Por María Rosa Di Santo
Para Fondo Nacional de
las Artes – Becas Creación 2019
Febrero 2021
El presente ensayo fue realizado durante la pandemia de coronavirus a partir de una beca a la creación que me fuera otorgada por el Fondo Nacional de las Artes en 2019 en Letras, no ficción, para el proyecto 'Rasgos
patriarcales que se conservan a lo largo del último siglo en La Rioja como
parte del sentido común'. En este proceso, además de acceder a una formación en la problemática de género de la que carecía, pude hacer una relectura en una clave diferente de entrevistas en profundidad realizadas en los años 90 para una investigación sobre consumos culturales en la ciudad de La Rioja que, dirigida por mi maestro Roberto von Sprecher, formó parte de nuestro aporte a la investigación desde la Universidad Nacional de La Rioja y el programa de incentivos a docentes investigadores, de alcance nacional. Aquellos entrevistados originales fueron 6 personas que en los 90 tenían entre 60 y 80 años, para que desde su propia memoria nos permitieran reconstruir la ciudad de su niñez y juventud. Fragmentos que consideramos muy significativos en términos de género de aquellos testimonios fueron entregados para su lectura y análisis a 5 jóvenes mujeres de entre 20 y 30 años de La Rioja y así, de alguna manera, pudimos entablar un diálogo entre generaciones tan diversas. Quiero agradecer al FNA, a aquellos entrevistados 'viejos' (tanto como yo ahora), a las jóvenes que hicieron su aporte en 2020,a todos quienes me indicaron, orientaron y acercaron bibliografía, y a mi amiga Liz Vidal, con quien nos mantenemos mutuamente atentas a nuestras ideas e iniciativas. Ojalá lo disfruten, tanto como yo.
----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
“La laboriosidad de Ursula andaba a la par con la de su marido. Activa,
menuda, severa, aquella mujer de nervios inquebrantables, a quien en ningún
momento de su vida se la escuchó cantar, parecía estar en todas partes desde el
amanecer hasta bien entrada la noche, siempre perseguida por el suave susurro
de sus pollerines de olán. Gracias a ella, los pisos de tierra golpeada, los
muros de barro sin encalar, los rústicos muebles de madera construidos por
ellos mismos estaban siempre limpios, y los viejos arcones donde se guardaba la
ropa exhalaban un tibio olor de albahaca” (15).
“En otra época, después de pasar todo el día haciendo animalitos de
caramelo, todavía le sobraba tiempo para ocuparse de los niños, para verles en
el blanco del ojo que estaban necesitando una pócima de aceite de ricino. En
cambio ahora, cuando no tenía nada que hacer y andaba con José Arcadio
acaballado en la cadera desde el amanecer hasta la noche, la mala clase del
tiempo le había obligado a dejar las cosas a medias…” (215/6)
Amaranta Ursula: “…Ni siquiera se permitió un día de
descanso al cabo del largo viaje. Se puso un gastado overol de lienzo que había
llevado el esposo con otras prendas de motorista, y emprendió una nueva
restauración de la casa. Desbandó las hormigas coloradas que ya se habían
apoderado del corredor, resucitó los rosales, arrancó la maleza de raíz, y
volvió a sembrar helechos, orégano y begonias en los tiestos del pasamanos. Se
puso al frente de una cuadrilla de carpinteros, cerrajeros y albañiles que
resanaron las grietas de los pisos, enquiciaron puertas y ventanas, renovaron
los muebles y blanquearon las paredes por dentro y por fuera, de modo que tres
meses después de su llegada se respiraba otra vez el aire de juventud y de
fiesta que hubo en los tiempos de la pianola” (327)
HACE CIEN AÑOS…
Una cuestión de sentido común
Desde Úrsula hasta casi
las últimas escenas de la vida de Amaranta Úrsula, la casa de los Buendía
respiró durante cien años merced al trabajo diario de las mujeres que Gabriel
García Márquez[i]
ubicó en el espacio de Macondo. Casi todas las mujeres Buendía dedicaron sus
vidas a sostener el grupo familiar y el propio pueblo, ante las aventuras, los
delirios, las epopeyas y veleidades de sus parejas. En esta actividad febril y cotidiana, tanto
daba la disposición para el sexo como la de criar hijos propios y ajenos que
sostuvieran el linaje – al menos hasta que finalmente apareció la “cola de
puerco” -; sostener la limpieza de todos los espacios; el cultivo de huertos y
flores; el control de las hormigas y cualquier otro insecto; la reparación y
adecuación de la casa a las variadas necesidades familiares a lo largo del
tiempo; el resguardo de los tesoros para las épocas de vacas flacas; la
atención de las necesidades que presentaran tanto los integrantes de la familia
como los amigos y viajeros que se alojaban en casa de los Buendía. Pero además
de asumir cuanta labor supone esta vida, estaba también la Úrsula que elaboraba
y vendía desde su cocina las golosinas de caramelo y la que salía de su casa
para verificar que la comunidad, el pueblo, siguiera su curso hacia el progreso
pese al diluvio, la peste, los pantanos, la guerra y hasta los levantamientos
obreros. En términos de Hanna Arendt, en la novela de García Márquez vemos a varias
mujeres asumiendo las tres actividades humanas fundamentales: la labor, el
trabajo, la acción[ii].Es
decir, atendían las necesidades básicas de la vida (labor); producían objetos
duraderos con materiales naturales (trabajo); y actuaban cada vez que alguna de
ellas, desde su individualidad y la pluralidad de seres con quienes convivían,
elegía – aún condicionada -, empezaba algo nuevo, tomaba la iniciativa y esa
actividad podía ser verbalizada, se convertía en relato, en historia. Es decir,
la acción hacía que la actividad de la mujer trascienda el ámbito privado para
construir la vida pública, lo común, desarrollando la única capacidad que
efectivamente, para Arendt, distingue lo humano del resto de los animales: ser
capaz de discurso, desarrollar la capacidad de abstracción del mundo concreto.
Como en grado superlativo logra hacer Melquíades en sus pergaminos y el propio
escritor colombiano en su novela.
Cien años… fue
publicada por primera vez en los años 60 y no habla de machismo ni hace
referencia al patriarcado de manera directa, aunque los conceptos están
desplegados ahí, hechos carne y huesos. Puro sentido común, en el sentido de la
máxima corporización de la dominación entre los hombres comunes, como supo
advertir Gramsci en sus Cuadernos…[iii].
Recordemos que, para el autor italiano, el sentido común es el segundo grado
cualitativo de la ideología, inmediatamente detrás de la filosofía. Y aparece cuando
la filosofía fue apropiada por la mayoría de la gente como la concepción
‘natural’ de la vida, basada en la fe en el grupo de pertenencia, en las normas
de conducta, las conductas, modos de pensar, la moralidad, las normas de acción
colectiva que devienen actividad práctica, y que en este sentido para mí es
asimilable al concepto de habitus bourdiano[iv]:
“Los condicionamientos
asociados a una clase particular de condiciones de existencia producen habitus,
sistemas de disposiciones duraderas y transferibles, estructuras estructuradas
predispuestas para funcionar como estructuras estructurantes, es decir, como
principios generadores y organizadores de prácticas y representaciones que
pueden estar objetivamente adaptadas a su fin sin suponer la búsqueda consciente
de fines y el dominio expreso de las operaciones necesarias para alcanzarlos,
objetivamente ‘reguladas’ y ‘regulares’ sin ser el producto de la obediencia a
reglas, y, a la vez que todo esto, colectivamente orquestadas sin ser producto
de la acción organizadora de un director de orquesta” (Bourdieu, 1991, 92).
Explica García Canclini[v],
a su vez, que “la acción ideológica más decisiva para constituir el poder
simbólico no se efectúa en la lucha por las ideas, en lo que puede hacerse
presente a la conciencia de los sujetos, sino en esas relaciones de sentido, no
conscientes, que se organizan en el habitus y sólo podemos conocer a través de
él. El habitus, generado por las estructuras objetivas, genera a su vez las
prácticas individuales, da a la conducta esquemas básicos de percepción,
pensamiento y acción. (…) …El habitus sistematiza el conjunto de las prácticas
de cada persona y cada grupo, garantiza su coherencia con el desarrollo social
más que cualquier condicionamiento ejercido por campañas publicitarias o
políticas. El habitus ‘programa’ el consumo de los individuos y las clases,
aquello que van a ‘sentir’ como necesario”.
El habitus es mi
historia hecha cuerpo, en el marco de la historia colectiva de una clase en el
espacio social general. Es la estructura interna, internalizada, que se
corresponde con la posición que se ocupa a lo largo del tiempo en el espacio
social general. Como tal, tiende a estructurar todas nuestras prácticas y por
eso es el principio no elegido de todas nuestras elecciones. El habitus opera
como el sentido común y ambos suelen derivar en violencia simbólica cuando los
dominados reconocen, legitiman y se someten a los esquemas “producto de la
dominación”[vi]
(Bourdieu, 2000, 14)
Cien años hay también
prácticamente entre la época que reconstruyen los testimonios de riojanas y
riojanos que entrevistamos en los años 90, que nos cuentan cómo eran sus vidas
desde niños a partir de la memoria. Y sus relatos están atravesados por el
sentido común en el que fueron formados, por el habitus que se manifiesta en
sus propias palabras, por una disciplina férrea que normalmente fijaban los
hombres - cuando estaban presentes, porque hay, como ahora, una constante de
padres ausentes por motivos diversos, como muertes, familias paralelas, paternidad
desconocida o no responsable, etc. – y que mucho después se sigue justificando
como ‘lo normal’ para esas épocas:
“¡…Yo me lo recuerdo tanto, tan patente a papá…! Usaba galera, bastón.
Yo sabía que tenía… ¿Cuando llegaba papá? Recibir el bastón y la galera y
colgarlos. No hablábamos ni una palabra mientras comía papá. Comíamos con él,
pero no hablábamos porque… no podíamos faltar el respeto. Papá estaba comiendo
y bueno, la mamá le servía la comida y estábamos ahí. Después, cuando se
terminaba de comer, si queríamos preguntarle algo a papá, sí; si no, no.
Después de su muerte mi hermano mayor asume el papel de padre y eso era
aceptado por mi madre. Si nos portábamos mal, ella nos decía ‘¡ya va a venir tu
hermano para que las arregle!’.”. (Sofía, nacida en los años 20)
“Mi vida se orienta a partir de ahí a sobresalir de alguna manera. Me
veía demasiado alta, flaca, fea. Desvalorización de mi parte física. Muy
notable, pues me criaba al lado de una hermana hermosa. Solía decir cuando alguien
me regalaba algo: ‘no, para la nena linda’…
Quise estudiar porque sí tenía muy metido adentro que como era fea,
tenía que ser inteligente y destacarme. Y así fui eximida en todo. Mi madre
jamás tuvo que decirme ‘estudiá’. Luego llegó el deseo de trabajar en teatro,
una forma de mostrarme y decir aquí estoy. Existo, estoy aquí y valgo. (…) Mi
madre era más formal y me decía ‘¿y así te querés casar?’ y yo: ‘No, yo no me
quiero casar. ¿Quién te ha dicho que yo me quiero casar? Si yo sé mis
limitaciones’. Y ahora yo veo y digo que me hubiera tenido que casar con una
persona que tenga mucho dinero, que me pueda pagar lo que yo no hubiera podido
hacer. No hubiera servido, no sé. (Marcela, tendría unos 90 años)
“Hasta que terminamos la secundaria salíamos a la calle, a la plaza.
