el acuerdo o la adhesión (es muy conocido, por
ejemplo, el ‘efecto’ de verosimilitud que promueve la televisión como el medio
que parece presentar la realidad ‘tal cual es’).
Por
lo demás, la diversificación de la producción cultural (productos de distinta
‘categoría’, con distintos precios y formas de circulación, con diferentes
lenguajes, etc.) aseguran la estratificación de los destinatarios, refuerzan el
reparto diferencial de los bienes culturales y tienden a reproducir la
discriminación social poniendo a cada cual ‘en su lugar’. Los espacios
institucionales producen, pues, los discursos y también las condiciones de su
consumo aunque éstas no sean las únicas condiciones ni definan automáticamente
los procesos de decodificación y de consumo en la línea prevista por el emisor.
3.4.- Ideologías, discurso y principios
hegemónicos
Las
relaciones de poder van configurando los reajustes, las ramificaciones y los
desplazamientos de los hechos discursivos en las distintas coyunturas
históricas, y en esa medida las ideologías no se constituyen de una vez y para
siempre, ni remiten linealmente a determinados intereses de clase. Sobre este
punto señala Regino Robin: “la circulación de enunciados no obedece a simples
reglas de remisión a una clase. En el discurso (...) todo es recuperación,
rechazo, remisión, reformulación, inversión y distorsión (...). Este punto es
decisivo para referirse a los problemas de hegemonía. En los aparatos
ideológicos, como en el aparato de Estado, las formaciones discursivas jamás se
presentan frente a frente con contornos netos. Lucha siempre sobre el aquí y ahora, que ya está hecho de
rechazos, remisiones, recuperaciones, inversiones, reformulaciones. Ellas
mismas están en relación de alianza, de compromiso, de antagonismo, etc. Será
pues imposible constituir el diccionario de las palabras burguesas, el
diccionario de las palabras pequeñoburguesas, y el de las palabras proletarias
(...)”[43].
Aunque
desde una reflexión de otra naturaleza, Chantal Mouffe apunta, como Robin, a
definir las ideologías desde una perspectiva no reduccionista (ni simple
‘reflejo’ de la base económica, ni mero paradigma de intereses de clase). La
‘reforma intelectual y moral’ que se emprende desde las instituciones de la
sociedad civil (los aparatos de hegemonía) tiene como objetivo – sostiene –
establecer a través de la acción cultural una visión unitaria del mundo que
operaría sobre el conjunto de las voluntades dispersas y heterogéneas. Ahora
bien, ‘visión unitaria del mundo’ no comporta la idea de una representación
homogénea y acabada. Por el contrario, dicha visión sería el producto de la
lucha ideológica y en tanto tal el resultado de la articulación de elementos
ideológicos preexistentes en una formación social, a los cuales se les dota de
un peso específico según las diferentes perspectivas de clase[44].
Dos
preguntas se plantean frente a esta reflexión: 1) ¿Cuál es el principio
unificador de un sistema ideológico?, ¿Cómo puede determinarse el carácter de
clase de una ideología?. Si se postula que las ideologías son constituidas en
procesos permanentes de construcción / deconstrucción de elementos, algunos
clasistas y otros no, es evidente que de no mediar un ‘principio’ que unifique
las diversas ‘interpelaciones’ que se producen en una formación discursiva,
estaríamos enfrentados a variaciones azarosas y a registros dispersos que no
podrían constituir una ‘visión del mundo’ ni tampoco ‘una dirección intelectual
y moral’ capaz de agrupar a la mayoría de los sectores sociales en torno al
proyecto hegemónico. Por lo tanto, si bien no es pensable un diccionario de
palabras burguesas o proletarias, sí es posible determinar la existencia de
dispositivos y reglas de operación del material discursivo que hacen posible la
unidad de una ideología. Llamaremos a estos dispositivos que ordenan o regulan
la producción de significaciones ideológicas, principios de articulación o principios hegemónicos (para retomar una
expresión de Ch. Mouffe, aunque ella no los refiera a operaciones discursivas
en sentido estricto). Sintetizando: las interpelaciones o ‘elementos’ o
palabras aisladas con los que se produce un cierto discurso no son,
necesariamente, patrimonio de clase alguna, pero la manera en que dichos elementos
son articulados, a través de reglas específicas, en la materialidad
significante sí se inscriben en una perspectiva de clase. Por consiguiente, lo
que mediría la capacidad hegemónica de una clase social sería, precisamente, esta capacidad de integrar en un conjunto
relativamente estructurado, interpelaciones y elementos de alcance y naturaleza
diferentes, clasistas algunos, no clasistas otros. (Al respecto vale para el
caso el ejemplo que dimos acerca de la evolución de las revistas femeninas y su
capacidad de integrar nuevos elementos rearticulándolos a los preexistentes, en
el marco de una determinada concepción del mundo.
