LEGALIDAD Y LEGITIMIDAD, VERDAD Y VEROSIMILITUD
Por María Rosa Di Santo
¿Pueden conciliar sus formas de
trabajo la prensa y la justicia?
Cualquiera sea la respuesta, no
puede más que partir de la ‘necesidad’ de la relación.
La justicia es uno de los tres
poderes del Estado, junto al Ejecutivo y al Legislativo, y como tal está sujeto
a las reglas fundamentales del Sistema Republicano. Una de ellas es la
publicidad de los actos de gobierno (art. 3 del Pacto de San José de Costa Rica
y sus correlativos constitucionales), como apuntaba ayer el Dr. Miguel Rodriguez Villafañe, en su conferencia.
La justicia no está por encima
del resto de los gobernantes y los jueces no son más que los gobernados.
Cumplen una función clave, específica, principalísima para la vida de todos,
pero son tan humanos como el resto. Esto que decimos de los jueces también hace
falta decirlo de los periodistas.
Es, entonces, una relación
necesaria, pero sumamente compleja básicamente porque prensa y justicia responden
a dos lógicas y dos tiempos distintos. Se podrán dar muchos argumentos sobre
esto, pero podría ayudar la siguiente distinción: mientras la justicia ‘se
para’ en la legalidad, la prensa lo hace desde la visibilidad pública. Y justamente
el Poder Judicial es el menos visible de
los poderes, fruto de una antiquísima tradición que se podría sintetizar
en esta máxima (para algunos integrantes
del Poder Judicial aún hoy, un dogma): ‘los jueces sólo hablan a través de sus
sentencias’.
Lo cotidiano es que entre la
ocurrencia de un hecho (la comisión de un delito) y la sentencia, la justicia
requiera de tiempos muy largos. Años, normalmente. La gente conoce el hecho
inmediatamente, se conmueve ante él (sobre todo si son delitos penales) y
luego, siguiendo la lógica judicial, hay un extenso vacío informativo hasta
llegar a la sentencia. En términos literarios sería algo así como que te
cuenten el conflicto y dejar el final abierto, en la incertidumbre, hasta tanto
se conozca la sentencia. Pero como la gente tiende naturalmente a llenar los
vacíos informativos con lo que tenga a mano, los largos silencios judiciales
mientras se desarrolla la investigación en búsqueda de la justicia dan pasto a
las versiones, desde las más simples hasta las más delirantes. Algunas de tales
versiones iniciales suelen cobrar más cuerpo, hacerse creíbles, y son las que
frecuentemente dan lugar a lo que se llama la ‘condena social’. Hemos vistos
condenas sociales en casos muy conocidos, como el asesinato de María Soledad
Morales o la desaparición de María de los Angeles Verón.
Cuando el demorado fallo se da a
conocer, la gente lo compara con la versión que había logrado consenso y cuanto
más se distancia uno de otra, el Poder Judicial más se deslegitima. Porque la
condena social se fue transformando en una creencia y al razonamiento judicial
le cuesta mucho contraponerle una versión que la discuta. Eso suponiendo
siempre que la justicia no se equivoque o no actúe de mala fe, que también pasa
(porque los fiscales y jueces son humanos; porque en el ejercicio profesional
no siempre son tan eficaces o porque hay en juego intereses inconfesables que
tiñen la búsqueda de la verdad jurídica). En La Rioja aún recordamos al ex juez Walter Sinesio Moreno, aquel magistrado de Villa Unión que resultó ser el responsable de
asesinar a un empresario por dinero.
Este complejo problema fue
abordado en la jornada que organizó Fopea y La Gaceta en Tucumán el pasado 10 de octubre,
en un encuentro de periodistas de toda la región, jueces, fiscales e
integrantes de los equipos de prensa de los poderes judiciales
jurisdiccionales que tuvo lugar en una de las aulas de la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de Tucumán.
La palabra que, a nuestro juicio,
fue clave en la relación prensa y justicia fue legitimidad y la trajo a
colación una especialista cordobesa de fuste, Carolina Granja. Si la justicia
ha buscado tradicionalmente sostenerse en la legalidad, hoy tiene que pensar en
la legitimidad. Y aquí se enfrenta con otro problema: la legitimidad se
construye a través de la mirada del otro, en este caso sería toda la sociedad
civil. Es decir, legitimarnos no depende de lo que pensemos de nosotros mismos,
sino de lo que piensen de nosotros y de lo que nosotros continuamente hacemos y
mostramos que hacemos para ser evaluados. Esto es lo que Pierre Bourdieu llama
el ‘capital simbólico’, un plus que surge del reconocimiento y el prestigio que
sólo nos da el otro. Y que es básicamente lábil. Una persona puede pasarse la
vida intentando construir prestigio y perderlo en un segundo, para no
recuperarlo más en el peor de los casos.
Entre prensa y justicia hay dos
verdades en juego. Si la justicia procura alcanzar la verdad ‘real’, lo que
realmente ocurrió, la prensa contribuye a construir una ‘apariencia de verdad’,
lo que llamamos verosimilitud, aún cuando también tenga que esforzarse en acercarse a la verdad.
Generalmente a la gente no le
importa si algo se ha probado, si hay certeza. Si se convence de que algo es de
una determinada manera, creerá en ello aunque ese convencimiento no sea el
fruto de un procesos sistemático de investigación. Pasa casi todos los días. Pasó ante la
denuncia de abuso contra un profesional de la salud en La Rioja hace pocos
días. Pasó cuando un medio denunció que un guardia de la policía riojana tuvo
un altercado a los tiros con el hijo del gobernador. Pasa cuando un ministro de
economía nos garantiza que si depositamos dólares, cobraremos dólares. Y pasa también en el cotidiano, por fuera de los medios de comunicación. ¿Cuántas veces damos crédito a un rumor que resulta ser falso?
Ahora bien, la versión que gana
consenso y se transforma en creencia no ocurre en el vacío, porque las personas
seamos simplemente caprichosas. Creemos porque el relato es creíble, tiene
apariencia de verdad. Y eso es suficiente. Y lo que lo hace creíble es la
historia, el contexto, la cantidad de casos y relatos mentirosos que ya nos han
dicho, la costumbre de bastardear la palabra, el desinterés por la confianza en
el otro; la constatación de que sólo caen ‘los perejiles’ y de que hay
impunidad para un sector de privilegiados.
Una estrategia inteligente de la
justicia para intentar legitimarse sería
entablar relaciones de confianza con aquellos periodistas que la merezcan (es
decir, entre otras cosas con aquellos periodistas que no están dispuestos a
obstaculizar una investigación con tal de dar una primicia, por ejemplo),
permitiéndoles seguir el proceso judicial, entre el hecho y la sentencia. Se
trata de quebrar el hermetismo, sin arriesgar el trabajo específico. Le toca al
periodista valorar qué, quién y hasta dónde se puede decir, que tampoco es
fácil. Porque entre los periodistas también se juegan intereses inconfesables;
fallas graves de formación y amplios márgenes de error.
En definitiva, la construcción de
esta relación “necesaria y compleja” debería partir del diálogo entre dos
lógicas, dos maneras de hacer, dos historias diferentes, pero también de una
cuestión básica: ambas trabajan por y para la gente, y deben hacerlo lo mejor
posible. Por lo que vimos y escuchamos en la jornada, por lo que experimentamos
desde el lado del ejercicio profesional del periodismo, el punto de partida
debería ser este: pensar. Y para ‘pensar con el otro’ el primer desafío es
superar el umbral del sentido común. Y hay demasiado sentido común dando
vueltas.
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