Teníamos una negra que nos cuidaba a nosotros ¿no? pero no nos llamaba la
atención ni nos reprochaba ni nada. Nos cuidaba. Después de recibida hacíamos
más vida social, sí. Íbamos a bailes… (…) Nunca
salía una sola por un lado, otra por otro, jamás. Y empezamos a coquetear como
en todas las épocas, igual, porque ya en sexto grado, como en séptimo de ahora,
que a las chicas les guste tal muchachito; tal muchacho, tal chica ¿no?
Entonces era exactamente lo mismo. Nada más que en la época nuestra era un
pecado, por ejemplo, ponerse de novia en séptimo grado. Era un pecado. (con
picardía, como acercándose) Pero cometíamos ¡y teníamos una capacidad de
reserva increíble! ¡Nadie se daba cuenta! Pero lo cometíamos al pecado. Los de
ahora lo dicen, pero nosotros hacíamos lo mismo y no lo decíamos. Esa es la
diferencia, sí, porque tampoco eran noviazgos taaan platónicos…”(Turca, hoy
tendría unos 98 años)
“...El básquet era a la siesta mayormente porque después había que hacer
los mandados de la casa y la limpieza de la casa porque éramos seis hermanos,
cuatro varones y dos mujeres, y nos sabíamos turnar, porque hasta eso, mi viejo
nos daba ‘vos hacé esto, esto’ y así sabíamos de limpieza, del lavado de ropa,
de todo. Y ayudarla a mi madre en los quehaceres domésticos, por ejemplo el pan
que se hacía, el pan casero, en horno… Yo tendría 11,12 años. A los 16 empecé a
trabajar y yo le daba mi sueldo a mi padre… y él me daba… ¡un peso!. Pero mi
padre era muy estricto, así que hay un respeto… pero único, porque en esa época
nosotros… hasta siendo grande, yo era casado con Adriana, se pedía la bendición
cuando viajabas... Y hasta grande el padre podía darte una cachetada… ¡Yo ya
estaba casado!” (Hugo,
unos 90 años)
“No, las mujeres, en ese tiempo, hacían lo que decía... Y toda... todas,
en ese tiempo, todas las madres... muy buena, pero no tenía... El papá decide,
para cualquier cosa, era el padre. Todo. Tenía hasta cierto punto poder de
decisión las mujeres ¡No! ¡Ni en la mesa! Uno decía ‘mirá...’; ‘No, tengo yo la
palabra’. La madre, el padre… él no la dejaba hablar porque pensaba que siempre
la madre iba a hablar a favor de los hijos (se ríe). (…) No, no, mi madre no me... no estaba, ella
estaba más absorbida… la absorbían más
las hijas, las hijas. El viejo es el que tenía el sartén por el mango y el
que...”
(Florentino, casi 100 años)
“Sin restricciones familiares, en el sentido de prohibirme… Sabían, me
habían inculcado y yo me acuerdo perfectamente que lo asumí, cuáles eran los
momentos, un orden, la disciplina en todo caso. (…) El deber tenía que estar
hecho, la lección aprendida y sabía que a partir de ese momento era mi
libertad. (…) La costumbre generalizada de los hogares de antes, especialmente…
con responsabilidades que los mayores nos marcaban a todos y a cada uno de los
chicos. (…) Sí, una huertita, sí, sí,
sí. La abuela nos marcaba. Ella era… patriarcal. Llegaba, nos marcaba así, así
con el extremo de una escoba y bueno, entonces a ablandar la tierra, a hacer
los borditos y nos encargaba a cada uno: ‘vos te encargás… Esto va a ser
acelga, esto va a ser lechuga, esto va a ser zanahoria’, y cuando había que
hacer los almácigos, los hacíamos en cajones. Nos marcaba la abuela esa tarea a
cada uno ¿no? Entonces en la casa se desarrollaba una vida muy disciplinada…
(…) Mi padre no estaba, constituyó familia en Catamarca. (…) Íbamos al cine los
domingos, porque... ¿Por qué?, al matinée, porque a todos los.... la abuela, mi
mamá, ella disponía quién iba a ir y si nos daba en función de cómo pasó la semana. La figura central era la abuela, la abuela
Marta, y en casa todos, casi todos, le decíamos mamá y a mamá la llamábamos por
su nombre. (…) La abuela era analfabeta. No leía nada por cierto y tenía todos
los dejos y las características de un analfabeto… (se ríe) sabio, pero sabio…” (Luis, unos 90 años).
La mujer estaba en su
espacio: la casa, y allí, y en ausencia del varón, ‘reinaba’, distribuía las
labores, garantizaba cuanto podía el alimento y la satisfacción de las
necesidades básicas. El hombre era la autoridad, el dueño de la palabra, quien
disponía los presentes de sus hijos en función de los futuros esperados. Y en
esos contextos la violencia simbólica era una realidad cotidiana, entendida
como la violencia dulce que se ejerce con la complicidad del dominado, porque
desconoce los instrumentos de dominación, según explica Bourdieu[vii].
Cuando el dominado no es consciente de ese rol, la dominación es más fuerte,
aunque el dominante tampoco sea consciente de eso.
“Decir, como Marx, que ‘el pequeño burgués (y lo mismo vale para todas las
clases y fracciones de clase) no puede superar los límites de su cerebro’ es
decir, afirma Bourdieu en La Distinción, “que su pensamiento tiene los mismos
límites que su condición; que su condición de alguna manera le limita dos
veces, con los límites materiales que impone a su práctica y con los límites
que impone a su pensamiento, y por consiguiente a su práctica, y que le hacen
aceptar, e incluso amar, esos límites”[viii].
(241) Y en La Dominación Masculina (2000) dice que la “paradoja de la doxa”
es “que el orden establecido, con sus
relaciones de dominación, sus derechos y sus atropellos, sus privilegios y sus
injusticias, se perpetúe, en definitiva, con tanta facilidad, dejando a un lado
algunos incidentes históricos, y las condiciones de existencia más intolerables
puedan aparecer tan a menudo como aceptables por no decir naturales”. De allí que considere que la dominación
masculina es “el mejor ejemplo de aquella sumisión paradójica, consecuencia de
lo que llamo la violencia simbólica, violencia amortiguada, insensible, e
invisible para sus propias víctimas, que se ejerce esencialmente a través de
los caminos puramente simbólicos de la comunicación y del conocimiento o, más
exactamente, del desconocimiento, del reconocimiento o, en último término, del
sentimiento”. (5)
¿Y su mamá se opone a
que se case tan chica? “ No. Ella…
prácticamente… Yo siempre los embromo porque digo que me quisieron casar de
prepo (se ríe). Ella (se pone seria) es como que… como que ella ya piensa que
se va a ir y que quiere dejar acomodada…
Yo, cuando dijeron de casarse, bueno, yo no le daba un chico de
importancia, nada. Y bueno, pero como era menor tenía que ir ella a firmar si
no, no me podía casar. Fueron muy duros los primeros años de matrimonio. Muy
duros. Vivíamos con mi mamá. Nos quedamos con ellos un tiempo, hasta que él,
hombre más grande que yo, decía ‘no, no, esto no puede seguir así. Soy yo el
que te mando, no tu mamá’ porque yo obedecía más a mamá que a él, sí. Y nos
vamos a una piecita que nos alquilan, que vivíamos con lo justo ahí, sí. (…) En
el cuarenta y algo, me acuerdo que mi esposo me regaló una radio Phillips
grande, a batería, hermosa, porque me gustaba una novela que había a las tres de
la tarde y bueno, él me la compró ¡muy linda! Él tenía el taller en casa. Y me
hizo una ampliación de los parlantes, me llevó con un cable cerca de la cocina
y me puso un parlante ahí… Debe haber sido en el 48, la muerte de un papa, me
acuerdo, y que él me decía ‘ya van a dar el noticioso, escuchá bien’ ¿ve?”.
(Sofía)
“… Lo bueno en mi viejo, él hasta la ropa me pedía de Gath y Chavez.
Venían catálogos y él me decía ‘esto’. A todas las teníamos que vestir igual.
Pero él me hacía los pedidos. Venían unas hermosas encomiendas… Él elegía los
modelos para los chicos y para mí. Si él me crió a mí... Yo muchas cosas no
sabía, hija, y él me las fue enseñando… Él administraba el dinero… Y yo empecé
ya después de… mujer de 40 años, sí, 50 años pero porque él se iba de viaje y
me decía ‘estos 10 pesos tienen que durar tanto. O sacá la carne. O comprá
leche’ y así, pero siempre él estaba al frente de todo… También de la educación
de los hijos. Él los cascaba también, les daba penitencia. Yo no podía. Siempre
fui así. Sufrí mucho por eso”. (Sofía)
“Nunca hubo diálogo. Jamás. Mamá mandaba. Yo tenía mis amigas (…) Si yo
me ponía un vestido, a ella no le agradaba. Si yo me compraba unos zapatos taco
chato, tenían que ser tacos altos. O sea, permanentemente en discordia. Éramos
polos diferentes. Ella era la fuerte y según yo, yo era la débil. Nada de lo
que yo hacía lo aceptaba. Ella repetía constantemente ‘el matrimonio no sirve,
el hombre es maldito, el sexo es sucio, el amor entre un hombre y una mujer
está contaminado por el sexo’. Y así llegué a los 33 años siendo virgen…” (Marcela)
“Mi primera relación sentimental…
habré estado en primer año. Antes se pedía permiso para todo, pero lo
mío fue distinto. Fue distinto porque yo no pedí permiso a nadie… y bueno, y
habré empezado a salir en el primer año de la secundaria. Y no me dejaban, pero
¡no sabían! Así que después se hizo una guerra de locos cuando llegaron a saber
y bueno, y así continué, yo no sé… sin rebelarme, sin contestar, sin nada y me
casé en el 54, a los 27, 28 años. Y esperé porque era una guerra de espanto. No
querían que yo me case con esta persona. ¡Mi padre quería que nos casemos con
árabes…! ¡Era su raza! Y una de nosotras se casó con un árabe. Pero mamá no
opinaba, era muy sumisa. Después, cuando mi hijo tenía 7 años, me separé”. (Turca)
Aparte que él, por ejemplo, tenía la costumbre… capaz que mamá nos daba
una paliza cuando nos portábamos mal, pero él jamás nos tocó ni con un dedo,
pero sentíamos horror cuando hacíamos una cosa mal, porque se sentaba en la
mesa y nos empezaba con los cuentos de las mil y una noches, que cada uno trae
su moraleja, y elegía cada uno. Tenía una memoria privilegiada. Entonces este…
sentíamos horror de que nos hablara a nosotros, porque nos hablaba con amor y
nos hacía caer en el error que habíamos cometido. Sentíamos horror de que nos
hable así. Nos llamaba ‘querida, querido’ y siempre decía una frase: ‘dudo que
haya un padre que quiera a sus hijos más que yo’. Siempre decía así. Y nos
trataba como iguales, mujeres y varones”. (Turca)
“P: ¿Y Ud. cuándo empieza a salir, a tener más libertad?
H: ¿Libertad…?” (Hugo)
“No. En casa, no, porque como digo había mucho respeto. Y mi padre, como
digo, era medio tirano, era serio, como digo…, como dice Ud., teníamos temor…
(…) Yo lo único que siempre lamento es no haberme ido a Buenos Aires… Tenía una
posibilidad de jugar en Boca Juniors al básquet a los 18, era soltero todavía.
