La cordillera de los Andes no es una sola. A la altura de La Rioja se viste de tonos
pastel, mientras algunos altísimos picos nevados acompañan el paso de los
visitantes hasta la Laguna Brava, aunque pueden seguir hacia Chile, unos 50
kilómetros más adelante, a través del paso de Pircas Negras, habilitado
temporariamente.
La Laguna Brava es un sitio RAMSAR, es decir un humedal de
importancia internacional para las aves acuáticas del altiplano; y a la vez una
reserva natural de vicuñas y flamencos
de 50 kilómetros cuadrados de superficie. Está a 4.320 metros de altura
y mide 17 kilómetros de largo por 3 kilómetros de ancho.
Pero básicamente este extraño espejo de agua salina y ácida,
poco profunda, con géiseres, poblada de estilizados flamencos blancos y rosados
de setiembre a marzo, es el centro de la fiesta. Una fiesta para la mirada, se
mire en el sentido que se mire. La laguna está rodeada por cerros que aparentan
haber sido alfombrados combinando una paleta de colores, desde el rosa al ocre,
pasando por grises, verdes, azules, rojos y manchones de blanco y negro, como
tirados desde las cimas desde inmensos tinteros.
Hacia el oeste, por detrás, despuntan montañas más oscuras,
nevadas, que se encuentran entre las más altos del mundo allí donde Argentina
limita con Chile por La Rioja.
Se trata, en la mayoría de los casos, de los volcanes
inactivos Pissis (6.795 metros de altura); Bonete Chico (6.759 metros); Bonete
Grande (5.943 metros. Sí, es más bajo, pero su pico más voluminoso); y Veladero
(6.463 metros), entre los más altos.
Llegar a la Laguna Brava, ascendiendo hasta sus más de 4.300
metros de altura, es una aventura de unas 7 horas en total – entre ida y vuelta
- que debe hacerse acompañado por baqueanos guías que, organizados en una
cooperativa de pobladores de la localidad de Vinchina, nos aseguran asistencia,
comunicación y buena calidad de información, coordinando caravanas de vehículos
4x4 y automóviles comunes. La Cooperativa Laguna Brava (tiene Facebook) se
formó luego de que en 2008 una pareja de turistas rosarinos perdiera la vida en
la zona, atrapados por el azote del viento blanco. Sólo parte del camino está
pavimentado y hay otros tramos en obra.
Vinchina es una localidad que se desarrolla a lo largo de
una calle de 7 kilómetros que coincide con el trazado de la ruta nacional 76 en
sentido norte, siempre en el valle del Bermejo, y desde allí, doblando al
oeste, se inicia el ascenso desde los casi 1.500 metros de altura sobre el
nivel del mar a lo largo de unos 90 kilómetros. Dista 335 kilómetros desde la
capital riojana y 66 kilómetros desde Villa Unión, adonde cruza la ruta
nacional 40.
Portando un equipo de comunicación por auto, el guía nos lleva
hacia el ingreso a la oblicua Quebrada de La Troya, una belleza natural en sí
misma que es producto de la presión de los plegamientos que originaron la
cordillera. Arena endurecida que adopta formas caprichosas, como bolas y finas
láminas que cuelgan de los techos y paredes de cuevas, todo fruto de miles de
años de erosión.
Quebrada de la Troya |
Se sigue por un valle donde están los últimos pueblos que
existen hasta el límite, Bajo y Alto Jagué; de nuevo el ascenso por la Quebrada del Peñón
hasta llegar a la de Santo Domingo, ya
en la cordillera, en cuyo centro está la Laguna Brava.
En el camino hay varias paradas para ver de cerca restos y
características naturales y culturales de la zona. Se encuentran en pie también
refugios construidos en piedra durante las presidencias de Bartolomé Mitre y
Domingo Faustino Sarmiento, literalmente vitales para quienes transitan la
cordillera desde años inmemoriales, cuando se intercambiaban arreos con Chile.
No es fácil el ascenso y el cuerpo responde como puede. Más
ambientación previa, mejor. Más alimentación frugal antes y durante, mejor.
Mucha hidratación. Algunas pasas de uva, chicles, masticables, galletas secas,
mejor. La falta de oxígeno en el aire se hace sentir, sobre todo entre las
personas acostumbradas a vivir al nivel del mar. Lo aconsejable es caminar
despacio, como en la luna. Y mirar, llenarse de magia.
María Rosa Di Santo
Fotos: Arturo Ortíz Sosa
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