En
este punto debemos recordar que la significación no se deja leer a primera
vista y que se sitúa más allá de las palabras y de los conceptos presentes en
un discurso determinado. Por extensión, lo ideológico en las significaciones
(como un nivel particular de sentido) se expresa fundamentalmente bajo la forma
de implicitaciones discursivas y no en la manifestación literal. Es así que
discursos muy distintos (o simplemente distintos) pueden tener estructuras
profundas comunes y por lo tanto remitir a un mismo principio hegemónico. Y a
la inversa, discursos cuya expresión literal es casi idéntica o idéntica pueden
reenviar a principios de articulación diferentes (y por lo tanto a distintos
proyectos de clase). Para el primer caso, baste recordar el ejemplo que dimos
sobre los discursos ‘disciplinarios’ y su ‘efecto’ común de condensación, a
pesar de la naturaleza diferencial de las ‘interpelaciones’ utilizadas. Para el
segundo caso pondremos un ejemplo del discurso religioso: la interpelación
‘bienaventurados los pobres de espíritu porque de ellos será el reino de los
cielos’. Dicha frase cambia de sentido según su contexto de enunciación. En una
iglesia tradicional puede querer decir que las virtudes de la pobreza y la
humildad posibilitan la salvación eterna y que esa es la felicidad a la que hay
que aspirar, renunciando a cambiar las condiciones aquí, en la tierra. En una
iglesia de la liberación, por el contrario, el sentido se inviste de un nuevo
valor, el de la lucha a favor de la causa de los sectores desposeídos puesto
que, merecedores del cielo, merecen lograrlo, también, aquí en la tierra.
Estas
serían algunas ilustraciones, a nivel bastante banal, de lo que hemos llamado
principios de articulación o principios hegemónicos: se trata de procesos de
readecuación, recuperación y / o resemantización de distintos elementos que, en
el caso del ejemplo utilizado, proceden de los textos sagrados. Recuperación y
rearticulación que están regidas por un orden extradiscursivo (como condición
se producción, los distintos proyectos históricos de sectores pertenecientes a
un mismo aparato hegemónico) y que se expresan en la materialidad del discurso,
invistiendo de diferentes sentidos elementos procedentes, en este caso, de una
fuente común.
La
‘realización’ de las ideologías es, pues, plural; distintas estrategias y
maniobras significantes articulan los espacios discursivos preexistentes a la
vez que producen un hecho nuevo (dependiente del proceso comunicativo de que se
trata). Como ya lo hemos señalado, estos principios de articulación (que
equivaldrían a lo que antes hemos llamado el proceso directo de producción de
significaciones) están en estrecha relación con el funcionamiento económico,
político e ideológico de una formación social en una coyuntura determinada. Son
las razones históricas, el conjunto de las condiciones de producción
discursiva, las que definen el campo de
posibilidad del decir frente a lo no dicho o, de otro modo, posibilitan, en
cada caso particular, la emergencia de nuevos temas, de otros espacios
simbólicos, de distintos ejes de oposición, así como también las
transformaciones de los mecanismos y dispositivos de enunciación, de la
estructura de los relatos, de las figuras retóricas, etc.