Me buscaron, me llevaron el pasaje a casa, todo, hice un curso acelerado porque
no tenía secundaria, tenía que tener secundario, hice el curso en la
universidad nocturna, que es ahí donde… y cuando tuve todo listo mi papá no me
dejó porque mi padre me decía ‘no, qué vas a ir a Buenos Aires si no tenés
conocidos, no tenés familiares, no tenés a nadie’. Entonces me dice ‘¿y si te
pasa algo?’ Entonces me tuve que quedar. Para mí fue una desilusión tan grande
porque había posibilidades de ser pagado, no de pagar”. (Hugo)
Patriarcado y machismo
Si algo está claro a
través de los fragmentos reproducidos es la evidencia de la existencia y
fortaleza del patriarcado y el machismo en La Rioja de hace un siglo. Sin
embargo, al emprender la búsqueda teórica constatamos que en particular el
patriarcado es un concepto complejo, puesto que es utilizado por muy diversos agentes
pero sin que se explicite en todos los casos su significado. Hay un consenso
respecto de que se trata de un sistema de dominación que opera desde las
estructuras externas al sujeto que se han convertido desde tiempos inmemoriales
en habitus y sus rasgos persisten, generación tras generación. Observemos
algunas pistas sobre lo que aún ocurría en la década del 90 en la vida y la
cabeza de nuestros entrevistados:
“Mi esposo era muy de los tangos, sí, sí. A mí no me gustaba la música,
nunca hice por bailar… No iba a los bailes. Nunca. Se hacían bailes en Riojano
y nada es eso… o por ejemplo en casa de las amigas, decíamos ‘vamos a hacer
esto, vamos a hacer esto otro’ pero bailar, no. A él le gustaba bailar. Y él
salía. Salía y se iba. Muy independiente. Pero yo no le hacía problemas. Yo me
hice mujer al lado de él, así… Yo no discutía. Después, en otras épocas, cuando
ya empecé a madurar, en una palabra, sí. Él salía siempre. Los hombres siempre
hacían así, sí. Muy galantes. Yo por ahí escucho que se hacen problemas ahora…”
(Sofía se ríe
mucho, con franqueza)
“No me molestó ser mujer para trabajar. En algún momento sí, estando en
Buenos Aires, me jodía porque yo podría haber tenido acceso a lugares mucho más
altos siendo hombre ¿me entendés? Pero estoy satisfecha porque en lo mío llegué
bien alto. Y está cambiando, pero a las minas les está costando un perú. Pero a
mí no me tocó lo que ahora las minas, que las encaran, que les proponen cosas,
no, no. A mí nunca me pasó. Y mirá que
yo tenía lomo. Una sola vez me pasó con el tipo que me había nombrado, que la
pasé muy mal, pero a mí se me abrían las puertas por lo que yo presentaba, por
lo que era, lo que hacía. Será que era muy formal, entonces eso me ayudó, pero
no me ayuda cuando me gusta alguien y quiero seducirlo. No vale. No me van las
maniobras de algunas mujeres”. (Marcela)
“…Yo pienso que antes éramos más… de acuerdo a lo que yo veo con mis
hijos, mis alumnos, con mis amistades jóvenes ¿no? ¡Que antes era una juventud
muy feliz! A pesar de que estábamos tan controlados por los padres ¿no? Pero
éramos unas personas felices, porque no tengo recuerdos tristes, recuerdos
malos con mi familia, ni yo ni mis 6 hermanos. No había esa confidencia que hay
ahora con los hijos ¿no? No, no la había, pero éramos felices. En comparación a
lo que yo veo ahora, que hay tantos chicos resentidos, ‘que no soy
comprendido’, me dicen, ‘que me controlan’. Todo eso hace desgraciada a la
juventud. Cuando nos recibimos, era el último día de
clase y era esa felicidad tan grande que teníamos… Cada uno tenía su
noviecito…no había tanta ¿cómo te puedo decir? La infidelidad que hay ahora
¡No! Estábamos seguras y éramos felices. El último día de clase sale el
profesor, quinto año, estaba yo y una amiga, y entonces bailamos el chárleston
y tal era… ¡Te podés imaginar una chica de 17 años, con otra… bailábamos el
chárleston en el escritorio del profesor! (lo cuenta con picardía, con alegría)
Y no nos sancionaron. Volvió el profesor y nos decía ‘tilingas’ y se reía…”
(Turca)
“A mí, a veces, en la época de
los militares, yo no he estado nunca de acuerdo con el proceso, pero había
disciplina, como en Chile. Nosotros hemos ido a Chile. En Chile hay esa
educación en la juventud. Va una persona grande y momentito, te dan el asiento.
Es una forma que ha formado Pinochet, pero acá no. Acá está todo tan jodido… y
yo vivo preocupado. Por eso digo. Nosotros no teníamos nada, pero ¿esta qué? Es
una juventud perdida, perdida. Trasnocha. Nosotros mismos tenemos jugadores en
el club, pero si los tipos se amanecen, están en la joda y nosotros no. Yo
mismo me concentraba. Y había un poco más de respeto, disciplina y no lo que
hay ahora. Después dicen que no tenemos ninguna medalla. Yo digo que tiene que
venir algo que cambie esto porque… ¿Por qué Cuba tiene tantas medallas de oro,
campeones olímpicos, todo? Bueno, Fidel Castro. Pero hay una disciplina…” (Hugo)
“‘No – dice mi nieto - yo no voy Tata. Yo no voy, la mami me pega’.; ‘Y
bueno, yo también si te portás mal’; ‘No, no me va a pegar Ud. Ud. es buenito,
Ud. me da moneda’. Porque yo siempre tengo moneda, un vuelto, el diariero, el
kiosquero, y viene. Ellos te van a la siesta ‘¿Qué, tiene monedita?’ La madre
de la María no quiere saber nada pero bueno, ‘tome’ y ái viene así con los
chocolates. Así unas barras de chocolate (las dimensiona con las manos) Y no
almuerzan, se ve que quedan con apetito, no almuerzan por ver televisión. Y las
madres que ya le pega a uno, que ya le pega al otro...” (Florentino)
“…Y en estos momentos, porque estamos pasando por una época... yo soy
hombre ¿no? pero el justicialismo en el gobierno carece de hombres de
envergadura y de conocimiento y a que se actualicen. (…) Y en el partido antes,
todos los días ibas al partido y había trescientas, cuatrocientas personas entre
mujeres y hombres. Resulta que ahora no va nadie y a las pobres mujeres las
tienen ahí para cebar mate”. (Florentino)
La crónica que acompaña
la entrevista dice: “La esposa de Luis
nos saludó al llegar pero se mantuvo siempre aparte, en la cocina. No pareció
enterarse cuando nos fuimos, pero vino a saludarnos a pedido del hijo”. A
lo largo del diálogo surge que prácticamente no hay consumos culturales
compartidos. Cada integrante de la pareja tiene su radio, si alguno ve TV o una
película el otro espera pero no se suma, no se comparten lecturas o salidas,
salvo hacer compras en el super. Cuenta que en la habitación compartida, donde
hay un TV, ocurre lo siguiente: “Miriam comprende como soy, cómo
no me va a conocer, pero yo soy muy respetuoso de lo que ella está haciendo,
viendo la televisión por ejemplo, entonces yo te agarro una revista, algo, soy
fanático de la revista Humor y entonces con una revista como esa estoy mientras
a ella le da sueño. Hasta que ella no deja de ver yo no molesto para nada. Cuando
ella sola hace tac, entonces sí suspendo y agarro el libro, así no me
desconcentro”.
(…) “En el caso de mi señora es
clásico ¿no? yo diría que cuasi universal, le gusta mucho la televisión porque
ve telenovelas y se pone... En cambio, por ejemplo, tiene un rechazo a los
noticieros ¿Por qué? Porque mientras dan noticias rosas le parece lindo, cuando
ya noticias escabrosas o un enfoque así, duro, ya no le gusta. Películas donde
hay crueldad tampoco le gusta ¿no? Le gusta la televisión rosa ¿no?”. Él ve películas con su hijo
varón porque “ella no tiene los gustos
nuestros. Escasamente, si es musical, se
prende ¿no? pero si no otro tipo de... Ella es muy sensible, muy sensible y no
le gustan aquellas cosas que hieran de tal manera su sensibilidad que la dejan
mal...” (Luis)
Dos cuestiones nos
resultaron hace 20 años muy llamativas. La primera tiene que ver con la forma
en que nuestros entrevistados tendían a justificar las diversas formas de
control y violencia que habían soportado de niños y jóvenes, muchas veces en lo
que ellos mismos hacían por entonces. La segunda, es que cuando evalúan el
presente de los 90, eran proclives a juzgar con dureza la desaparición de la
dominación en aquellos términos y hasta sienten nostalgia por ella aunque
ellos, como Hugo, Turca o Florentino, no estén dispuestos a asumir esas formas
de la dominación ni que tampoco lo hagan sus hijos. Y, finalmente, en el caso
de Luis, nos sorprendió la profundidad de su convencimiento respecto de que las
mujeres efectivamente son seres débiles a los que hay que ‘comprender’ y
‘tolerar’. Si bien es el testimonio más fuerte de los seis, este rasgo del
sentido común subyace en el discurso de Sofía y en el de Florentino, un hombre
interesado en que la mujer participe en política porque su criterio
fortalecería la posición de los propios varones (es paradigmático que en este
sentido recupere el papel que a su juicio cumplió Eva respecto del general
Perón, siempre ligando a la mujer con “la mano izquierda del Estado”, como dice
Bourdieu). El convencimiento acerca de la supuesta debilidad femenina actúa
incluso cuando se presenta como una incoherencia respecto de la experiencia
vivida por ellos mismos en su vínculo con otras mujeres, en el caso de Luis en
relación a su abuela, por ejemplo.
Esta justificación de la
dominación, que asume distintas características según los sujetos, pero que
está presente tanto en las mujeres como en los hombres cuando se remontan a sus
infancias, evidencia de primera mano cómo el dominado no tiene conciencia de
tal y, sin saberlo, se convierte en cómplice. Da la impresión de que a mayor
sutileza, esa complicidad con la violencia simbólica también es mayor.
Observemos lo que nos relata Turca. El primer párrafo refiere a su condición de
hija en su vínculo con su padre. En el segundo, a su condición de madre sola,
en su vínculo con el hijo varón:
“Fijate que nuestros padres habrán… no tenían una educación mediana
siquiera ¡pero tenían tal capacidad para hacernos entender sin prohibirte
terminantemente nada!, tal capacidad para hacernos que nosotros podamos asumir
sus gustos, sus pretensiones, lo que les agradaba, lo que no les agradaba, pero
sin estar diciendo ‘cuidado que vas a hacer tal cosa’. No. Nunca. No, porque
ellos comentaban, hacían como se llama actualmente la política de semilla ¿ve?
¿Qué es la política de semilla? Hacer un comentario disimulado entre ellos y te
daban a entender qué les agradaba y qué no les agradaba…”.
“Cuando mi hijo se fue a Buenos Aires a la facultad, muy jovencito,
tenía 16 años y a mí me preocupaba porque era chico y entonces yo busqué para
que conociera lo malo ¿no? Que sepa lo que es la prostitución, que sepa todo
ese tipo de peligros que hay y no tuve problemas jamás. Y le expliqué y lo
dejaba salir con otras personas más grandes para que pudiera conocer realmente
lo que es eso… En realidad, yo lo dejaba ir a bailes, pero yo sabía dónde iban
a ir. Y logré tanta comunicación que él volvía y me contaba todo… y me daba la
oportunidad para yo hablar y explicar”.
Y así venimos a
desembocar en el segundo concepto fuerte de este ensayo: el machismo, un
machismo directamente relacionado con el que asume el ejercicio del poder, que
puede ser de cualquier género, como vemos claramente en la Turca madre. Pues
bien, lo que Bourdieu postula es que “hay que hacer lo posible” para obligar a
quien sea - él habla del hombre concretamente en La Dominación Masculina (2000)
- a salirse de ese rol porque también tiene una base inconsciente, fruto de los
condicionamientos internalizados en el
tiempo, y “sufre” por ella. “sufre” por ella, por “esta especie de deber
de virilidad” que es el “machismo”. El autor francés retoma a Marx al decir que
“el dominante está dominado por su dominación”, mientras las mujeres “son el
producto de la dominación”. Lo que a mí me resulta más interesante, y se observa con
claridad en los relatos de vida de los entrevistados, es que efectivamente
ambos géneros están ligados a posiciones predeterminadas en función del sexo
biológico con el que nacen y en ambos casos los condicionamientos operan por
sobre su propia voluntad y conciencia de sí, si bien uno en posición dominante
y otra en posición dominada y aunque, como dijimos, las mujeres solas ejerzan
ese machismo. Para Bourdieu, apoyándose en Virginia Woolf, aunque los hombres
son víctimas de la propia lógica de dominación, ellos “son víctimas relativas” porque les toca
“el buen papel”.
Quiero detenerme en cómo
define Bourdieu al machismo en esta entrevista[ix]:
“deber de virilidad”(vir/honor). Y ese ‘deber’, ese mandato social respecto de
lo que se espera de él, lo ‘obliga’ – al menos tradicionalmente - a hacer la
guerra; a mostrar ‘fuerza sexual’ para desflorar a las mujeres – y aquí el sexo
como penetración, posesión, apropiación -
e impulsar la procreación de la especie prácticamente en términos de
capital, de patrimonio, como se muestra en El
cuento de la criada de Margaret Atwood, en la que la mujer que es
esclavizada por su vientre pasa a ser identificada como el jefe de la familia;
a trabajar o mostrar que trabaja más y sobre todo que gana más; a asumir los
trabajos más expuestos y también los que requieren más fortaleza física; a
reaccionar en defensa de los suyos; a ocupar un lugar en el espacio público -
para lo cual la mujer y la prole suelen y son llamados a cumplir una función
importante desde el ámbito privado porque son ‘la familia de…’ – todo lo cual
ocurre como un mandato firme cuyo no cumplimiento debilita la figura masculina,
lo ‘afemina’. Aún se puede escuchar en La Rioja a un padre mofándose de su hijo
de 8 años por no querer hacer algo supuestamente propio de lo masculino:
“maricón, sos boludo como tu madre”.
Claro que los cambios
macrosociales en el mercado laboral, en el campo educativo, en los sistemas y
métodos de producción, entre otros, han achicado los puestos de trabajo
tradicionalmente masculinos – como los que proveía la industria o el campo –
por su tecnificación, a la par que han abierto otras puertas al trabajo femenino,
en general peor pago. No son menores los cambios en torno a la salud
reproductiva, la planificación familiar y el empoderamiento de las mujeres para
pensarse como seres gestantes por propia voluntad, con capacidad de decisión
respecto de sus cuerpos. Estos cambios que sobre todo en las últimas décadas
han operado en prácticamente todas las dimensiones de la vida, y que son independientes de la voluntad o el ‘saber
hacer’ dé cada hombre, a mi criterio le estarían provocando un “desajuste”
(1988, 142). Bourdieu llama histéresis a este desajuste que supone persistir en
habitus que responden a situaciones de los campos que ya no existen. Dice
Bourdieu en La Distinción (1988) que el efecto de histéresis de los
habitus ocurre cuando se pretende “aplicar al nuevo estado del mercado”/campo
(…) unas categorías de percepción y apreciación que corresponden a un estado
anterior” de ese campo ( 140). Y tal vez ese desajuste que saca al hombre de su
posibilidad concreta de cumplir con el tradicional ‘deber de virilidad’ sin
ofrecerle un camino alternativo, podría relacionarse de alguna manera con un
machismo que actualmente termina definiéndose por la violencia en todas sus
formas, y por lo tanto el daño hacia lo femenino, pero singularmente por esta
escalada de violencia física contra las mujeres y la necesidad incluso de
tipificar un delito específico, como el femicidio o el abuso sexual cometido en
grupo, ‘en manada’.
Decía Rita Segato a La
Voz del Interior en 2017[x]
que “Lo que llamo mandato de masculinidad, es el mandato de tener que
demostrarse hombre y no poder hacerlo por no tener los medios. El paquete de
potencias que les permite mostrarse viriles ante la sociedad lleva a la
desesperación a los hombres, que son victimizados por ese mandato y por la
situación de falta absoluta de poder y de autoridad a que los somete la golpiza
económica que están sufriendo, una golpiza de no poder ser por no poder tener.
¿En dónde se restaura la potencia? En
la violencia contra las mujeres. Es un problema de toda la sociedad, no sólo de
las mujeres. No hay espacios donde se pueda pensar cómo se podría restaurar de
otra manera la autoridad, la potencia, la moralidad, la soberanía de las
personas –muy fundamentalmente la de los hombres– frente a la golpiza
económica. La situación es tan inestable, tan azarosa, que hay que ser alguien
con gran riqueza, con grandes medios para no percibir esa precariedad de la existencia.
Y la precariedad de la existencia lleva a la violencia”.
La psicoanalista María
Cristina Oleaga dijo en 2019[xi]
que “el machismo es un encierro para todos los géneros. Conocemos mejor lo que
implica para las mujeres. Para los hombres, priman mandatos de excluir rasgos
considerados feminizantes. Se fomenta un ejercicio del poder y la potencia que
contrasta hoy con la fragilización a que son sometidos por regímenes que los
dejan a la intemperie, sin trabajo, sin poder sostener el hogar, uno de los rasgos
privilegiados de esa masculinidad hegemónica. (…) El machismo (…) sería un modo
privilegiado de ser acorde a la cultura del capital”
¿Y qué ocurre entonces con el concepto de patriarcado?
Dice Fontenla[xii]
que “en su sentido literal significa gobierno de los padres. Históricamente el
término ha sido utilizado para designar un tipo de organización social en el
que la autoridad la ejerce el varón jefe de familia, dueño del patrimonio, del
que formaban parte los hijos, la esposa, los esclavos y los bienes. La familia
es, claro está, una de las instituciones básicas de este orden social”. Y
agrega:
“En términos generales
el patriarcado puede definirse como un sistema de relaciones sociales sexo–políticas
basadas en diferentes instituciones públicas y privadas y en la solidaridad
interclases e intragénero instaurado por los varones, quienes como grupo social
y en forma individual y colectiva, oprimen a las mujeres también en forma
individual y colectiva y se apropian de su fuerza productiva y reproductiva, de
sus cuerpos y sus productos, ya sea con medios pacíficos o mediante el uso de
la violencia”.
Desde el punto de vista
temporal y en la dimensión ideológico política de lo macro, hay varias
organizaciones feministas que asimilan hoy el patriarcado al capitalismo. Sin
embargo, el patriarcado es previo. Existía en Grecia y Roma antiguas, existía
en el feudalismo de la Edad Media, existió más allá de las revoluciones
liberales de la era Moderna y de las revoluciones socialistas. El comunismo
también es patriarcal. Los revolucionarios de América Latina lo fueron. La
pregunta que se hace Bourdieu y de la que me apropio es: ¿cuáles son las
invariantes históricas que han hecho y siguen haciendo hasta hoy que un
supuesto ‘orden natural de las cosas’ opere sobre cada familia, cada
institución, el mundo social y desde los cuerpos mismos para que la disposición
aceptada sea distinguir de base entre lo femenino y lo masculino, la mujer y el
hombre y todas las características /propiedades que les vienen asociadas?
¿Cuáles son esas invariantes que a lo largo de la historia han logrado imponer
un orden de cosas tan naturalizado, tan acríticamente aceptado, que ni siquiera
requiere de una argumentación que la legitime? Como él mismo lo plantea en el
2000, retomando investigaciones previas: “El orden social funciona como una
inmensa máquina simbólica que tiende a ratificar la dominación masculina en la
que se apoya: es la división sexual del trabajo, distribución muy estricta de
las actividades asignadas a cada uno de los dos sexos, de su espacio, su
momento, sus instrumentos; es la estructura del espacio, con la oposición entre
el lugar de reunión o el mercado, reservados a los hombres, y la casa,
reservada a las mujeres, o, en el interior de ésta, entre la parte masculina,
como del hogar, y la parte femenina, como el establo, el agua y los vegetales;
es la estructura del tiempo, jornada, año agrario, o ciclo de vida, con los
momentos de ruptura, masculinos, y los largos períodos de gestación,
femeninos”. (2000, 12)
La antropóloga Rita
Segato decía en mayo de 2018, en la reunión anual del Grupo Permanente de
Trabajo sobre Alternativas al Desarrollo en Ecuador[xiii]
que “el patriarcado es funcional al capital, lo fortalece. Es la forma fundante
de todas las desigualdades. Históricamente parece haber sido la primera forma
de apropiación de valor”.
Sin embargo, no se
inició con el capitalismo dice ella misma: “Empezó con la aparición de la misma
especie” y de eso nos hablan los mitos de origen en diversos pueblos, como el
mito adánico, que habla de una insubordinación por parte de la mujer, la
comisión de una acción que merece ser castigada por el hombre. Y agrega un
elemento fundamental: si la subordinación de la mujer necesita siempre una
narrativa, un mito, “no es natural”. Y esas narrativas se reproducen en
nuestros cotidianos aún hoy, en nuestra subjetivación, en nuestras casas,
cuando las mujeres nos planteamos si pasaremos el “examen moral del ojo
público” (2018).
Segato advierte que en
algún momento se pensó que “deshacer el patriarcado sería inocuo” para las
estructuras de acumulación/concentración del capital, pero no ocurrió así. Y
afirma: “Ningún patriarcón hará una revolución” porque así como nuestras
independencias no pudieron romper la colonialidad al no romper la esclavitud, “no
es posible hacer una revolución sin abolir el patriarcado”, y esto es válido analizando
tanto las revoluciones liberales del siglo XVIII y XIX como las revoluciones
socialistas del siglo XX. Para la antropóloga, la revolución profunda que
implique un quiebre del patriarcado no tiene que ver con quién toma el poder
político, a nivel del Estado, porque esa “toma del Estado inevitablemente tiene
la impronta patriarcal” (2018).
Hoy el patriarcado
capitalista continúa los procesos de “colonialidad del poder, más que eso
conquistualidad del poder, como un proceso en curso sobre los territorios y los
cuerpos. Es la rapiña, como fue hecha la conquista” española. Y lo hace a
través de “una especie de gran feudalización” que ya no es un “mundo de
desiguales, sino de dueños. El patriarcado se basa en dueños (…), en señores,
en sujetos con más prestigio y autoridad“, frente a los cuales “las luchas hoy
son más pulverizadas, más locales” y comunitarias. (Segato, 2018)
En función de mis
lecturas y a los efectos del presente ensayo, voy a entender por patriarcado a un sistema de dominación
basado en una objetividad biológica – la diferencia entre los sexos -,
constantemente reproducido mediante su legitimación por parte de las instituciones tradicionales
(Estado, mercado, iglesias, concepto de familia, escuela, etc.) y cristalizado
por su integración a las subjetividades,
que tiende a sostenerse como el único orden posible de las cosas tanto a
nivel material como simbólico, para seguir posibilitando la concentración y
expansión del capital en beneficio de unos pocos.