Lo
que se dice, en cualquier proceso de comunicación, es lo que resta después de
un trabajo (casi siempre inconsciente) de selección y combinación a partir de
la trama, muchas veces difusa, de censuras y tabúes que organizan y regulan las
formas de pensar y sentir el mundo en las distintas sociedades y formaciones
culturales. Es en el juego contradictorio de las formaciones discursivas, como
dice Michel Pecheux, y a través de una “serie de enfoque, importaciones,
traducciones, rodeos, desplazamientos y alteraciones en que se manifiestan las
formas históricamente variables de la relación entre discurso, ideología e
intereses de clases”[45].
PARA CONCLUIR:
Estudiar
procesos de comunicación implica, pues, situarse dentro de los campos
estratégicos donde los discursos establecen redes y flujos particulares con
otros discursos, y de este modo, van configurando el espacio donde se
materializan las posibilidades del decir en un momento dado y las modalidades
que asume la lucha ideológica en todos los tejidos de la vida social.
Ahora
bien, “el juego contradictorio de las formaciones discursivas” no es, sin
embargo, un simple juego de palabras. La eficacia material, la particular incidencia
de la producción significante no consiste solamente en dar un nombre a las
cosas. “Poder y saber se articulan (...) en el discurso”, dice Foucault. Y más
adelante agrega: “El discurso transporta y produce poder; lo refuerza pero
también lo mina, lo expone, lo torna frágil y permite detenerlo”[46].
Aunque
así lo parecería, la lucha no se reduce a los enunciados, ni el juego al campo
del discurso. Su referencia, por el contrario, es el enfrentamiento por la
hegemonía dentro de un campo de fuerzas en el que se juegan objetivos que
atañen al poder: poder sobre las instituciones, sobre el Estado y,
fundamentalmente, sobre la posibilidad de definir un proyecto de sociedad y una
manera de sentir y de concebir la vida.
*************************************************************************
(Debo la bibliografía, porque la mayor parte
no se entiende)
[1] Mounin, Georges: ‘Saussure. Presentación y textos’. Editorial
Anagrama. Barcelona, 1971. p. 29 y sigs.
[2] ‘Lingüística y Análisis del discurso. Lectura de una crisis’. Mimeo.
P. 3
[3] ‘Dire et ne pas dire’, Herman, Paris, 1972. Existe traducción del
capítulo ‘Implicitación y presuposición’. Mimeo. UAM-X, pg. 9/10/11.
[4] Siglo XXI, México, 1978. Ver en particular los capítulos
‘Enunciación’, ‘Situación de discurso’ y ‘Lenguaje y acción’.
[5] Op. cit. p. 375.
[6] Historia de la sexualidad 1. La voluntad de saber. Siglo XXI. Méjico,
1978.
[7] Siglo XXI, Méjico, 1970, p.144, 145.
[8] L’ordre du discours, Lección inaugural en el College de France
pronunciada el 2 de diciembre de 1970. Ed. Gallimard, París. 1971. P. 12.
[9] Op. cit. p. 111/12.
[10] Les verités de la police. Francois Maspero. París, 1975. p. 81/2.
[11] Citado por Pecheux en ‘Les verités...’ p. 82.
[12] Verón, Eliseo: ‘Para una semiología de las operaciones
translingüísticas’ en la revista Lenguajes N° 2, diciembre de 1974. Ediciones
Nueva Visión, Buenos Aires. P. 24.
[13] Sobre este punto remitimos a los trabajos (citados en Bibliografía) de
Paul Henry, Michel Pecheux, Regine Robin, Jacques Guilhaumou, Eliseo Verón,
Emilio de Ipola, Narciso Pizarro, Louis Guespin, Juan B. Marcellesi, etc.
[14] En lo sucesivo se utilizarán como equivalentes a consumo las nociones
de ‘reconocimiento’, ‘recepción’ o ‘decodificación’.
[15] En el desarrollo de este concepto y sus derivados haré amplio uso de
los aportes teórico-metodológicos producidos por Eliseo Verón como también de
las reelaboraciones efectuadas a partir de dichos aportes por Emilio de Ipola.
La cita de los estudios de ambos autores figuran en la bibliografía general.
[16] Ver en particular ‘Semiosis de la ideología y del poder’ en
Communications N° 28, Seuil, París, 1978, ‘Dictionnaire del idées non recures’
1978 (mimeo) y ‘La semiosis social’ en El discurso político, UAM y Nueva
Imagen, México, 1980.