Algunos rasgos patriarcales y machistas
Dicho esto, y a fin de
observar en qué medida el patriarcado y el machismo que existían hace un siglo
en La Rioja, y probablemente en toda América Latina, tienen aún vigencia al
iniciarse el siglo XXI, identificaré algunos rasgos que me han parecido
sobresalientes y sin que agoten la problemática:
-El patriarcado se
caracteriza por dos elementos: la dominación masculina y la heterosexualidad
obligatoria en términos de ‘normalidad’;
-Las sexualidades están
normadas, tienden a suprimir el deseo y a enajenar la autonomía individual. A
nivel de cada individuo se construyen como identidades de género y poseen un
altísimo peso simbólico, hasta el nivel del estigma para todo aquello que se
sospecha fuera de la norma.
- El poder, la decisión,
la fijación de reglas son o se hacen en nombre del predominio masculino, sin
que ello se perciba como tal. Tal es su nivel de legitimación colectiva que ni siquiera
requiere de argumentos para sostenerse.
-En el campo del trabajo
remunerado, las mujeres se ubican en posiciones relativas desfavorables en
términos de precarización, falta de reconocimiento, informalidad, son las primeras
víctimas del desempleo y menor remuneración a igual trabajo. Son excepcionales
los casos de mujeres en posiciones jerárquicas.
- La familia patriarcal ubica
al hombre proveedor junto a la mujer que procrea y cuida sin reconocimiento
económico por su trabajo.
- A escala, desde lo
macro a lo micro, el patriarcado opera como un orden verticalista y jerárquico
que se traduce en prácticas cotidianas de obediencia acrítica para sostener una
cierta armonía. En nombre del valor mayor de la paz familiar, grupal, social,
se espera sumisión.
-Entendiendo a la
violencia como todo aquello que produce algún tipo de daño (físico,
psicológico, simbólico, etc.), hay una tendencia a justificar y/o reivindicar
su uso tanto en la esfera privada como en la pública, aun sabiendo que actualmente
no es el discurso ‘políticamente correcto’. Esa violencia se ejerce sobre lo
femenino y todo lo que un machista puede entender por tal, es decir también
sobre las prácticas ‘femeninas’ de los propios hombres.
-Lo femenino está
subvalorado en relación a lo masculino; se entiende como sinónimo de lo material,
lo menor, lo minoritario, lo que se desarrolla en el espacio íntimo del hogar,
lo que llevado al ámbito público requiere de guía o acompañamiento masculino.
CIEN AÑOS DESPUÉS…
¿Cuánto de estos rasgos
están presentes en nuestra cultura ahora, todavía? Y más interesante aun
¿cuánto de estos rasgos podemos identificar en la vida cotidiana, sin que se
nos pasen como parte de esa supuesta ‘normalidad’ que disimula el patriarcado
como sistema de dominación?
Consultando a jóvenes
mujeres nacidas en y fuera de La Rioja pero que viven aquí, tuvimos una primera
constatación: mientras las jóvenes de la generación de 20 años muestran una
agudeza singular para detectar y analizar la problemática – amén de que de
hecho le dedicaron más tiempo a
responder a nuestro requerimiento - aquellas que tienen más de 30 años
presentan dificultades para abocarse a la misma tarea en ambos sentidos. Es
posible también que las de mayor edad estuvieran más ocupadas (trabajo, casa,
hijos), porque hubo dos que directamente no participaron de nuestra consulta,
pero no puedo descartar que el tema no les haya resultado atractivo. Respecto
entonces a esta diferencia generacional – que no fue prevista por mí al pensar
esta muestra - se me ocurre que tal vez el cambio a nivel simbólico ha sido mucho más
marcado en las últimas dos décadas y no logró permear con la misma profundidad a
la generación nacida en los años 80. Vemos una densidad mayor en materia
conceptual y en una más amplia capacidad de observación entre las mujeres más
jóvenes, que no puede deberse al nivel de formación alcanzado porque todas son
egresadas o estudiantes avanzadas del nivel superior.
Por ejemplo Andrea (36)
dice acerca de Sofía: “Pobre mujer. No
tuvo vida propia. Tenía naturalizado el hecho de que otro le tenía que manejar
la vida y decidir por ella. Me da la sensación que no disfrutaba de nada, que
se hizo híbrida”, mientras que Aldana (26) opina: “el caso de Sofía es el más obediente o funcional, muy vigente en
algunas mujeres jóvenes que deciden sostener una vida sin rezongar o cuestionar
ciertos patrones propios o del contexto”. Es interesante ver, en la
comparación, cómo la primera directamente descarta que Sofía haya tenido
posibilidades de decidir por ella y en cambio, con diez años menos, la segunda
habla de una decisión tomada por Sofía en tal sentido, el de obedecer, lo que
implícitamente supone que podría haber tenido alguna otra opción.
Observemos ahora qué
dicen nuestras jóvenes en 2020 sobre la supuesta vigencia de rasgos
patriarcales y machistas de hace un siglo en nuestro cotidiano.
Que se dice y qué se calla en la ‘normalidad’ riojana
Quiero enfatizar en
principio que para mí la ‘normalidad riojana’ sigue siendo la misma, si bien
hay una mayor conciencia y sobre todo entre los varones, de que lo
‘políticamente correcto’ es admitir el discurso de la diversidad de géneros. Creo
que la dominación masculina persiste, tanto corporizada en varones como mujeres,
y pese a que intergeneracionalmente hay temas de intercambio y conversación
familiar que hace un siglo no existían, es decir que se habla de género, se
habla de las características por género, más allá de que los discursos se
corporicen en actitudes o acciones diversas.
Es posible que esto lleve
a decir a Aldana (26) después de leer todos los fragmentos que “Estoy sorprendida, porque pensé leer más
patriarcado que el que encontré, ja ja ¡Es como el club de las excepciones!”
y luego agregar, a partir de su propia experiencia: “Las
palabras pueden ser muy tramposas para los varones riojanos y siento que mucho
de lo que puedan llegar a decir va a escapar un poco del discurso de violencia
u odio hacia los cuerpos feminizados, pero es la práctica de esos varones la
que da cuenta de su corrimiento o no de las prácticas patriarcales. Pueden ser
herederos de recetas de la abuela y tener una esposa muy activa, pero en la
omisión, el acoso callejero, el comentario sobre el cuerpo de una mujer de la
familia, o el ‘hacete hombre’, se cuela y les resiente el cuerpo. Siento que
los varones riojanos pueden ser aliados por discurso, pueden ser políticamente
correctos ahí, pero en lo más fino, sigue latiendo el patriarcado”.
En referencia a Luis,
uno de los varones que testimoniaron, Andrea (36) considera que se trata “evidentemente (de) una persona vigentemente
reprimida. ¿Habrá sido gay? Porque marca mucho esto de las nenas con las nenas
y los nenes a jugar a la pelota. Criado por mujeres, haciéndole fuerza para que
se convenza que es hombrecito. Quizá me fui a la mierda jajaja. Pero es lo que
imagino cuando lo leo”.
Florencia (25)
aborda como vigente la caracterización
por género en el marco de esa heterosexualidad obligatoria: “hoy, sí, también puedo decir que en ese
sentido también hay cierta tendencia a
reprimir esa parte de la mujer como sujeto deseante, como mujer, y no solamente
como un objeto de deseo, creo que todavía hay algo de eso implícito y nuestra
generación todavía está criada con esos presupuestos, tal vez no usan los mismos
métodos, no usan las misma palabras, pero el principio es el mismo y creo que
es algo que merece ser sacado a la luz porque justamente las injusticias a
partir de los roles de género se dan por esto, porque se supone que los géneros
tienen ciertas características que en realidad son ficticias”.
Paulina (25) hace
observaciones muy agudas sobre la vigencia de la dominación masculina en
sectores como la política o el trabajo: “…qué
fuerte que ella (Marcela) lo marcara a esto de que como hombre vos podías
llegar a más, podías aspirar a más y eso es fuerte y al mismo tiempo algo que
sigue vigente en muchos discursos y quizás en algunos ámbitos más fuertes que
en otros. Es más, como todo lo que hace el capitalismo en este sentido, es como
adueñarse de ciertas, como tomar ciertas cuestiones que se están
problematizando y sumarlas al mercado desde la publicidad, no?, entonces desde
el discurso del ‘miren qué inclusive que somos’ se adoptan ciertas políticas,
pero no lo hacen de verdad y por ahí no lo hacen con personas que de verdad
tengan perspectivas de género, sino que son personas que puedan ser manipuladas
o usadas y que nosotros lo vemos mucho en nuestros gobiernos provinciales, o
sea que son mujeres que podrían estar o no estar pero que son utilizadas para,
digamos, como para aggiornarse a estos discursos de la mujer en la política.
(…) Cuando destacan el papel de Evita. No es, digamos , no es ese tipo de mujer
y no es el tipo de mujer como una Cristina, por ejemplo, sino más del tipo de
María Eugenía Vidal en el sentido de la mujer más niñita dulce, delicada, en la
política en los gobiernos riojanos, eso es muy fuerte, entonces creo que sigue
vigente esto de que los hombres llegan a más o por ser hombre tenés más
posibilidades, sobre todo en ámbitos como la política e incluso en educación
misma, porque por qué si el 80% de los
docentes son mujeres, por qué seguimos
festejando el día del maestro y no el de la maestra, o los ministros de
educación siempre han sido hombres y por qué en los cargos directivos siempre
están estos tipos, no están las mujeres que somos mayoría, o en los mismos
sindicatos docentes que aquí siempre ha sido kelo, y cuando la Azucena De la
Fuente se quiso postular para su cargo, el kelo la echó. O sea que ni siquiera
en ámbitos que son por lo general más de las mujeres, como la educación, no
estamos en los cargos directivos, dirigenciales. (…) Y me llama la atención de
que sea un hombre (Florentino) el que la admire y hable así (de Evita) y en esa
época, porque a mí me ha tocado escuchar incluso de los mismos peronistas que
Evita era una prostituta, era esto, era el otro, que sigue vigente en muchos
discursos de hombres en la actualidad, con toda la militancia que existe, el
activismo feminista y demás, de que a Cristina se la odia, simplemente, porque…
yo por ejemplo no me la banco porque puso a Milani al frente de las fuerzas y
tengo esa cuestión por ella, pero si hay algo que le admiro es la forma de
hablar, su fuerza, su carácter y cuando un hombre tiene esa fuerza, ese
temperamento, esa labia, es como ‘el’ señor, el admirado, pero cuando una mujer
lo hace es la loca, tiene trastornos psiquiátricos, es esto, lo otro, es una
puta. Y que sigue vigente al día de hoy, entonces siempre se busca para las
carreras políticas mujeres que sean más tiernas, más buenas, más manejables,
más esto, más lo otro, entonces me llama la atención porque en la actualidad yo
veo eso, ¿no? Como que molesta que las mujeres tengan carácter, tengan
presencia, se hagan escuchar, tengan voz, existan, y molestan en esos espacios.
Y molesta que haya una mujer a la cabeza y dudo mucho que volvamos a tener una
presidenta mujer, por lo menos en un buen tiempo. Molesta, les molesta. Y se ve
una mayor resistencia. Ahora, con el activismo feminista, que es más visible, molesta
que las mujeres encabecen ciertos cargos de dirigencia, ciertos cargos de la
función pública. Me sorprende, digamos, que la Inesita esté en la intendencia,
lo celebro aunque yo tampoco sea radical, celebro que haya una mujer. De todas
maneras es como se dice: ser mujer no te garantiza tener perspectiva de género
y conciencia respecto a las diversas violencias y opresiones que se viven en el
resto de las mujeres o de las identidades femeneizadas, lo celebro, es un poco,
un paso. Ahora, molesta que las mujeres tengan voz. Eso lo noto y para mí es un
paso. Me llama la atención que este señor lo hable así, hable de ella y hable
tan bien de ella, pero digamos que en la actualidad hay esa resistencia todavía
a que haya una mujer que ‘mande’ a los
demás y en esos demás están los hombres.”
Victoria (34) considera
en general - aunque acota expresamente que lo que conoce más es lo que pasa en
su círculo de relaciones, a nivel de sectores ‘medios’ - que “
…la cuestión tan explícita de la estructura familiar y en cuanto a las
decisiones del padre sobre los hijos y sobre la esposa creo que no sigue
pasando de esa manera tan explícita, aunque sí de manera implícita hay mandatos
muy fuertes que se sostienen, como sigue el mandato fuerte atravesando la idea
de que el hermano mayor, si no está el padre, es el que se tiene que hacer
cargo, o el que tiene que cuidar a las hermanas, esta idea ¿no? Creo que eso
sigue atravesando las identidades. (…) Creo igual que en general los mandatos
siguen pesando hoy, de manera más continua, más en los hombres que en las
mujeres. Creo que en las mujeres hay una ruptura muy muy grande y si bien
estamos atravesadas por miles de mandatos, hay un preguntarse que existe y que
estamos interpeladas todo el tiempo por eso, aunque lo aceptemos o no, nos
hagamos las boludas o lo pongamos a jugar en nuestra vida cotidiana…”.
Que las sexualidades
estén normadas se expresa por ejemplo en estereotipos que aún persisten y se
están replanteando con cierta dificultad, y que vinculan directamente lo femenino
con un canon de belleza. Esto aparece en los relatos originales sobre todo en
un caso y también en la actualidad aunque bajo características de belleza un
poco distintas tal vez:
Para Andrea (36),
Marcela era “una genia. Adelantada para
su edad o desubicada para sus tiempos. Creo que si hoy estuviese con 30 años
aquí andaría con el pañuelo verde en la muñeca. Debe haber sido re interesante.
Pero también que al desprecio de su madre no le hubiera escapado. Habrá visto
en su hija la representación del tipo que la dejó. Quizás por eso la torturaba
y le hacía siempre la contra. Me gusta eso de que se armó con las mejores
estrategias para conseguir lo que se propuso. Me llama la atención que parece
ser que la linda no podía ser más que eso, linda. La nena habrá conseguido
trabajos como ella? O viajado? Habrá conocido Bs As? Habrá podido decidir si se
casaba o con quién?”.
Paulina (25) también
habla del estereotipo a partir del caso de Marcela: “…cuando habla respecto a que cómo ella no era la hermana linda, era la
fea, digamos, no le quedó otra que ser la hermana inteligente. Eso fue muy
fuerte y de algún modo esos estereotipos de belleza siguen en la actualidad y
es como que de algún modo te tenés que destacar, si no te quedás… ‘encerrada en
tu fealdad’, porque es como que recién ahora y las generaciones jóvenes que
vienen después de la mía recién están problematizando esta cuestión de los
estereotipos con más fuerza, con una posición más marcada, creo que ellas lo
están trabajando mucho más que las de mi edad porque todavía están muy
marcados… por lo menos en la provincia, sobre todo en la provincia”.
Quien fija las reglas, tiene el poder… aunque
nadie lo diga
¿Dónde está el poder?
¿quién lo ejerce? ¿en nombre de quién? Y no hablamos aquí del poder político, del
gran poder, sino también del micropoder, de cómo el poder se juega y fluye en
prácticamente todas las relaciones humanas y, para nosotros en particular, en
aquellos vínculos asimétricos típicos de los grupos familiares. Bien nos alertó
Foucault que el poder no es “un fenómeno de dominación masiva y homogénea de un
individuo sobre los otros, de un grupo sobre los otros”[xiv]
(1993, 152), sino que es algo que circula transversalmente. No es un atributo
de un individuo, no es algo que está quieto en un grupo determinado, sino que
se encuentra en constante movimiento.
Lo tácito está observado
por Aldana (26) cuando analiza el caso de Luis y su vínculo con la esposa, respecto del cual
él mismo hace consideraciones de género muy significativas, como vimos: “no sé si en esto de que la mujer esté en la
cocina, pero digo esto de no hablar o poder poner en palabras algo de lo que
nos pasa dentro, es una práctica propia de cuando para no renegar, se prefiere
el silencio. Pareciera que, en las parejas de adultos mayores no hay ni hastío,
ni preguntas, ni dudas, sólo lo que hay y eso no se habla ni discute, ni se
pone en duda. Vuelvo a encontrar eso que decía antes, del silencio que no pone
en evidencia ni una gota de nada, sólo más silencio y cada quien por su lado
que todo va bien así mismo, sin modificarse”. Y hablando de lo que observa
que pasa actualmente, la joven expresa: “me
parece que los changos van por varias líneas hoy. Hay prácticas patriarcales
que se tiñen o se camuflan acá en La Rioja, porque en el fondo no hay intención
de cambiar la raíz y en esto, insisto mucho con el acoso callejero o los
abuelos y padres piolas, pero jodidos con otras mujeres que no son de su
familia. Taxistas, docentes universitarios, que tienen como práctica el
comentario, el esconderse para hacerlo o como dijo un alumno de mi Maestra en
una clase ‘Yo cuando era joven todo porque en la colimba no estaba mi madre
para hacerlo y me las arreglaba. Y cuando me casé, de todo eso se encarga ahora
mi señora’ (tiene unos 65 años, maso). Pienso que es más violento porque en las
acciones y los hechos, todo se disfraza en el ‘a la mujer se la trata como una
flor delicada’ pero de fondo, siguen sosteniendo las prácticas porque es lo que
heredaron de sus primeras figuras en la vida. No niego que hay hombres con
intenciones de dar vuelta muchas cosas, desde la paternidad responsable, hasta
el aseo de sus espacios, compartir las tareas, etc. Sin embargo, hay una
generación de varones que, aunque compartan escraches o se pongan un pañuelo,
siguen viralizando intimidades, cuántas mujeres en su haber, cuántas se pueden
levantar, etc.”
Florencia (25) contrapone la aceptación acrítica de la dominación masculina en
el pasado con el debate que está planteando actualmente el feminismo en el
discurso público, pero como algo que no termina de permear en las conductas,
inclusive de las generaciones más jóvenes. En este sentido dice “También se reconocía… es como que había un
presupuesto de que había cierta depredación sexual porque hablaban de esto de
que no la vaya a agarrar ningún depravado o algo por el estilo pero al mismo
tiempo ponían a otro varón, ya sea un hermano o quien sea de confianza, que la
cuide, entonces es como que el varón al mismo tiempo era la fuente y la cura de
este problema del que la mujer era la víctima porque era un ser indefenso, un
ser de segunda categoría al que había que guiar, había que proteger, etc. Etc.
Esta misma mujer que decía que sentía rechazo a los hombres y demás, también
pienso que ella incorporaba esta idea y ella también dice que no le gustaban
las formas de ciertas mujeres, porque era como si la mujer por su forma de ser,
por su forma de vestir, de actuar, lo que sea, estaba provocando al hombre. O
sea, de cierta manera el respeto que la mujer generaba lo generaba por sí misma
o sea el respeto dependía de ella misma y creo que si bien hoy no es tan
exagerado, por decirlo de alguna manera, esto de que la mujer sea prácticamente
una mascota… por la forma de hablar parecía que estaban hablando de una
mascota, que no puede pensar por sí misma, que no puede defenderse, que no
tiene voz de ninguna manera. Hoy, si bien ese tipo de pensamiento no se lo
expresa tan abiertamente, pero tenemos situaciones de gente que todavía piensa
que las mujeres son las que tienen que hacerse ‘respetar’. Creo que esa es una
idea absolutamente reprochable en una sociedad. Creo también que un movimiento
como el feminismo está visibilizando y está acusando estos presupuestos pero
creo que todavía están muy integrados en los fundamentos de la sociedad. Hay
mucha gente que piensa así, incluso gente de mi edad, de mi generación me
atrevería a decir que es una minoría la que piensa así pero todavía hay, hay
porque tengo experiencia de escuchar gente que habla así”.
Paulina (25) juzga que
el papel de la mujer como destinada a ‘servir’ al hombre sigue vigente: “Por ahí esa cuestión de tener que servir a
los hombres todavía hay muchas personas en que lo noto e inclusive hay muchas
personas que ni lo problematizan… Hay un poco, quizás, que uno lo pueda poner
como en chiste pero todavía es como que está”. También observa que tiene
vigencia pensar en la necesidad de disciplinamiento para lograr una mejor
crianza, una autoridad que en general tiene que ver con la autoridad masculina
y estructuras piramidales, verticales: “…
Después noto que hay una especie de romantización del pasado, de la infancia o
de las infancias y de las juventudes que creo que hoy hay personas… imagínate
que si son personas que hoy tendrían como cien años… y yo lo veo en mis
progenitores por ahí, entonces está eso de que todo pasado fue mejor y creo que
también siento como que habría que problematizar o por lo menos analizar
respecto de esas infancias, a la cuestión de infancia, disciplina y autoridad
quizás o de la crianza y esta cuestión de la disciplina como única forma de que
está bien y también me preguntaría por qué, no es como que estoy en contra sino
que siento que esa parte es necesario hablarla y analizarla y reflexionar un
poco más, problematizarla, porque tener la sumisión de la juventud nos ha
llevado a lugares que no son tan buenos, entonces no sé si estoy quizás tan de
acuerdo con ese disciplinamiento… Hay ahí como una cuestión que sigue vigente y
hay poca discusión sobre eso y hay sobre
todo en los diálogos de las familias… yo porque estudio psicopedagogía y
siempre están los comentarios en las juntadas de los familiares y que dicen
‘no, en mi época te metían una paliza y qué psicopedagoga, qué psicóloga y qué
se yo’ y es como que ellos creen que están de diez, que son excelentes y yo no
sé si están tan bien de la cabeza al decir que estaba bien que te hicieran
cagar, viste? Como que hay algo ahí que creen que la sumisión es lo correcto y
todavía hay una creencia de que el síntoma, el de rebelarse, tener dificultades
en la escuela o de comportamiento o lo que sea, son mal vistas… Y no! Me parece
que los niños y niñas que hacen síntoma son justamente los que están más sanos.
Me preocuparía más por los hijos sumisos, que no… los que no hablan, me
preocuparía más por ellos, porque la caravana en ese sentido va por dentro y
habría que ver”.