[17] Diccionnaire des idées non recures, 1978, (mimeo), p. 91.
[18] Obras citadas.
[19] ‘Dictionnaire...’ p. 97 y 98.
[20] ‘Dictionnaire...’ p. 91.
[21] Sercovich, Armando: ‘El discurso, el psiquismo y el registro
imaginario. Ensayos semióticos’. Nueva Visión, Buenos Aires [no se lee año ni
páginas].
[22] ‘Dictionnaire...’
[23] ‘Dictionnaire...’ ‘Semiosis de L’idélogique et du poivoir’, ‘La
semiosis social’, etc.
[24] ‘Sociedad, ideología y comunicación’. En Comunicación y Cultura N° 6.
Ed. Nueva Imagen. México. 1978.
[25] ‘Discurso político, política del discurso’, mimeo, pág. 51. Publicado
con el título de ‘Populismo e ideología 1’ en la Revista Mexicana de
Sociología. Julio/setiembre de 1979. Instituto de Investigaciones Sociales.
UNAM. México.
[26] Gramsci, Antonio: ‘Notas sobre Maquiavelo, sobre política y sobre el
Estado moderno’. En Obras de Antonio Gramsci. Vol. 1. Juan Pablos editor.
México, 1975. P. 67 y siguientes.
[27] Op. cit.
[28] Sobre este punto ver Buci-Glucksmann, Ch.: Gramsci y el Estado. Siglo
XXI. México, 1978.
[29] Ver Notas sobre Maquiavelo...
[30] ‘Hegemonía e ideología en Gramsci’. En la Revista Arte, sociedad,
ideología N° 5, México, p. 82.
[31] ... Marx, Maspero, París 1965, p. 238.
[32] Nueva Visión, Buenos Aires, 1974. P. 53 y p. 4 y subsiguientes.
[33] El materialismo histórico y la filosofía de Benedetto Crocce. En Obras
de Antonio Gramsci, vol. 3. Juan Pablos editor, México, 1975.
[34] Op. cit. p. 58?
[35] Sobre este tema el artículo de Emilio de Ipola: ‘Crítica a la teoría
de Althusser sobre la ideología’. Revista Uno en dos. N° 4 Colombia, 1974 y
también A. Sánchez Vazquez, ‘Ciencia y Revolución (El marxismo de Althusser)’.
Alianza editorial, Madrid, 1978.
[36] Léase ‘Práctica analítica, práctica revolucionaria. Preguntas a Julia
Kristeva’. Revista Lenguajes N° 2. Diciembre de 1974. Ed. Nueva Visión. Buenos
Aires.
[37] De Ipola, Emilio: ‘Sociedad, ideología y comunicación’. Op. cit.
[38] Entre otros podemos mencionar los trabajos de Armand Mattelart,
Herbert Schiller, Antonio Pasquali, Heriberto Muraro, Víctor Bernal Sahagun,
Juan Somavía, Fernando Reyes Matta, etc.
[39] ‘Lingüística y Análisis del Discurso’. Mimeo. P. 19/20.
[40] Pecheux: ‘Les verités...’ op. cit. p. 129/130
[41] Laclau, Ernesto: ‘Los ‘elementos’ ideológicos y su pertenencia de
clase’ e ‘Interpelaciones de clase e interpelaciones popular-democráticas’, en
Política e Ideología en la teoría marxista. Siglo XXI, México, 1978.
[42] Op. cit. p. 115.
[43] ‘Los manuales de historia de la Tercera República Francesa: un
problema de hegemonía ideológica’. En Monteforte Toledo (coordinador): ‘El
discurso político’. UNAM/Nueva Imagen, México, 1980. P. 257/8.
[44] ‘Hegemonía e ideología en Gramsci’, op. cit. p. 79 y siguientes.
[45] ‘Remontémonos de Foucault a Spinoza’ en ‘El discurso político’. Op.
cit. 1970.
[46] ‘Historia de la sexualidad’, op. cit. p. 122/3.
1 comentario:
Las ideologías dominantes, por el sólo hecho de serlo, no son buenas ni malas ni regulares. Son sólo eso, dominantes.
Publicar un comentario