Para Victoria (34), la
autoridad prácticamente absoluta que existía sobre todo en los padres o en
quienes asumieran ese rol, ya no es tal con esas características y podrían
estar presentes de manera más implícita, que no explicita concretamente: “El tema de la violencia física y verbal de
los padres hacia los hijos creo que está, pero está puesta en otro plano de las
relaciones, no sostenida únicamente en la idea de que ‘yo soy el jefe y me
tenés que hacer caso’, digamos, si no puestas en otros conflictos, quizás que
tienen que ver con cuestiones más afectivas. Pensaba en esta mujer que no se
casó, que creció con una idea de los hombres, con un rechazo, como que te van a
usar y solo quieren sexo y que después de muchos años pudo hacer pareja, se fue
a vivir con alguien… Esta idea contrapuesta entre profesional y ama de casa
creo que no existe más acá no digo en La Rioja sino en el círculo de la clase
media que yo frecuento. Quizás siguen existiendo en otros estratos, en las
clases bajas, pero quizás, no te podría decir”.
Economía y dependencia
En palabras muy
sencillas mi madre, que no accedió a estudios superiores, me enseñó que sin
autonomía no hay independencia. Es decir, sin dinero no hay libertad. Esta
cuestión del dinero, que tiene mucho mayor peso simbólico que económico o
financiero, está presente en los testimonios de cómo era la vida familiar y
social hace cien años en La Rioja. Y también aparece ahora, pese a los cambios
que hemos vivido en el último siglo en materia de trabajo, remuneraciones,
nivel de formación profesional necesario para acceder al mercado del trabajo,
etc. en relación a los géneros. La problemática del hombre principal proveedor,
de quién administra y cómo y en qué, es parte de prácticamente todos los
relatos de vida. Y hoy, con mujeres que en varios casos también son
proveedoras, incluso a veces las únicas frente a la desocupación general y el
retiro de los hombres de los grupos familiares, pasa lo mismo. Veamos entonces
cómo se juega la dominación en estos casos.
Desde su punto de vista
de una estudiante universitaria avanzada, Aldana (26) observa que “las mujeres de los 90 tenemos millones de
realidades, algunas más corajudas que otras, pero me arriesgo que de la mayoría
de mis amigas que viven en La Rioja capital, sólo una es hoy independiente
económicamente. El resto, incluyéndome, dependemos en gran medida de nuestra
familia de origen. Entonces, no sé hasta qué punto, esta generación de nietas,
hemos podido romper con la lógica patriarcal de un otro financiando toda la
economía de un hogar sin hijes”.
Ciertamente la dimensión
económica aparece muy ligada a concebir la familia como un bien patrimonial,
del cual tradicionalmente el hombre ha sido ‘el propietario’ de su cónyuge, de
sus hijos y de los bienes materiales adquiridos (casa, muebles, autos, ahorros).
Claramente la separación es un problema en este sentido y quizás explique el
alto nivel de controversia que suponen estos procesos de hecho y de derecho. De
los tres casos de mujeres entrevistadas que hoy tendrían cien años, las tres
están solas. Una nunca se casó, la otra lo hizo y se separó y la tercera lo
hizo y enviudó. Para las tres la soledad parece haber convertido aquella
autonomía en libertad, aunque fuera relativa. Pero además, pensándolo ahora
desde una perspectiva de género, me resulta a mí interesante esa situación de
que las tres estaban solas, sea por propia decisión, sea porque las
circunstancias lo determinaron. Y revisaba cómo en esa generación, que sería la
de mi madre, había muchas más mujeres conocidas en esa situación que en la típica
del matrimonio ‘feliz y bienavenido’, como se decía. Lo que habla nuevamente de
la profunda cesura entre el discurso sobre la ‘normalidad’ y lo que
efectivamente estaba pasando. Años después, en el siglo XXI y aunque nos
vayamos de tema por un momento, volvió a llamar mi atención cómo mujeres de esa
misma generación se atrevían a hablar de experiencias propias o ajenas de
abortos provocados, al calor de la discusión legal en Argentina. Con lo cual
uno se queda pensando hasta dónde ese pasado que muchos tanto añoran no era en
buena medida un simulacro…
Volviendo a lo nuestro,
es posible visualizar la profundidad de la relación entre matrimonio y
economía, en varios de sus aspectos, en el análisis que nos ofrecen las jóvenes
consultadas, por ejemplo, Florencia (25):
“Bueno, en primer lugar el tema más recurrente desde el principio fue
esto del matrimonio ¿no? (…) Por lo que
leo en las entrevistas la gente es como que tenía una visión del matrimonio muy
diferente a la de hoy en día, y especialmente que nuestra juventud, nuestra
generación joven de entre 15 y 30 años, no tiene una visión como esa. Yo lo que
veo acá es que pareciera que para los varones el casamiento representaba la
manera de independizarse de su familia y convertirse él mismo en la autoridad
que hasta ese momento representaba su padre, porque evidentemente acá hay algo
muy en común, salvo en uno de los casos, que siempre es el varón, el varón
mayor, el que detenta el cien por ciento de la autoridad, el que autoriza o
niega permisos, el que trae la plata a la casa, el que la administra, el que
pone las reglas, es como una autoridad suprema e irrevocable. Entonces, para el
varón, evidentemente el acceso al matrimonio representaba el acceso a esa
posición que anteriormente ocupaba su padre. Y para la mujer y por lo que veo,
salvo en uno de los casos, el matrimonio más bien era como una continuidad de
la seguridad que encontraba al estar sometida, digamos, como diríamos nosotros,
pero en realidad ellos es como que lo veían como un seguro de vida, o sea… una
de los entrevistadas dice que la madre quería que ella se case porque tenía
miedo de que vaya a quedar sola, como quedando desprotegida porque
evidentemente se veía que la mujer siempre tenía que estar protegida, guiada y
digamos sometida a la figura del varón. Hoy en día no creo que se vea
exactamente igual esto del matrimonio. Al matrimonio se lo ve como algo mucho
más alejado. En nuestra generación, puntualmente…. Capaz que en la generación
de mis padres, que no son tan grandes, capaz todavía tenía un peso social,
especialmente si se embarazaba la pareja, era un imperativo sí el casamiento,
pero hoy en día no es así, sino que el matrimonio pasa a un segundo plano, ya
no es un imperativo social o por lo menos para la mayoría de la gente de mi
generación, si bien por ahí hay algunas familias que tienden a ser un poquito
más conservadoras, como que ejercen una
especie de presión pero es una presión más pasiva, con los comentarios
‘y los nietos para cuándo’, ‘el marido para cuándo’ y ‘la esposa para cuándo’,
pero no es algo que si un hijo o una hija no se casa sea una vergüenza para
esta familia o significa que esta persona que no se casó está fallado o está
arruinado o algo por el estilo. En ese
sentido hemos cambiado”.
Andrea (36) cree que alguien
como Sofía, arquetipo de la mujer sumisa entre las tres entrevistadas
originalmente, aun podría existir: “Creo
que si persisten casos como Sofia. Lo veo en mujeres que la vida nos les da la
oportunidad de ver y experimentar que hay otras maneras de pasar por esta vida.
No creo que haya familias que obliguen a casar a las niñas, o por lo menos no
en La Rioja, no? Pero sí mujeres que se les marchita un poco el alma por no
haber tenido educación, herramientas para construir una decisión y sin valor,
sin autoestima”.
Y Paulina (25) hace
referencia a tres de las cuestiones que nos trajeron hasta acá. Una es la de la
sensación de libertad de las mujeres sin pareja y la vigencia actual de una
cierta incompletitud de la mujer cuando está sola: “…me llamó mucho la atención cuando una de las mujeres decía esto de la
separación, del divorcio, o la viudez como las únicas formas de liberación de
la mujer, porque la soltería en esas épocas era como un estigma grande y que
incluso yo lo sigo viendo en ciertas amigas mías que tienen treinta y algo, que
siguen solteras y que es su vida y no quieren tener hijos y que son también del
ámbito de la militancia feminista y todo eso y siguen haciendo comentarios del
tipo ‘y bueno, cuándo viene el bebé’ o ‘cuándo viene el marido’, o sea como una
cosa así que yo digo si está dentro de estos ámbitos de militancia, no me
quiero imaginar en otros ámbitos donde está estructurada la cuestión todavía de
que la mujer debe casarse o debe ser de… o sea, de un hombre, que eso fue justo
en un cumpleaños que tuve en enero o febrero y fue muy shokeante porque yo
pensé que se había desandado, digamos, un poco, sobre todo en estos ámbitos…”
Paulina también dedica
buena parte de su análisis a abordar la problemática laboral que típicamente
hemos tenido las mujeres, desde el trabajo doméstico mismo:
“Fue muy fuerte la cuestión de la dependencia económica en la primera
señora (Sofía) y me pareció muy interesante esa aclaración que hiciste que
trabajaba en el negocio de un familiar, un hijo o hija, y no percibía sueldo,
que tiene que ver y de alguna manera se ve en casi todas las mujeres que
trabajan en el ámbito de lo privado, de lo íntimo, de lo doméstico que no es
visto como un trabajo y que al día de hoy sigue siendo un trabajo que no se lo
considera como tal y hay muchas economistas, como Corina Rodriguez creo que es,
que habla de estas cuestiones y de cómo la economía doméstica es lo que mueve y
mantiene la economía y es el trabajo más invisibilizado del mundo, digamos,
porque es a partir de ese trabajo que se sostienen todos los otros trabajos y
el que no percibe remuneración alguna o si no es hecho por la mujer de la casa,
lo hace otra, porque por lo general es mujer, y la gran mayoría trabajan sin
aportes. Entonces la invisibilización del trabajo doméstico es algo que se
sigue viendo y si se sigue viendo hoy, por entonces era más todavía. (…) Me
súper golpeó cuando una de las mujeres decía ‘teníamos una negra que nos
cuidaba’ y estaba esto de que ‘no nos reprochaba’, como también yo creo en esto
de… que hay una super romantización de la esclavitud, aunque seguramente no era
esclava, pero estaba esto de que quizás era rebuena, porque era como de la
familia… y no sé si era tan así, habría que ver cómo eran pagadas, cómo eran
las condiciones de vida de esta mujer, que al día de hoy sigue vigente con las
empleadas domésticas, como dije al principio, porque por algo están las que
dicen ‘no, porque no quiere que la ponga en blanco, no quiere tener aportes’
que sé que existen esos casos pero también hay casos en que se excusan en eso
para pagarles miserias y siempre son las de las clases más altas las que hacen
eso y me indigna. No sé si será el caso de esta señora, no digo eso, pero la precarización laboral sigue vigente,
la precarización del trabajo doméstico, no?”.
Y, finalmente, la joven
vuelve a la autoridad, el poder y la economía intrafamiliar para indicar que
mucho de los viejos relatos persisten: “Bueno,
quizás esto de la verticalidad donde el hombre como figura o autoridad de la
familia sigue estando, porque por ahí se dan los casos que como las mujeres
tienen mayores sueldos que ellos, pero de todas maneras, por una cuestión cultural,
hay mujeres, incluso allegadas a la familia, que tienen como cierta vergüenza o
sienten malestar o no pueden digamos disfrutar de tener un sueldo que sea mayor
al de sus parejas hombres, al de sus maridos. Eso me llama la atención y está,
está en ciertos noviazgos de amigas y a mí me llama mucho la atención, porque
sigue estando que pese a que hay mujeres que ganan mucho más que los hombres,
está esta cuestión de que el hombre es el que tiene que ser el proveedor de las
familias cuando ya no es así. Pero existe, está”.
Las violencias nuestras de cada día
Desde esa violencia
‘dulce’ de la que habla Bourdieu cuando desarrolla su concepto de violencia
simbólica, por la complicidad de la víctima que conlleva, hasta la más brutal
de las violencias que vivimos hoy con una intensidad que parece inédita y que
ha llevado a los legisladores a tipificar crímenes de femicidios, vivimos en
ámbitos violentos con relación al género. Si uno repasa los testimonios de los
6 entrevistados de más edad, puede ver que la violencia era parte del cotidiano,
pero no hay en esos recuerdos expresiones que den cuenta de que haya sido tan
virulenta con relación al género. La violencia en el pasado aparece más ligada
al ejercicio autoritario del poder en la asimetría padres (sobre todo padre)/
hijos. Pero es posible que también respecto de este tema el silencio haya
primado y de hecho no fue preguntado expresamente en esas entrevistas. Por lo
tanto, la violencia de género parece un fenómeno más típico de nuestra época
que de hace cien años a partir de los discursos, aunque de ninguna manera yo me
atrevería a confirmar este supuesto porque, entre otras evidencias, sé de
primera mano de relatos familiares y de amigos que de hecho existía, aunque se
ocultaba.
Veamos qué vislumbran
nuestras jóvenes consultadas, con la siguiente aclaración: Todas las que
participaron y tienen menos de 30 años militan en movimientos feministas. Las
dos de más de 30 años hicieron escasa o nula referencia a esta problemática.
Aldana (26) analiza esa
distancia entre el discurso que hoy es ‘aceptable’ y la realidad, haciendo
hincapié justamente en el silencio:
“Hoy por hoy, siento que a veces se confunden las violencias porque el
hilo es muy fino. La violencia patriarcal sólo se la considera como tal cuando
te controlan o celan, o te fajan o fajas, pero no se considera violencia
patriarcal ser violada por un alguien conocido o renombrado en la cultura
riojana, o cuando encierran a una mujer dentro de un kiosco. Hay escrache, pero
no hay ni condena social, ni preguntas hacia adentro, sólo mucho silencio, a
veces apatía y el famoso ‘no te metas’. Cuando leía a Marcela, pensaba: avanzar
sin problemas, vivir sin abuso, sin violencia de ningún tipo, ¿de verdad le fue
posible? Me pregunto esto porque incluso para mi madre, hasta el día de hoy, le
es difícil poner en palabras las situaciones que ha vivido, porque es mucha
vida pensando que nada pasó… Y al mismo tiempo digo: pucha, pero es doloroso de
verdad abrirle lugar a eso que pasó hace tanto tiempo para una mujer grande ya,
con hijxs, profesional, etc. (…) Por
ejemplo, un tipo de más de cincuenta sabe que el Ni una menos , en La Rioja, es
para ‘mostrar’ cierto posicionamiento con respecto a la cuestión de género
(autopercibido en el caso de las personas trans); pero si esa misma marcha o
movilización pusiera en evidencia a algún funcionario o hijo del poder, es muy
probable que esos mismos varones ya no piensen lo mismo. Nos pasó en una marcha
del 2018 que un tipo de unos 60 años, más o menos, al principio se acerque
junto a su compañera a ver los puestos q diferentes organizaciones feministas
había preparado en la plaza 25 de Mayo, frente a la catedral. Todo bien hasta
ahí, pero cuando vio el cartel de aborto legal pegado en la vereda de enfrente,
se cruzó, lo arrancó y lo pisoteó, mientras su compañera nos miraba diciendo no
con la cabeza. El tipo se fue puteando diciéndonos ‘Asesinas’. Entonces, me
parece que en la Rioja la cuestión de género sólo cala cuando está la premisa
de no fajar a tu pareja porque es de ‘poco hombre’, pero acosar en la calle no
está taaan mal o decirle piropos a tus profesoras de yoga jóvenes (me pasó en
el salón!!) a modo de recordatorio. Incluso, violar, someter física o
emocionalmente a una mujer, con modos súper cautos y casi invisibles, incomodar
e invadir el espacio de otra tampoco cuenta como violencia porque en realidad ‘no
la estoy tocando, no estoy haciendo nada’”.
Andrea (36) vuelve a
apuntar que probablemente Turca sostenga una visión idealizada de su propia
juventud y es interesante que lo observe, como si lo considerara difícil de
creer:
“Me desconcierta un poco. Si es que
realmente fue todo tan color de rosa. Si lo fue, qué bueno por ella. Creo que
hay mucho de ojos que no ven corazón que no siente. Pero lo que me parece transparente
es eso de la tolerancia de la que habla, la que se practicaba en su casa. Me
parece que le marcó un sendero súper importante y sólido. Que le enseñó a
construir la manera de hacer su vida. (Me quedé con ganas de saber por qué se
había divorciado jaja) Creo que sus padres sabían cuáles eran las medidas
justas de los límites y fundamentalmente se sintió amada. E indudablemente supo
cómo amar, por lo que cuenta de su hijo”. En cambio, respecto del
testimonio de Hugo, juzga con dureza que “el
tipo me pareció un pecho frío. Que corre para donde disparan. Al principio
confunde el respeto con el temor, luego lo dice claramente su padre era un
tirano. Lamentablemente conozco personas que piensan como él... que a este país
le vendría bien otra dictadura. (…) Está claro que son de una época donde había
que respetar si o si a las personas por su edad y no por el valor real que
tenían”.
Florencia (25) enfatiza
indirectamente en el silencio intergeneracional de hace un siglo sobre la
problemática relacionada a la sexualidad, en una comparación implícita con un
discurso un poco más libre en la actualidad: “En cuanto al tema de la juventud, el tabú, la comunicación y la
disciplina, o sea el tema de los jóvenes y la familia, el tema de los padres,
especialmente, hay algo que me hizo ruido y me dejó pensando … es como que no
puedo emitir una opinión certera al respecto, pero me parece importante traerlo
a colación porque una mujer decía que ella sentía que antes la juventud era más
feliz y al mismo tiempo ella en su relato decía que había muchos tabúes, que
había como una distancia de los padres, no había comunicación, mantenían muchos
secretos, eso es lo que ella remarca, que tenían una habilidad para guardar
estos secretos de los novios y eso porque todo esto, que expresaba la
sexualidad, especialmente en las mujeres era considerado pecado y que por ahí
en los varones no era tanto…”
Y Paulina (25) se aboca
a pensar las violencias que en el presente supone hacer recaer básicamente en
la mujer las consecuencias de vivir la sexualidad de manera más libre: “…está esto que sigue vigente de la cuestión
de que a mis hermanas mujeres las tenían cortitas o cuando decían que tenía que
venir a pedir permiso el tipo para cortejarlas o lo que sea, y sigue vigente
acá porque como la mujer es la que puede quedar embarazada, es como que nos
siguen rompiendo las pelotas de otra manera, en el sentido de que la
anticoncepción… o sea de todos los métodos anticonceptivos que existen hay uno
solo que queda en manos de los hombres, que es el preservativo, y que sabemos
que cuesta un montón que se lo coloquen. Dicho sea de paso, te recomiendo Niña
Mamá que está en vimeo y lo habían pasado en Encuentro, y se ve esta cuestión
de que sobre todo en los sectores más pobres, digamos, es donde por ahí se vive
no sé si más violencia que en los sectores más altos pero es donde las mujeres
quizás cuentan con menos recursos como para defenderse y entonces como que ven
la única alternativa en ligarse las trompas y entonces viene la violencia
obstétrica o violencia institucional cuando no se los quieren hacer y son pibas
que por ahí tienen 22 años y ya tienen 4 hijos y está esta cuestión de que no
hay chance de que el tipo se ponga el preservativo porque no quiere y te dicen
‘no, porque con él no se puede hablar’, es refuerte todo eso y como la mayoría
de los anticonceptivos la mayoría son de mujeres, es como que sigue siendo la
responsabilidad de la mujer. Entonces quizás ahora el tipo no te tiene que
venir a pedir permiso para que vos puedas salir de la casa pero sí desde los 12
años ya la familia te empieza a llenar de hormonas para que no te quedes
embarazada, en vez de meterle al pibito la responsabilidad de que se ponga un
preservativo o de que se haga una vasectomía reversible y cuando quiera tener
hijos se la…. Porque está todavía, como que recae estas restricciones y las
posibilidades de vivir la sexualidad y qué se yo, están todavía que las mujeres
gestamos y eso está todavía. Quizás de otra manera pero sigue estando”.
PINTA TU ALDEA…
Dicen que si uno pinta
su aldea, pinta el mundo. Es posible. Cuando estamos terminando este ensayo
circunscripto a la capital de una provincia argentina que es periférica (tan
periférica como el propio país en el contexto internacional), que es pobre, no representativa en materia electoral y
tal vez sostenida con un pie en el pasado, me cruzo con una noticia curiosa de
China. Sí, de China, una de las potencias económicas actuales. Y resulta que
allí, como una consecuencia no querida de su política de hijos únicos, su gobierno
está preocupado porque las nuevas generaciones de hombres no cumplen con el
‘mandato/deber de virilidad’ que viene a resultar tan funcional a los estados.
Observa que muchos hombres jóvenes de ese país son "débiles,
tímidos y autodestructivos" porque se han vuelto “demasiado femeninos”. Y,
por lo tanto, este proceso "inevitablemente
pondría en peligro la supervivencia y el desarrollo de la nación china"[xv]. Y
hay dos cuestiones que surgen con claridad palmaria en esta noticia de la BBC:
que las sexualidades siguen fuertemente normadas y que esas caracterizaciones
responden a necesidades diversas del propio sistema político-económico de
dominación.
Vigente en China, país donde la
dominación masculina es prácticamente absoluta, vigente en esta perdida provincia
del Noroeste argentino, en plena y subdesarrollada América del Sur. ¿Hasta
dónde sostenemos convencidos - hasta dar la vida y el honor por ello - estos
mandatos, estas creencias, estos regímenes de dominación construidos en base a
una diferencia orgánica de los sistemas reproductivos? Cuando aún hoy alguien,
cualquiera, insulta a un niño diciéndole ‘marica’ o ‘mujercita’ o ‘puto’
¿advierte la profundidad de su aporte a la preservación de dogmas con pies de
barro?
Es cierto, en cien años algunas
cosas han cambiado, como vimos. Pero otras no. Y esas que aún se juegan en la
construcción de nuestras subjetividades e identidades lo hacen sotto voce, porque no está muy bien
visto; desde vaya a saber cuánta
profundidad de una cultura apisonada en el tiempo como la tierra de la casa de
los Buendía. ¿Celeste o rosado;
pelota o muñequita?
[i] García Márquez, Gabriel (1981) Cien años de Soledad; Sudamericana;
Buenos Aires.
[ii] Arendt,
Hanna (1993) La condición humana;
Paidós; Buenos Aires.
[iii] Von Sprecher, R. y otros (2010) Introducción a las teorías sociológicas. Los clásicos. Edit.
Brujas. Córdoba.(235/296)
[iv]
Bourdieu, Pierre (1991) El sentido práctico. Taurus. Madrid.
[v] García Canclini, Néstor: Introducción a La Sociología de la Cultura
de Pierre Bourdieu en Pierre Bourdieu (1990) ‘Sociología y cultura’; Grijalbo; Méjico.
[vi]
Bourdieu, Pierre (2000) La dominación masculina. Anagrama. PDF.
[viii]
Bourdieu, Pierre (1988) La
distinción. Criterios y bases sociales del gusto; Edit. Taurus;
España.
[xiv] Foucault, Michel (1993) Microfísica del poder, Ediciones La
Piqueta, Madrid.